_
_
_
_
La crisis del coronavirus
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La experiencia personal de un médico internista: el silencio sepulcral del enemigo invisible

“Durante varias semanas me despertaba pensando que era una pesadilla”, escribe el jefe de Medina Interna del Hospital Ramón y Cajal

Luis Manzano, jefe de Medicina Interna del Hospital Ramón y Cajal.
Jaime Villanueva

Tengo 61 años, soy médico internista y profesor de Medicina, y disfruto mucho con mi trabajo. Sinceramente, lo que más me satisface de mi profesión es la relación con el paciente. Por eso soy internista, por el compromiso de resolver el problema del enfermo, independientemente del órgano que afecte. El objetivo de mi especialidad es el paciente en su conjunto, no una parte del mismo; por eso en Medicina Interna, no cabe la frase: “de lo mío está usted muy bien”, porque lo mío es “todo”, y es mi responsabilidad resolver directa o indirectamente, con la ayuda de otros compañeros, las dolencias que presenta. Sin estar en absoluto en contra de la Medicina Privada española, me identifico plenamente con el Sistema Sanitario Universal, que me permite atender al paciente por el mero hecho de su condición humana, sin restricción adicional alguna. No me imagino trabajar en un sistema que me impidiera atender a un enfermo por no tener “los papeles” en regla. Al menos, en mi experiencia, nunca lo he vivido.

Pues bien, manteniendo mi vida cotidiana (la actividad de hospitalización, la consulta general y de las unidades monográficas, las clases, los exámenes, etc.,) me entero a finales de diciembre, por la televisión, de que en China ha aparecido una nueva infección respiratoria por un virus, que estaba transmitiéndose rápidamente por la población y colapsando los hospitales.

La magnitud de la infección fue tal que más del 90%, es decir, prácticamente todo el hospital se ocupó por pacientes con covid. ¡inimaginable!

Me sorprendió, como a todos, las imágenes de las decenas de máquinas excavadoras iniciando la construcción, a marchas forzadas, de un hospital de 10.000 camas. Mi percepción en aquel momento era de perplejidad, por las medidas tan excepcionales que estaban tomando las autoridades chinas, para lo que yo pensaba era una nueva gripe como había sucedido en otras ocasiones. He de reconocer que lo vivía como algo muy lejano a mi entorno.

Pasaron los días, primeras semanas de enero, febrero, y empiezan a aparecer los primeros casos de infección por coronavirus en Europa, principalmente en Italia y España, incluyendo nuestro hospital. He de reconocer que en este momento nadie preveía, incluyendo expertos en Microbiología, Medicina Preventiva y Salud Pública, así como los clínicos que atendemos pacientes, la inmensa magnitud de la crisis sanitaria que iba a provocar el coronavirus. A pesar de que la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró la alerta internacional por este virus, todo el mundo en España pensaba que sería similar a la epidemia de gripe que sufrimos todos los años.

Y todo se acelera en la segunda semana de marzo. De repente empezaron a acudir a Urgencias de nuestro hospital, el Ramón y Cajal, decenas de pacientes con cuadros de neumonía e insuficiencia respiratoria, que sobrepasaban todas las previsiones que se habían estimado pocos días antes. El incremento de pacientes fue tal que obligó a habilitar plantas generales de hospitalización, como las de Medicina Interna, exclusivamente para los pacientes con covid-19. Y llegó el tsunami sanitario. Ya no eran varias decenas de pacientes los que ingresaban diariamente, sino más de 100, hasta casi 200 en un solo día. La magnitud de la infección fue tal que más del 90%, es decir, prácticamente todo el hospital se ocupó por pacientes con covid. ¡Increíble!, ¡inimaginable!, ¡inverosímil! Recuerdo que durante varias semanas me despertaba pensando que era una pesadilla lo que estaba viviendo. ¡Dios mío es verdad esto que está pasando! ¿Cuándo parará?

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

En dos semanas (del 16 al 30 de marzo), las camas ocupadas por pacientes infectados pasaron de unas 100 a 1.030, y prácticamente todo el personal del hospital se dedicó a atender a los pacientes con covid. Además, se hizo un gran esfuerzo organizativo en cuanto a camas de pacientes críticos (más de 100) y de cuidados intermedios para soporte respiratorio no invasivo (unas 30), atendidas por el servicio de Neumología. Este despliegue formidable de recursos permitió en nuestro hospital, a pesar de la magnitud del problema, una atención de calidad, no solo a los pacientes en planta convencional, sino a los pacientes más graves.

La experiencia emocional

Esta ha sido y sigue siendo una experiencia llena de emociones y sentimientos intensos y a la vez contrastados. Por una parte, el entorno físico del interior del hospital, con las salas y los pasillos completamente vacíos, las habitaciones cerradas pero ocupadas por pacientes, e inmerso en un silencio sepulcral, creaba un ambiente de aprensión, en el que sentía uno la sensación de estar amenazado por un enemigo invisible y silencioso. Era una escena fantasmagórica jamás vista antes por mí.

Esta es una experiencia desgarradora que me enseña una vez más que el mayor sufrimiento humano no lo produce la enfermedad, sino la soledad

Otro aspecto que me ha conmovido y me sigue conmoviendo es la situación de los pacientes y la familia. En estos momentos de tanta necesidad de afecto, cariño y contacto humano, los pacientes están solos, sin poder relacionarse con su familia, e incluso pueden fallecer sin estar acompañados por sus seres queridos. Esta es una experiencia desgarradora que me enseña una vez más que el mayor sufrimiento humano no lo produce la enfermedad, sino la soledad.

Además, el virus nos ha golpeado duramente también a los profesionales, ya sea directamente a algunos de nosotros, o a nuestros amigos o familiares. Los sentimientos han llegado a ser tan intensos que he visto a compañeros llorando, rotos emocionalmente. Incluso a mí mismo se me saltó alguna lágrima en una ocasión

Pero en contraste con estos sentimientos de tristeza, aprensión y desesperación, esta situación también nos ha dejado experiencias humanas muy valiosas y gratificantes. Actitudes tan nobles como la solidaridad, la amistad e incluso la hermandad entre compañeros, y el cariño y afecto de los pacientes, han estado presentes todos los días.

Quiero expresar mi agradecimiento y reconocimiento a los profesionales del hospital, desde los miembros del equipo directivo, hasta cada uno de los trabajadores de todos los colectivos, sin excepción. Permítanme que destaque a cuatro compañeros médicos con los que he mantenido una estrecha colaboración diaria, incluso los festivos y fines de semana, que ha reforzado intensamente nuestra amistad: Jaime Masjuán (Neurología), Beatriz Montero (Geriatría), Jesús Fortún (Enfermedades Infecciosas) y David Jiménez (Neumología).

A partir del 1 de abril disminuyó considerablemente el diluvio universal, de manera que en el momento actual tenemos tan solo 330 pacientes con covid-19. Es una auténtica barbaridad 330 pacientes, pero imagínense como sería con 1.030. Ahora estamos en pleno proceso de retorno a la normalidad, intentando atender de una forma diligente, eficaz y segura a los pacientes con otras enfermedades, que han tenido que esperar por la magnitud de la pandemia, pero siendo conscientes de que probablemente haya un rebrote de la enfermedad covid-19.

¿Se podía haber previsto lo sucedido y haber tomado medidas preventivas y provisto de recursos de materiales de protección? En mi opinión, cuando uno examina el pasado con lupa o con el retrospectivoscopio es fácil detectar errores y faltas, y todo se argumenta. Lo difícil es interpretar el pasado viviéndolo en tiempo real, con la información y los medios que se tenía en su momento. Es la mayor crisis sanitaria desde la guerra civil. Como dije al principio, nadie previó la enorme, la descomunal magnitud de este problema.

Para mí, más importante que buscar culpables es reflexionar sobre la forma en que se gestiona la atención sanitaria en nuestro país. Teniendo en cuenta que la enfermedad no respeta costumbres, culturas ni idiosincrasias, ¿no sería mejor un plan integral de salud y de prestación de servicios sanitarios único en España?

Luis Manzano es jefe de Medicina Interna del Hospital Ramón y Cajal

La experiencia personal: anecdotario de los madrileños durante la crisis sanitaria

Algunas de las historias recogidas en La Experiencia Personal, relato coral de los vecinos de Madrid durante el estado de alarma.
Algunas de las historias recogidas en La Experiencia Personal, relato coral de los vecinos de Madrid durante el estado de alarma.EL PAÍS

Un relato coral de los vecinos de Madrid a través de textos en primera persona.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_