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Los comerciantes chinos reabren y ponen en marcha su desescalada en Madrid: “Tengo que pagar el alquiler"

Las tiendas de ultramarinos de la comunidad china, toda una institución de las calles madrileñas, se suman tímidamente a la nueva normalidad de la capital

Zhan Owei, de 47 años, en su comercio del barrio de Lavapiés.
Zhan Owei, de 47 años, en su comercio del barrio de Lavapiés.Manuel Viejo González

Las cervezas de última hora, el chocolate de las diez, los hielos, las golosinas para las series de Netflix: las tiendas de barrio regentadas por inmigrantes chinos. Ellos fueron los primeros en cerrar, algunos incluso en febrero. Alertaron al resto de madrileños de la crisis sanitaria que se avecinaba y dejaron la persiana echada a pesar de que por ley podían abrir. Ahora a cuenta gotas, cada vez más y más ultramarinos chinos reabren y devuelven vida a las apagadas calles de Madrid. La muletilla de la desescalada arranca en los comercios asiáticos de barrio. “¿Cómo pago la luz de casa, el gas, el alquiler?”, cuenta Zhan Owei, de 47 años, con dos hijos y con una mascarilla puesta detrás de la barra de su comercio cercano a la plaza de Tirso de Molina. Dice que ha abierto hace unos días porque ya no podía más, pero que esta nueva normalidad no le ayuda a levantar las cuentas: “Gano muy poco. No es como antes porque no viene gente”.

¿Qué les ha llevado a abrir? Si al principio de la pandemia cerraron por responsabilidad, ahora lo hacen porque no aguantaban más la asfixia económica. La otra cara de la pandemia ya golpea fuertemente en sus comercios. “Algunos han sufrido robos. Otros han tirado el género a la basura. Ya no podían seguir más tiempo cerrados”, dice Beini Qian, gestora del bufete JC, que asesora a negocios chinos en Madrid, donde viven cerca de 50.000, según el INE. “La mayoría siguen cerrados porque todavía hay mucho miedo al virus. De hecho, este domingo nos asustamos cuando la gente salió a la calle en masa”.

“Estamos más o menos tranquilos”. Dawei Ding informa todos los días a la comunidad china por el micrófono rojo de los estudios de China FM, en el 92.2 de la FM de Madrid. Dice que al inicio de la pandemia recibía cientos de mensajes al día de sus paisanos. Sus oyentes están organizados en seis grupos de WeChat ―el WhatsApp chino― con cerca 500 personas en cada grupo. “Me cuentan ahora que están sufriendo mucha presión económica, como todo el mundo. Estos días les preocupa mucho que se produzca un nuevo rebrote”.

El treinteañero chino Javier, apodo que ha escogido para dirigirse a los españoles, abrió en diciembre su tienda de alimentación justo donde arranca el mercado de El Rastro de La Latina. La persiana la subió de nuevo este martes a las diez de la mañana tras estar un mes confinado. “El Carrefour y el Dia también están abiertos, ¿no? Tengo que abrir porque tengo muchos gastos en casa”. Calcula que ingresará unos 50 o 70 euros al día. Hoy ha vuelto a la normalidad: cerrará a medianoche.

El que también tiene un horario a prueba de conciliación es Bai, propietario junto a su esposa de la tienda de alimentación Mirian, en la calle Alonso Cano, en el barrio de Chamberí. Hace 13 años que el matrimonio llegó a España. Aquí han tenido a sus dos hijos, que antes de la cuarentena, después del colegio y todavía vestidos con el uniforme, competían a ver cuál de los dos encontraba los productos en las estanterías que solicitaban los clientes. “Abro por dinero. No podía aguantar la situación mucho más tiempo”, explica Bai, ayudado del traductor de Google del teléfono.

La tienda tiene menos género que cuando se cerró, una semana antes del estado de alarma. No fue de los que se marcharon a China, sino que ha hecho el confinamiento, muy estricto, en su piso a una calle de la tienda. En el mostrador ha colocado un plástico con una pequeña abertura por donde cobra y da el cambio. Lleva mascarilla. A un lado guarda un bote de gel. Mientras atiende a los pocos clientes que entran por la puerta ve en la pantalla del móvil una serie de ficción china.

En la manzana todavía no han abierto más comerciantes de alimentación chinos. Permanece el frutero de la misma nacionalidad que nunca se fue. Desde el principio se parapetó detrás de unos plásticos y aguantó los peores momentos de la pandemia con el negocio abierto. Sus ventas crecieron, ayudadas por el incremento de las ventas a domicilio. Lleva una gorra de los Yankees que baja hasta taparle casi los ojos. Es su forma de protegerse de una posible vía de contagio. Bai cree que en las próximas semanas el resto de la comunidad china que tenga autorización se incorporará a la vida pública. Así lo están acordando en los chats de comerciantes donde cuentan todas sus avatares.

Un poco más al sur, en el barrio de Trafalgar, solo dos establecimientos tenían este martes la puerta abierta. En uno de ellos, próximo a la plaza de Olavide, una mujer ordenaba cajas de fruta y verdura en la entrada de un local oscuro con las estanterías vacías. Prepara la apertura de su comercio para este miércoles. “Abrimos 29 abril. Atendemos domicilio. ¡Muchas gracias!”, indica un cartel en la puerta. Los vecinos, de seguro, vivirán más tranquilos sabiendo que la tienda china de la esquina ha vuelto. Los descuidos a la hora de comprar en el supermercado no serán ya una condena.

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