La “amistad cívica” de la Constitución
La Transición no fue ni revolución ni continuación de lo que había, sino una solución que posibilitó la política con mayúsculas, defiende el secretario general del PSM
Celebramos el día de la Constitución en un año que ha desafiado nuestra resistencia y nuestro entramado social, económico, tecnológico y también político. Un año que nos ha medido a todos y que también ha puesto muy de relieve nuestras contradicciones y nuestros aspectos no resueltos en el proyecto en común.
En este año de tensión extrema en lo sanitario, asistencial, económico y también en lo político, es de justicia ponderar y analizar el papel jugado por nuestra Constitución como gran marco jurídico en el que se han facilitado respuestas y mecanismos de reacción.
La pandemia irrumpió en nuestra vida en un momento de puesta en cuestión de la validez y hasta de la legitimidad de todo nuestro entramado constitucional.
Fieles algunos, a la penosa tradición del frentismo, las dos opiniones más repetidas se alineaban entre una glosa canónica de la llamada Transición, cuyo fruto principal había sido la Constitución, puesta como ejemplo del consenso generoso, de la responsabilidad colectiva que dio origen al acuerdo entre diferentes (cuestión creo que indiscutible), pero que en el extremo de su posición concluían que un acuerdo tan extraño en nuestro país debía ser objeto de reverencia y de inalterabilidad, concibiendo cualquier intento de actualización o reforma como anatema condenado al más severo de los reproches.
Siempre he coincidido con Santos Juliá en que lo que realmente sucedió fue una transición por transacción, donde todos los protagonistas dejaron por el camino algo de lo que habían soñado
Por otro lado, encontrábamos aquellos que rebautizaron a la Constitución como “Régimen del 78”, planteando el acuerdo como rendición o silenciamiento, como abandono vergonzante de las aspiraciones del pueblo, y que por tanto, debía ser eliminado el sistema por ella constituido, y optar por una refundación.
En mi caso, intentando aplicar una mirada templada (como diría Ortega), siempre he coincidido con Santos Juliá que sostenía que lo que realmente sucedió fue una transición por transacción, donde todos los protagonistas dejaron por el camino algo de lo que habían soñado. Este argumento explica por qué la Transición no fue ni revolución ni una continuación de lo que había.
Fue una solución posibilista, transaccionada que posibilitó la política con mayúsculas, el gobierno del demos y que supuso lo que muchos todavía no han entendido: la Constitución es el camino, nunca un fin. El que ella sola no haya predeterminado los resultados a conseguir y que es elemento esencial de muchas críticas feroces, debe ser a juicio de los demócratas constitucionalistas, prueba irrefutable de su validez.
En resumen, texto vivo y útil, un ejemplo de lo que Aristóteles llamaba “amistad cívica”, de patriotismo constitucional que agrupa y aúna a los seguidores de nuestra Carta Magna para enfrentar los retos que tendremos que superar como Nación, gestionando fondos como nunca antes hemos tenido que canalizar, procurando que nuestro país salga cohesionado y al tiempo, sin dejar a nadie abandonado ni desasistido.
José Manuel Franco es secretario general del PSM y delegado del Gobierno en Madrid
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