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“Esto no es una discoteca, caballero”

150 policías custodian el perímetro y evitan las aglomeraciones en las calles de Preciados y del Carmen

Pedro Zuazua
Vista del acesso a la madrileña Puerta del Sol, con la Policía Municipal controlando la afluencia de público.
Vista del acesso a la madrileña Puerta del Sol, con la Policía Municipal controlando la afluencia de público.victor lerena (EFE)

La pandemia ha obligado a vigilar el acceso a las calles más céntricas de la capital para evitar aglomeraciones. Se imponen una especie de barreras, la custodia de 150 agentes y hasta la utilización de drones. Y se impone también una nueva casuística de excusas para atravesar la barrera. No es una frontera, pero a veces lo parece.

—Lo siento, no se puede pasar, dice el policía municipal.

—Es que vamos a la calle del Pozo, replica una pareja joven.

—Pero, ¿son residentes?, inquiere el agente.

—No... bueno... en realidad vamos por una chorrada. A recoger un roscón para merendar.

El policía sonríe: “A ver, un roscón no es ninguna chorrada, pero no se puede pasar hasta que nos den el aviso. No creo que tarde más de 15 minutos”.

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—Le prometemos que cogemos el roscón y salimos, insisten los jóvenes.

—Si es que da igual, porque en la calle del Pozo hay otro control. Esperad unos minutos y en cuanto se vacíe un poco y nos avisen, podéis pasar.

Son las 18.33 del sábado. Dos municipales y dos vallas controlan el acceso de peatones en la confluencia de la plaza de Jacinto Benavente con la calle de la Cruz. El bullicio de la plaza contrasta con la visión de la vía, en la que apenas se divisa gente paseando. Las aglomeraciones están en el área más cercana a Sol.

En el tiempo que ha durado la conversación inicial, se ha formado un grupo de unas diez personas que quieren pasar el control.

—Vengo a hacer un recado, explica un chico.

—Lo siento, hasta que no nos avisen de que se puede pasar, está cerrado, contesta el agente.

En los 24 minutos que dura esta escena repetirá la misma frase hasta a ocho personas diferentes. Y a todas ellas les contestará con amabilidad y buen humor.

“Tenemos que ir a una casa ahí al lado para recoger unas cosas”, dicen dos chicos.

El guardia vuelve a repetir su frase al tiempo que dos personas cruzan la valla desde el interior del perímetro cerrado.

—Y ahora que han salido dos ¿no podemos entrar nosotros?, le pregunta uno de los chicos.

—Esto no es una discoteca, caballero, contesta el agente.

Los chicos se ríen. El policía también. Flota en el aire cierto ambiente navideño y al agente le ha hecho gracia su ágil respuesta.

Las vallas se abren para dejar paso a dos microbuses. Una joven hace una broma sobre pasar agachados pegados a uno de los laterales de los vehículos. Tras los autobuses, se acerca un grupo de personas, que acceden al perímetro.

—¿Y ellos?, pregunta uno.

—Son residentes, contesta el agente.

—Ah, yo también soy residente, devuelve la voz.

—Déjeme ver su DNI, le dice el policía.

Silencio. Parece que ya no es residente.

La escena transcurre con calma. No hay malas caras ni malas contestaciones. Varias personas intentan acceder haciéndose las despistadas.

“Es que vamos a Bravo Murillo”, dice un señor al que acompañan una señora y varios niños.

Se hace un incómodo silencio general. Como si esa excusa no estuviera entre las aceptadas y todo el mundo estuviera trazando en su cabeza un mapa para llegar a Bravo Murillo sin la necesidad de atravesar Sol.

“Pues va a tener que rodear el perímetro, porque por aquí no se puede pasar”, contesta el agente.

Todos los presentes siguen pensando en lo lejos que está Bravo Murillo y en lo mala que ha sido la excusa.

“Voy a trabajar”, “voy a casa de un amigo”, “vengo a por tabaco”. Cada persona tiene un motivo para acceder al perímetro. A las 18.57, se abre la valla. No queda nadie de la escena inicial.

—¿Dónde están los chicos que iban a por el roscón?, pregunta el agente a su compañero.

—Se fueron hace 10 minutos.

—Pues tampoco debían tener tantas ganas... Y se vuelve a reír.


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Sobre la firma

Pedro Zuazua
Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Oviedo, máster en Periodismo por la UAM-EL PAÍS y en Recursos Humanos por el IE. En EL PAÍS, pasó por Deportes, Madrid y EL PAÍS SEMANAL. En la actualidad, es director de comunicación del periódico. Fue consejero del Real Oviedo. Es autor del libro En mi casa no entra un gato.

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