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Durante el confinamiento Madrid dejó de ser vibrante

Investigadores del Instituto Geográfico Nacional detectan una disminución en el ruido sísmico durante el confinamiento

El geofísico Rafael Abella y el ingeniero Juan José Rueda, investigadores del Instituto Geográfico Nacional, observan las mediciones del sensor de ruido sísmico instalado en el Real observatorio de Madrid y que muestran las mediciones durante la pandemia.
El geofísico Rafael Abella y el ingeniero Juan José Rueda, investigadores del Instituto Geográfico Nacional, observan las mediciones del sensor de ruido sísmico instalado en el Real observatorio de Madrid y que muestran las mediciones durante la pandemia.Víctor Sainz
Sergio C. Fanjul

El suelo sobre el que usted camina, que parece una cosa tan dura, experimenta vibraciones provocadas por sus pasos. Madrid es, pues, una ciudad vibrante, como todas las ciudades. En mayor medida, el suelo vibra por el tráfico rodado, la maquinaria, los grandes eventos, el tránsito ferroviario. Y esas vibraciones, llamadas ruido sísmico, se pueden medir. Lo hacen los investigadores del Instituto Geográfico Nacional (IGN), dependiente del ministerio de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana, y lo que han encontrado es que ese ruido sísmico madrileño disminuyó durante el periodo de confinamiento.

“Esperábamos que el ruido sísmico disminuyera, pero la bajada durante la Semana Santa fue sorprendente”, dice el físico Rafael Abella, “es que las calles estaban desiertas”. Mediante sus mediciones pudieron notar el momento en que los niños salieron de casa y empezaron a transitar en los alrededores del Retiro, que estaba cerrado. “Y esto es el paso del camión de la basura”, explica Abella mientras señala unas gráficas en las que, en efecto, en el silencio de la noche, se aprecia la muy vibrante llegada del servicio municipal de recogida de residuos. Por la noche, los investigadores quitarán de los registros los momentos de la visita de los periodistas, cuyas inexplicables pisadas también pueden adulterar en las gráficas. Es como si auscultaran al planeta Tierra, por la zona de Atocha.

“Nuestros equipos amplifican miles de veces el movimiento del suelo, que es del orden de los nanómetros”, explica el ingeniero Juan José Rueda, “y tomamos 200 muestras por segundo”. Un nanómetro es la millonésima parte de un milímetro. El dispositivo de medición, un prototipo que será utilizado más tarde en otros lugares, se encuentra en las instalaciones del IGN en el Real Observatorio de Madrid, en Atocha. Es único en la ciudad. Un lugar estratégico, lejos de edificaciones que pueden perturbar las mediciones y cerca de calles, vías de metro y de tren, además del Retiro, que producen ruido sísmico.

La madrugada del pasado sábado la cúpula de un edificio se derrumbó en la aledaña calle de Alfonso XII, a unos 80 metros del detector: el golpe principal provocó allí un desplazamiento de 13 nanómetros. En las mediciones se aprecia el momento del colapso y el ruido generado por las primeras labores de emergencia. También se distinguen claramente tres golpes principales más energéticos, atribuidos a diferentes volúmenes precipitados.

Durante el confinamiento este ruido fue bajando hasta llegar a mínimos (cuatro decibelios por debajo del nivel de referencia) en los días de confinamiento más duros, cuando se pararon todas las actividades no esenciales. Otros de los hitos de bajo ruido fueron el puente de San Isidro, el Primero de Mayo y, claro está, los fines de semana. “Ya desde el cierre escolar empezó a notarse, pero cuando se decreta el estado de alarma hay una bajada de dos decibelios”, apunta Rueda. Aunque no lo notemos, la actividad humana deja huella en el movimiento del suelo. Al igual que el aire, con menos contaminación y ruido acústico, la superficie del planeta también disfrutó del silencio civilizatorio. Cuando se acaba la fase más dura del confinamiento, el ruido comienza a recuperarse: la Nueva Normalidad en cuanto ruido sísmico se espera que sea parecida a la normalidad de toda la vida.

“Ya desde el cierre escolar empezó a notarse, pero cuando se decreta el estado de alarma hay una bajada de dos decibelios”
José Rueda, ingeniero
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Uno de los lugares donde este tipo de sensor tendrá utilidad es en las islas Canarias, donde hay importante actividad sísmica debido al entorno volcánico. Normalmente estas estaciones de medición se instalan en emplazamientos apartados, cuevas, donde hay bajo nivel de ruido, para detectar terremotos. Pero instalarlas en las urbes tiene sentido. “Nos interesa saber cómo esas ondas sísmicas se amplifican o se atenúan al llegar a la ciudad”, explica el ingeniero, “queremos saber cómo afectan a los sitios donde la gente vive: es importante a la hora de edificar”. Los ingenieros y arquitectos necesitan saber cuánto se mueve el suelo para levantar edificios o infraestructuras. Existen cierta normativa de edificios sismorresistentes, de obligado cumplimiento, dependiente de las características del lugar, particularmente de su sismicidad y de la naturaleza del suelo.

El geofísico Rafael Abella manipula el sensor de ruido sísmico instalado en el Real Observatorio de Madrid.
El geofísico Rafael Abella manipula el sensor de ruido sísmico instalado en el Real Observatorio de Madrid.VICTOR SAINZ

Otra utilidad de la prospección sísmica es conocer la formación del suelo en sus capas más superficiales. “Las ondas superficiales llevan información del camino que recorren”, expone Rueda, “si el suelo amplifica poco la onda, es que es de roca dura, si la amplifica mucho, del orden de seis veces más, es que un suelo es más suelto, más blando”. Son métodos que se usaron, por ejemplo, a la hora de realizar las últimas ampliaciones de la red de Metro.

Aunque es útil, el ruido sísmico también estorba para otros menesteres. La bajada de este ruido en todo el planeta, sobre todo cerca de poblaciones grandes, ha permitido un mejor funcionamiento de sismógrafos y estaciones sismológicas, según ha informado el Colegio Oficial de Geólogos. Esto a su vez, ha permitido estudiar con más precisión todo lo referente a terremotos, erupciones volcánicas o tormentas oceánicas.

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Sobre la firma

Sergio C. Fanjul
Sergio C. Fanjul (Oviedo, 1980) es licenciado en Astrofísica y Máster en Periodismo. Tiene varios libros publicados y premios como el Paco Rabal de Periodismo Cultural o el Pablo García Baena de Poesía. Es profesor de escritura, guionista de TV, radiofonista en Poesía o Barbarie y performer poético. Desde 2009 firma columnas y artículos en El País.

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