No molábamos tanto
¿Podremos ser igual de heroicos y solidarios cuando no haya pandemia? Es nuestra deuda con las víctimas
Danny Glover es el actor que acompaña a Mel Gibson en Arma Letal. Es, además, un activista social. Cuando el huracán Katrina devastó Nueva Orleans se dijo que aquello se había convertido en Tercer Mundo. Glover señaló que ya lo era antes: la catástrofe solo había evidenciado una realidad incómoda e inadvertida.
Algo así, mutatis mutandis, está ocurriendo: el coronavirus está evidenciando la precariedad preexistente. Aflora ese amplio sector de la ciudadanía que vivía en la cuerda floja, al día, a salto de mata, personas a las que una falta de ingresos temporal les lleva al arroyo: no se puede pagar el alquiler, no se puede comer, no se puede vivir. Se nos derrumba el negocio o nos echan a la calle. Además, nos cuesta vivir sin la estructura vital del curro, nos cuesta disfrutar la vida en bruto, estar con nosotros mismos. Lo dijo Pascal: “Todas las desgracias del ser humano se derivan del hecho de no ser capaz de estar tranquilamente sentado y solo en una habitación”.
Veo desde el balcón a uno que mendiga en la puerta del supermercado. A las ocho aplaude como un vecino más. De noche veo a otros que rebuscan víveres en los cubos de basura, delante del mismo supermercado: hasta la policía pasa de ellos. Una familia en Madrid vive confinada dentro de su coche porque no tienen otro sitio.
Esta precariedad la vemos en las clases más vulnerables pero también en grandes y pequeñas empresas. Todo se va a pique. No había red ni colchón. El sistema era sorprendentemente frágil, una farsa carcomida, un bluff, una figurita de cristal. Debajo de Instagram, de la grasa de la sociedad espectacular y mercantil, de las llamadas al éxito y a la molonitud, había una España, un mundo, que no molaba tanto.
Celebremos el “escudo social”, aunque tenga agujeros y no pueda llegar a todas partes. El Estado y la gente corriente están tratando de ayudar a los más débiles, a los enfermos, a los pobres, a los solitarios, a los sin techo, a los trabajadores, a las empresas, a los que ven el futuro nublarse.
¿Por qué no somos heroicos a vida completa? ¿Nuestra solidaridad es solo excepcional? ¿Pasará como pasan los buenos sentimientos cada Navidad para volver a la brutal competición, a la sociedad de ganadores y perdedores? Algunos autores, como el teórico del decrecimiento Serge Latouche, hablan de la “pedagogía de la catástrofe”: las crisis que nos enseñan a hacer las cosas mejor. Menos consumismo atroz, menos turismo descerebrado, más cuidados y respeto al medioambiente. ¿Green New Deal? ¿Decrecimiento?
Probablemente todo volverá a ser igual de cutre, estúpido e injusto que tras otras crisis. Soñemos, de momento. Estamos en deuda con las víctimas. Una deuda que podemos pagar haciendo que su sufrimiento, o su muerte, no haya sido en balde. Que el futuro, aunque se vea chungo, sea un mundo más justo
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