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“¿Cómo puede ser esto preventivo?”

Miles de profesores protestan en una cola kilométrica por el caos organizativo de la convocatoria de las pruebas serológicas

Colas para realización de pruebas serológicas al personal docente de Madrid Capital.
Colas para realización de pruebas serológicas al personal docente de Madrid Capital.VÍCTOR SAINZ
Nicholas Dale Leal

Una kilométrica fila de profesores esperando a que les hicieran una prueba serológica se convirtió este miércoles en un hervidero de protestas e indignación. La viva imagen del caos. Los primeros docentes de centros públicos y concertados estaban convocados a la 8.00 y a mediodía ya empezaron a escucharse cánticos contra la administración regional. Estaban a las puertas del Instituto Virgen de la Paloma, en el distrito de Moncloa-Aravaca, esperando a que les hicieran unos test a los que les habían convocado deprisa y corriendo el día anterior. Lo último que esperaban era encontrar aquello. Colas, aglomeraciones, una organización caótica y mucho enfado.

Unos y otros se fueron animando e indignando y el grito “¡aglomeración, vaya solución!” se empezó a escuchar a lo largo de aquella especie de pelotón. El ambiente, caldeado, sirvió como mecanismo para que la llama se extendiera con rapidez. Los que primero empezaron con los cánticos fueron los profesores de un grupo de primaria del instituto El Espinillo de Villaverde, que habían sido citados a las 10.00 y todavía estaban a tres manzanas largas de llegar a la entrada. Una de ellas, que prefirió mantener el anonimato, desahogaba su indignación con los organizadores de la jornada de realización de pruebas serológicas convocada por la Comunidad. “¿Cómo puede ser esto preventivo? Aquí hay más riesgo que en los colegios: nadie guarda distancia, no hay control de nada. Mi compañera y yo somos inmunodeficientes, pero aquí estamos, aunque queremos irnos ya”.

Hasta seis horas de espera bajo el sol aguantaron miles de docentes y personal educativo madrileño. Enseguida se formó un cuello de botella en la entrada vigilada por una docena de policías municipales y la cola comenzó a crecer y crecer. Para las 9.00, la fila ya no era una fila, con gente por todos lados, y se extendía por más de 400 metros. No paraban de llegar nuevos trabajadores convocados que se unían estupefactos ante una imagen “irresponsable”. Eso es lo que más se repetía allí. Los asistentes hacían fotos estupefactos y vídeos que llenaron las redes en cuestión de minutos. “¡Ayuso, dimisión!”, gritaban.

Mientras, la hilera se alimentaba de más personas y empezó a doblar una esquina, dos, tres... algunos preguntaban al desconocido de delante con desesperación: “¿Tú sí eres el último?”. En el peor momento de la mañana, la larga procesión llegó a superar el kilómetro y, lejos de estar organizada y con separaciones de un metro y medio de distancia entre unos y otros, fue cubriendo prácticamente todo el ancho de la acera. En ocasiones, incluso, la de enfrente, en busca de un refugio a la sombra. Ante el calor que aumentaba con cada minuto bajo el sol, otros formaron grupos para ir a una tienda cercana a comprar agua, y aún otros más se turnaron para ir a la única terraza cercana a tomarse algo.

A muchos de los que estaban convocados después de las 12.00 les llegó la noticia a través de sus compañeros del retraso que se estaba formando. Algunos decidieron no ir, para evitar aglomeraciones, y otros todo lo contrario, para asegurarse de que se les realizaba la prueba.

Ignacio Fernández, profesor de educación física en el instituto Pedro Duque de Vicálvaro, estaba trabajando cuando decidió, junto con otros docentes, dejar su jornada laboral, con todo lo que eso implica a las vísperas de un nuevo curso, y trasladarse los 13 kilómetros que separan su centro del Virgen de la Paloma. Llegaron casi una hora y media antes de su cita para ir haciendo cola, pero después de tres horas de espera apenas habían avanzado la mitad y empezaron a circular rumores de que se suspendían las pruebas. “Nosotros hemos ido avanzando al ritmo que toca sin saber nada concreto. La única información que recibimos es a través de Twitter o lo que se escucha decir por ahí. Nadie nos ha venido a decir nada, y ahora dicen que los de las 13.30 en adelante ya no pasamos. ¿He perdido mi día entero aquí?”

Mari Carmen, una auxiliar de limpieza del instituto San Eugenio en Acacias, temía que las malas noticias que le llegaban fueran en realidad causa del teléfono roto. “Se ha extendido la voz por ahí de que quienes tuvieran cita después de las 14.00 se podían ir. Que ya les avisarían otro día para volver”. Empezó a cundir el desconcierto. “Tengo hambre, mi hijo está solo, ¿quién debería cuidar de él?”, gritaba un profesor. Las dudas entre irse o quedarse asolaban al personal, muchos de ellos con niños de acompañantes, ya que no habían podido quedarse en casa.

Los policías a la entrada aseguraban que eso no era verdad, que las pruebas se les harían a todos los que estuvieran en la fila, “y si nos quedamos hasta las 22.00, nos quedamos hasta las 22.00”.

Sin embargo, los malos augurios se confirmaron poco después de las 15.00. Se paralizaban las pruebas para evitar (más) aglomeraciones. En un instante la fila se desdibujó y quedó por la mitad. Una hora y media después, ya no quedaba nadie. La Comunidad comunicó después que los próximos días seguirían con los test, repartidos en varios grupos para evitar lo que había pasado en el día. También rogó a los profesores que mantuvieran su turno. Justo eso mantiene el enfado latente: “La culpa, como siempre, de los demás”, lamentó M. J., una docente asistente.

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Sobre la firma

Nicholas Dale Leal
Periodista colombo-británico en EL PAÍS América desde 2022. Máster de periodismo por la Escuela UAM-EL PAÍS, donde cubrió la información de Madrid y Deportes. Tras pasar por la Redacción de Colombia y formar parte del equipo que produce la versión en inglés, es editor y redactor fundador de EL PAÍS US, la edición del diario para Estados Unidos.

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