El museo del Bonsái lleva año y medio cerrado ante la falta de un plan que lo mantenga viable
Luis Vallejo, dueño de esta gran colección de árboles en Alcobendas, comenta que todavía no tienen un pliego de condiciones que recoja sus demandas
El museo del Bonsái de Luis Vallejo es una de esas joyas escondidas que no todo el mundo conoce, un ave rara y delicada que corre el riesgo de alzar el vuelo para migrar a otras tierras. Porque este trozo de Japón que los madrileños tienen al alcance de su mano lleva cerrado al público desde julio de 2019. El Ayuntamiento de Alcobendas, municipio en donde está ubicado, ha prorrogado el contrato otro año, pero la falta de estabilidad y de un plan a largo plazo que consolide su trayectoria impide que se le saque el máximo partido a este mágico rincón.
Esta original colección mitad española y mitad japonesa, cuenta con más de 250 especies que requieren mucha dedicación, mimo y paciencia, pero también inversión. Los costes para mantener a flote un espacio como este son elevados y a pesar de que Luis Vallejo quiere quedarse en la capital, el tiempo para encontrar una fórmula que lo vuelva viable apremia.
El museo se inauguró en 1995 y en el 2013 se acabó su contrato con Alcobendas. El Consistorio madrileño decidió sacarlo a concesión administrativa, es decir, lo puso a concurso. “Es una medio privatización y necesitamos ayudas del tipo que sean, para nosotros es insoportable. Ahora estamos en un impasse. Nos hacen una pequeña prórroga para seguir este año, pero es un contrato precario y todavía no tenemos un pliego de condiciones que recoja lo que muchas veces les hemos pedido”, explica el paisajista. Aquí se encuentra el árbol que García Márquez regaló a Felipe González y parte de esa colección personal del expresidente del Gobierno, además de la del propio Luis Vallejo y una pequeña entrega del Ayuntamiento de Alcobendas. Muchos de los bonsáis han sido premiados internacionalmente.
Eva Cañón, la coordinadora que vela por el museo, cuenta que el Ayuntamiento reitera su buena intención de que se quede aquí la colección, pero reconoce que llevan muchos años sin poder planificar cosas, como por ejemplo tener un aula donde dar clases o comprar más árboles. También están buscando patrocinios. “El trabajo de promoción que se hizo en su momento entre los grupos culturales, colegios y gente que ya lo tiene en su agenda se va perdiendo. Todo el mundo tiene en mente que el museo está cerrado y nos escriben para saber cuándo va a abrir, pero cada vez contactan menos”, lamenta. En principio, su apertura está prevista para diciembre.
A pesar de que Vallejo asegura tener ofertas de fuera de España, el responsable del museo solo persigue que su colección sea estable tras 40 años de absoluta entrega. No se quiere ir. Él es madrileño y es en esta ciudad donde ha ido gestando y cultivando este bello arte que se basa en la observación y en la repetición para encontrar el camino. “Hay un factor determinante, que es el clima. Madrid es un lugar especialmente bueno, porque esta colección es muy diversa, tiene desde pinos alabares de la sierra hasta arces japoneses que necesitan más frio y no vale ir hacia el sur”, dice a la vez que señala un recorrido exterior con forma de L pensado para manejar el sol y proteger a los bonsáis expuestos. En esta estación, muchos están radiantes bajo el manto de colores que ofrece el otoño, y Vallejo cuenta cómo en Japón se sale a la caza de la hoja roja, un término conocido como momiji, que se documenta con admiración en los periódicos.
“Después de muchos años hemos conseguido que el museo pase de los departamentos de Patrimonio y Medioambiente a Cultura, un buen avance, pero siguen sin darse cuenta de que esto es un bien único para el municipio. Alcobendas tiene un parque empresarial importante con muchas compañías japonesas como Toyota y Mitsubishi que valoran que esta otra parte de su cultura esté presente, como recalca el embajador del país nipón cuando viene a reunirse con los políticos locales. Es una buena zona, al lado de La Moraleja, con un vecindario diverso. Les hemos ayudado mucho y vienen colegios de todo Madrid para formarse. Los niños se maravillan cuando ven los árboles”, apunta Vallejo.
Su fascinación por esta materia de la cultura nipona llegó cuando tenía 12 años y su padre trajo de Estados Unidos tres libros de bonsáis. Recuerda cómo quedó eclipsado ante el encanto que desprendía esta técnica. De hecho, recibió en 2008 la Orden del Sol Naciente, la mayor distinción de Japón para quienes contribuyen a la difusión de sus valores. Aunque reconoce que hay otro país que le ha robado el corazón: Marruecos, al que suele viajar por temas laborales.
Cada detalle del museo está meditado, desde algunas de las piedras labradas con las manos de Luis Vallejo hasta las cerámicas y bandejas en las que crecen estos seres vivos en miniatura. Dentro se recoge la sabiduría que este arquitecto ha adquirido de sus Maestros japoneses a lo largo del tiempo. En el estanque, una carpa koi que se llama Luna brilla blanca como una perla y saca la cabeza cuando oye su nombre para dejarse acariciar. Mientras, los bonsáis siguen esperando a que los visitantes pueden disfrutar de la plácida calma que se respira en este hermoso lugar.
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