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El viaje de siete amigos a Gandía que acabó con seis contagiados y un rastreo en busca de más casos

Esta es la historia, reconstruida por EL PAÍS, de cómo se hizo el rastreo de los jóvenes y sus contactos tras una semana en la playa. Una cadena de contagios que no ha sido aún notificada como brote

La playa de Gandía, el domingo 19 de julio.
La playa de Gandía, el domingo 19 de julio.Natxo Frances (EFE)
Isabel Valdés

Los contagios en Madrid se están multiplicando entre los adolescentes. Han llegado a septuplicarse: pasaron de 16 casos la semana del 6 de julio a 117 la semana del 20. Entre los jóvenes de 20 a 29 años han crecido de 54 a 308 en esos mismos días. Con la entrada en la llamada nueva normalidad, el 21 de junio, llegaron las reuniones sociales sin límite de personas —una cuestión que ha vuelto a limitarse a 10 asistentes tras la propagación al alza del virus—, las salidas a bares y discotecas, volver a ver a todos a quienes no se había visto en algo más de tres meses.

En ese contexto, las posibilidades de contagio crecen y la búsqueda de los contactos de quienes acaban dando positivo se complica. Rastrear el movimiento de jóvenes es una de las acciones más complicadas de este seguimiento: averiguar dónde se produjo el origen de la infección y cuántas personas han podido contraer el virus. Este es el caso de siete jóvenes de 18 años de Alcalá de Henares (Madrid), que fueron a pasar unos días a Gandía, y cuya experiencia ha podido reconstruir EL PAÍS. ¿Resultado? Seis positivos que hasta ahora no han sido notificados como brote.

Domingo 19 de julio

Cuando Victoria llegó a su casa en Alcalá de Henares traía ropa sucia en la maleta, una larga lista de fotos nuevas con sus seis amigos, la piel más morena y la covid-19. Aunque aún no lo sabía. Manuela, su madre, tampoco. “Por descartar” decidió cogerle una muestra y llevarla al día siguiente al trabajo, un centro de salud de Madrid donde es enfermera: “Estuve pensando en los brotes que había habido en Gandía, en que el lunes venía a verla su novio, en que nunca son pocas las precauciones”. También, dice, porque era consciente de que “estando asintomática” nunca le harían una PCR: “Además, tenía síntomas premenstruales, el calor que hacía… Se hubiese achacado a eso”.

Lunes 20 de julio

Mientras Manuela iba con la muestra hacia su trabajo, Carlota, una más del grupo con el que su hija había estado una semana en la playa, se despertó con fiebre. Cuenta que su madre, inmediatamente, le pidió que llamase al médico: “Me dijeron que no creían que fuese nada, pero que me hacían la PCR ese mismo lunes”. Se avisaron por WhatsApp de lo que estaba ocurriendo.

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Martes 21 de julio

A las 20.00 estuvo listo el resultado de Victoria: positivo. Tenía la sensación de estar agotada, dolor muscular y unas décimas de fiebre. “Le dije que hablara con el resto, que informaran en casa a sus familias y a sus centros de salud y avisé a Salud Pública”, recuerda su madre. Cogió entonces muestras en casa a otros cuatro de los chicos, a su hijo y al novio de Victoria, que entró el lunes por la puerta para verla tras las vacaciones y ya no ha vuelto a salir.

Miércoles 22 de julio

El informe de Carlota dio el mismo resultado que el de su amiga, positivo; y en pocas horas también supieron que se habían contagiado de coronavirus otras tres de las amigas. “En total, cinco de los siete que fueron a Gandía y el novio de Victoria, que se ha quedado aquí para no volver a su casa y evitar un posible contagio a su familia”, resume la madre.

Para entonces había comenzado ya el rastreo de la infección.

Salud Pública llamó a la joven ese miércoles, atendió el teléfono junto a su madre, que ya había hecho la labor de recopilar toda la información que sabía que iban a pedirle. Los rastreadores dividen la línea temporal de las preguntas en dos direcciones: la de intentar averiguar el foco del contagio y la de encontrar a los contactos a los que el enfermo ha podido transmitir el virus. Para saber a quiénes ha podido pasar la enfermedad, y si es asintomático, se enfocan en las 48 horas anteriores a la prueba; si tuvo síntomas, lo hacen en los dos días antes del inicio de esas señales. Y para conocer dónde pudo producirse la infección, se les pregunta por los 14 días anteriores, para intentar hacer asociaciones y ver cadenas posibles de contagio.

Los rastreadores dividen la línea temporal de las preguntas en dos direcciones: la de intentar averiguar el foco del contagio y la de encontrar a los contactos a los que el enfermo ha podido transmitir el virus

Manuela hizo previamente el interrogatorio completo: dónde estuvo, con quién, qué hizo. Tres preguntas básicas que se ramifican después en la entrevista y que pueden llegar a ser cientos de cuestiones según las circunstancias del infectado. Como podría haber ocurrido en este caso en el que la infección, aparentemente, llegó de Gandía, y si Manuela no hubiese reunido previamente cada movimiento de su hija.

La entrevista, recuerdan ambas, duró poco más de 15 minutos. Victoria contó que estuvo con sus seis amigos en un apartamento de alquiler del que no recuerda la dirección aunque sabría llegar de nuevo. “Íbamos a la playa durante el día y por las noches, varias de ellas, a un pub, un local interior. Llegábamos, nos sentábamos en una mesa y nos quedábamos ahí, no nos relacionábamos con otros grupos”, narra brevemente. Tampoco recuerda el nombre del bar.

Después, se iban a la playa: “Lejos de la orilla, había gente aunque no mucha en grupos, por la arena. Y agentes controlando”. Asegura que no tuvo contacto directo con nadie que no fueran sus amigos, usó siempre la mascarilla, se lavaba las manos y, si se cruzaban con alguien, tenían cuidado de no acercarse. “Era totalmente consciente del riesgo, la verdad. Aunque pensaba que ya lo había pasado porque cuando volví a casa en marzo [estudia Biomedicina fuera de España] mi madre estaba mala. Cuando me hizo la prueba me parecía algo muy remoto que fuera a salir positivo, ella tampoco lo creía”.

Era totalmente consciente del riesgo, la verdad
Victoria, 18 años

Manuela, que pasó el coronavirus el 14 de marzo, añade que su hija volvió en coche: “Con uno de los que dio negativo del grupo. Conducía la madre de este chico y su pareja”. Explica que las preguntas en el rastreo no llegaron a las dos semanas anteriores, sino que se centró en el viaje y, sobre todo, en las 48 horas anteriores al resultado de la prueba. Tampoco sabe qué ocurrió con los contactos del resto del grupo: “Entiendo que al menos se hizo ese seguimiento a sus familias”.

Carlota, la amiga de Victoria, dice que sí al otro lado del teléfono. “Al menos a mi casa sí llamaron para hablar con toda la familia, mis padres y mi hermana”, cuenta con la voz aún levemente ronca, aunque ya apenas tose, ya no tiene fiebre ni le duele la garganta. Les hicieron la prueba a todos: “Negativos”.

Ella cree que se contagiaron en el pub al que iban, aunque solo tuvieron contacto con los camareros, cuando se levantaban a pedir. No recuerda otro lugar en el que pudiera haber ocurrido. Sí sabe un par de detalles más que Victoria: “Unas chicas del mismo bloque donde nos alojábamos vinieron un día a pedirnos papel higiénico. Otro día nos las encontramos en la playa y me acerqué, pero sin acercarme mucho, ni siquiera me senté, para saludarlas y preguntarles qué iban a estudiar y eso”. Dice que en ese momento no llevaba la mascarilla: “Error mío, pero guardé la distancia y me volví enseguida a nuestro sitio”.

La última noche se bañaron en la playa. Ya había amanecido. Ya era domingo: “Algunas estábamos en el agua, Victoria estaba conmigo, y vimos que se acercaba un grupo de chicos a las que se habían quedado en la arena. Y no se iban”. Cuenta Carlota que salió del mar y les preguntó que, “para empezar”, dónde estaba la mascarilla. Le enseñaron el brazo. “A veces la gente es… De verdad… El caso, que acabamos consiguiendo que se fueran”.

Muy poco después, cogió un autobús una de las jóvenes del grupo. A las 11.00, el resto salió del apartamento. Victoria y un amigo se subieron al coche de la madre de este. Las demás se marcharon a esperar el autobús hacia Madrid que las recogería a las 14.20: “Nos sentamos en un banco a la sombra a comernos unos bocadillos”. El viaje, cuenta, fue “normal”, cada uno en su asiento, todo el mundo con mascarilla.

Yo ya lo tenía pensado: cuando llegase de Gandía me iba a pasar unos cuantos días con la mascarilla, por si había ocurrido algo no contagiar a mis padres
Carlota, 18 años

En la parada obligatoria para el conductor del autobús, de 45 minutos en una gasolinera, fueron al baño y nada más. ”Y yo ya lo tenía pensado: cuando llegase de Gandía me iba a pasar unos cuantos días con la mascarilla, por si había ocurrido algo no contagiar a mis padres”, recuerda Carlota. Se pasó ese domingo sin quitársela, sin tocar nada que no fuese imprescindible, guardando las distancias: “No sé por qué lo pensé así, pero lo hice. Y menos mal… Porque al final era que sí, podría haber contagiado a mis padres y a mi hermana. Menudo follón”.

El “follón”, resume Manuela, fue “muchísimo menor de lo que podría haber sido”. Su “corazonada”, porque no sabe explicar de otra manera por qué decidió coger una muestra de sangre de su hija aquel domingo, supuso una respuesta rápida para la contención del virus en su entorno. Y lo sabe. Aunque hay otras cuestiones que aún no conoce y que se pregunta: “¿Se informó por ejemplo a la Comunidad Valenciana?”. La Consejería de Sanidad de esa región no responde a “preguntas concretas” sobre “pacientes concretos” por “la privacidad de los pacientes”, aunque añade: “Siempre existe comunicación entre comunidades autónomas”.

La de Madrid no ha respondido a este diario a ninguna de las cuestiones sobre este contagio, que durante días Manuela esperó ver notificados como brote: “Lo es, son más de tres contagios fuera del mismo domicilio”. Por el momento, entre los 13 que registra la Comunidad, ninguno es este que comenzó con un viaje a la playa y acabó con seis jóvenes de 18 años pasando una cuarentena en casa.

Un autobús detenido para buscar un posible contagio

La llegada a Madrid desde Gandía de cuatro de los siete jóvenes que se marcharon de vacaciones una semana antes estaba prevista para las 20.00 del domingo 19 de julio. Pero tuvo un ligero retraso.

Cuando llegaron a la capital, no entraron en la estación. “La policía nos paró justo antes. Parecía un poco de película, había una furgoneta y agentes… Alguien, supongo que de salud pública, subió y nos informó de que había una persona que por la mañana había llamado en Gandía para informar de que tenía síntomas relacionados con la covid y que tenían que hacerle la prueba a él y a los que hubiesen tenido contacto directo”, cuenta Carlota al teléfono.

La persona a la que buscaban las autoridades estaba sentada al final del autobús: “Mi amiga y yo ocupábamos el asiento 9 y 10, delante del todo, las otras dos de mis amigas que también venían en ese autobús estaban cerca de nosotras. Así que nos dejaron irnos, pero allí se quedó él y todo el mundo que estaba sentado a su alrededor. Salió al día siguiente en la televisión, en el telediario”.

Carlota y sus tres amigas bajaron del autobús, recogieron sus mochilas y caminaron hasta el aparcamiento de la estación de Méndez Álvaro. Allí las esperaba su padre para recogerlas y llevarlas a casa.


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Sobre la firma

Isabel Valdés
Corresponsal de género de EL PAÍS, antes pasó por Sanidad en Madrid, donde cubrió la pandemia. Está especializada en feminismo y violencia sexual y escribió 'Violadas o muertas', sobre el caso de La Manada y el movimiento feminista. Es licenciada en Periodismo por la Complutense y Máster de Periodismo UAM-EL PAÍS. Su segundo apellido es Aragonés.

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