“Los pobres que pintaba Murillo han saltado de los lienzos y encarnan ellos mismos el arte”
La nueva obra del artista Julio Jara consiste en habitar y revivir el antiguo Monasterio de la Inmaculada Concepción de Loeches con personas sin hogar
Para Julio Jara el arte es una manera de vivir la vida; todo lo que hace es un performance. Pero a pesar de ser inclasificable, tiene una meta clara: su obra debe funcionar en servicio de los demás. Tanto es así que en diciembre del año pasado fue premiado por ello. Recibió por sorpresa -unos amigos lo postularon- el Premio Artista Comprometido de la Fundación Daniel y Nina Carasso, que reconoce la labor de artistas con una clara vocación social, algo que ha caracterizado toda su trayectoria. Jara, que nació en París en 1962, pero creció en la provincia de Toledo, ha construido la mayoría de su obra con personas sin hogar, en el seno del albergue de la Fundación San Martín de Porres en Carabanchel. Llevaba dos décadas allí hasta que, cuando se acabó el confinamiento de la primavera, se mudó al antiguo y vacío Monasterio de la Inmaculada Concepción en Loeches, a 30 kilómetros de la capital: esa es su nueva “obra”.
¿Cómo llegó a tomar las riendas de este monasterio?
Pues las monjas de clausura que solían vivir aquí no querían que se especulara con el lugar cuando se fueron. Entonces estuvo casi seis años vacío, pero como la Fundación es dirigida por los padres dominicos también, hace uno surgió la posibilidad de venir a habitarlo y rehabilitarlo. No dudé en retomar un lugar como este, tan señorial, y venir a llenarlo de calor humano, en hacerlo hogar. Nos encontramos esto cayéndose, los patios estaban llenos de plantas de dos metros y al jardín ni siquiera se podía salir. Era impresionante. Llevamos 8 meses trabajando y ya tenemos todo despejado y habitable. Somos siete viviendo aquí en este momento, pero hay espacio para muchos más.
¿Por qué es un buen momento ahora para hacer esto?
Siempre sería un buen momento para una iniciativa como esta. Pero justo ahora, el contexto mundial en el que estamos ha puesto en valor ciertas cosas y ha demostrado la fragilidad de lo que se vende como importante. En cambio este proyecto puede dar una perspectiva de una manera de vivir que tiene en cuenta que no somos el centro de todo. Vivir en comunidad te hace valorar más las relaciones personales. Y construir este proyecto, que es a largo plazo, también. Cuanto más efímera la mirada, más superficial la persona. Aquí se busca lo contrario.
¿Y cómo se logrará ese objetivo ahora que están aquí?
La idea es aprovechar el convento y las dos parcelas de 7.000 metros cuadrados que tiene para poner en marcha un espacio donde confluyan residencias de artistas, exposiciones en una galería que hemos montado, producciones ecológicas o talleres variados. Todo eso construido y mantenido por personas sin hogar que ahora viven aquí. No sería un albergue, sino un espacio donde convivir y trabajar; no queremos que haya perfiles sino personas. Lo importante es que le venga bien a la gente.
¿Qué papel juega el arte en este proyecto que a simple vista es una iniciativa social como muchas otras?
El hecho de que sea un artista el que impulsa un tema social cambia todo. Mi objetivo siempre es romper las barreras del arte. Una obra anterior mía, por ejemplo, Los mil y un cartón, consistía en darle un cartón para que una persona sin hogar lo usara para describir su primera noche en la calle. El fracasado convertido en artista. Podían escribir sobre él, romperlo, armar algo. Ahora, en el monasterio los pobres que pintaba Murillo han saltado de los lienzos y encarnan ellos mismos el arte.
¿Cuál es la obra de arte entonces?
Habitar este espacio es crear. Y así, todos los momentos que van surgiendo, juntos y por separado, serían la obra. Retomo los preceptos de los prerrafaelitas o de los orígenes del Dada, rechazando las ideas preconcebidas del arte y del progreso para proponer algo diferente.
Estamos en un monasterio, ¿qué papel tiene la religión en todo esto?
Es central. El proyecto tiene como guía un poco la forma en que vivían en comunidad aquí originalmente; su filosofía, sus valores de hermandad, además de las cosas prácticas que hacían como el huerto, o eventualmente también quesos, por ejemplo. Por otro lado, mi arte también es un acto de fe. No pinto angelitos, pero hago lo que me piden los demás, la voluntad viene de fuera. En ese sentido también la caridad, como amor incondicional y la acogida al prójimo sin reparo, es un elemento importante en la obra. A pesar de eso no es un proyecto estrictamente religioso porque no hacemos oficios más allá que dar las gracias antes de comer.
¿Y cuál es el itinerario a seguir de ahora en adelante?
Tengo pendiente una exposición en Sevilla, pero a saber cuándo se podrá hacer, con todo esto. Igualmente, por ahora todo mi esfuerzo está aquí. Surgirán muchos proyectos porque en este espacio cabe todo: podemos hacer conciertos, conferencias, mercados, se me ocurren muchísimas cosas. Al final me gustaría dejar esto funcionando e irme y dejar la obra. Un artista tiene que saber decir adios también.
MUCHA HISTORIA EN EL MONASTERIO CENTENARIO
El monasterio de la Inmaculada Concepción, conocido también como “el convento grande”, fue fundado en 1640 por Gaspar de Guzmán y Pimentel, III conde-duque de Olivares, valido del rey Felipe IV. Más tarde, se convertiría en una de las iglesias más ricas en obras pictóricas de España. Tenía obras de Alonso Cano, Rubens, Bassano, Tintoretto, Veronés y Miguel Ángel, entre otros. En 1809 fue saqueado durante la invasión francesa y hoy muchas de las obras pueden ser vistas en museos como el Louvre, la Galería Nacional de Londres o el State Art Museum of Florida. Actualmente el monasterio es patronazgo de la Casa de Alba, condes-duques de Olivares, que desde 1909 tienen su panteón familiar, inspirado en El Escorial, en un mausoleo agregado a la iglesia central.
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