_
_
_
_
Bocata de calamares
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

No saldré jamás de casa

Me imagino el día en el que recuperemos la libertad de movimientos: será raro. O no será

Sergio C. Fanjul
Calle Eloy Gonzalo de Madrid.
Calle Eloy Gonzalo de Madrid.Josefina Blanco (Europa Press)

¿Cómo será el día en que nos dejen salir de casa? Trato de imaginarlo: es por la mañana, me visto de gala y bajo al portal. Por el cristal enrejado entra una claridad que ciega, entrecierro los ojos, abro la puerta y veo el mundo atravesado de una luz azulada y de un silencio metálico. Ya se puede salir y, sin embargo, no hay nadie en la calle. Un ciervo pasa galopando.

Alcanzo a ver, a lo lejos, otros portales con las tímidas puertas abiertas y otras cabezas de otros vecinos que dudan, que se quedan en el umbral, agazapados, igual que esos cuerpos que se asoman a los balcones, que aparecen sutilmente apartando un visillo, como si fuera a pasar el ángel exterminador, como en Buñuel. Ya se puede salir, pero nadie sale. Eso imagino. No pienso salir nunca más.

Habrá acabado el confinamiento, las semanas más extrañas de nuestras vidas, pero ya nada será como antes: algo ha cambiado ahí afuera, aquí dentro. El mundo exterior parece inútil, banal, absurdo, un decorado de cartón piedra. Probablemente el prójimo, aquellos a los que amamos, ya solo existan pixelados dentro de una videoconferencia que se entrecorta al atardecer. Subo la escalera, regreso a casa, cierro la puerta con llave, me miro en el espejo, soy feliz, y decido no abandonar nunca mi hogar: solo al supermercado, la única extensión útil del universo que encierran estas siete paredes.

Recuerdo Madrid lejanamente, como aquella ciudad que gustaba de echarse a la calle y rozarse contra sí misma, celebrando copas del mundo, orgullos homosexuales, fiestas populares, pequeñas revueltas, en ferias esotéricas, recitales, conciertos y latas de cerveza callejeras. A partir de ahora me quedaré en casa, como un anti-Baudelaire, fascinado por la monstruosidad de las pelusas, confesando con el lavavajillas, entrando a meditar en la nevera y cerrando la puerta detrás. La tostadora, las figuras de Lladró, los cursos por YouTube, los peluches y Liliana me acompañan.

Ya no sé dónde acaba mi cuerpo y donde empieza mi casa, si esto es mi brazo o mi cuarto de baño, si esto es mi joroba o mi cocina, si esto es mi balcón o mi vergüenza. He descubierto espacios en mi piso de alquiler que desconocía, de la misma manera que he explorado nuevas zonas de mi cuerpo de alquiler, de mi persona en venta, y todo ello lo he aprendido a utilizar de formas asombrosamente nuevas (la quinta os va a sorprender). Tengo un cactus en la ventana desde hace seis años y medio, y nunca lo había mirado seriamente: el parecido es sorprendente.

Imagino la sociedad que se queda en casa, la economía destruida, el planeta floreciente, la humanidad extinta y el Universo que sigue su camino indiferente, como si aquí, en este pequeño planeta, nunca hubiera pasado nada. Lo imagino mirando fijamente el gotelé que me rodea.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Sergio C. Fanjul
Sergio C. Fanjul (Oviedo, 1980) es licenciado en Astrofísica y Máster en Periodismo. Tiene varios libros publicados y premios como el Paco Rabal de Periodismo Cultural o el Pablo García Baena de Poesía. Es profesor de escritura, guionista de TV, radiofonista en Poesía o Barbarie y performer poético. Desde 2009 firma columnas y artículos en El País.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_