Diario visual de un portero con mascarilla
La cámara de Ángela Losa se incrusta durante el confinamiento en la vida del guardián de su edificio
Cada día comienza con la misma coreografía. Héctor Gusta pulveriza un combinado de alcohol y agua de colonia sobre las manillas de cada puerta, los botones del elevador, el asa del cubo de las basuras, buzones, espejos, interruptores y clavijas. El coronavirus anida hacia las yemas de los dedos y en esta finca del norte de Madrid con 100 viviendas todo aquello que se pueda tocar se debe desinfectar. Y de paso, perfumar.
Las tareas para cercar la pandemia se combinan con las habituales de una portería como la que gobierna este uruguayo divorciado de 51 años. Tras regar los dos patios y pulir el mármol de los suelos, Gusta aparca el trabajo higiénico. Consulta entonces el teléfono corporativo para asistir a los vecinos más necesitados. La mayoría son viudas de 80 años en adelante que se encierran en su casa abrumadas por la crisis sanitaria. Hoy la señora Carmen pide filetes de merluza y jabón lavavajillas. Teresa quiere latas de atún, queso cheddar y manzanilla.
Gusta le entrega la lista de la compra manuscrita a su avanzadilla: la fotógrafa Ángela Losa, de 32 años, quien se encarga de salir al supermercado. La ansiedad la condujo a refugiarse en la garita los primeros días del confinamiento: “Vivo sola y no tener rutinas me estaba matando. Necesitaba hablar con alguien. En Héctor encontré a un amigo”. Así terminó enmarañada en la red solidaria que trenza su portero. A diario, Losa deja los recados en el ascensor y las bolsas suben hasta sus destinatarios sin que peligre la distancia de seguridad. La artista registra todo el proceso desde su objetivo fijo de 50 milímetros.
Estos días sobrecogen las avenidas desahuciadas, pero la vida continúa tras las fachadas. “Documentar la crisis del coronavirus implica cruzar a la esfera privada”, anota ella. Su cámara congela un momento insólito que en esta comunidad revela la importancia de alguien como Gusta. Sin embargo, el sindicato del gremio en la capital asegura que durante los últimos seis años ha desaparecido uno de cada tres puestos de trabajo en las fincas de pisos. En esta casa no se conocen contagios de coronavirus y muchos vecinos lo achacan, en parte, a la entrega del portero. No solo porque este se empeñe en mantener a raya con químicos al célebre germen, sino porque evita a los demás salidas prescindibles a la calle.
Gusta también vive en el edificio y tan pronto repara una cisterna como riega las plantas de otros durante las vacaciones o exhibe en un rincón, antes inútil, las maquetas que levanta de catedrales imaginadas y ligeros veleros. Los habitantes le confían sin ambages sus miedos y fantasmas. Se ha granjeado en un lustro la confianza de muchos, también durante este inciso en la pauta cotidiana. “Cuando vienen mal dadas, aflora la verdadera esencia de las personas. Es hoy cuando hay que dar la talla y tratar bien a los demás. No podemos dejar que la epidemia conlleve un fracaso moral”, asevera él.
“Esta es una pequeña familia y para mí es un placer cuidar de ella. Se me retribuye con cariño y agradecimiento”, agrega Gusta. Preguntado por su abnegación, recuerda el refrán que repite a su hijo Samuel de 7 años, que reside con la madre: “Le digo que no tenga miedo a pedir y tema solo robar. A la gente le cuesta comunicar lo que necesita, pero a mí me gusta ayudar y escuchar. Sobre todo, a la gente mayor. Compartimos consejos y recetas. Me recuerdan a mi abuela, que está allá, en nuestra tierra”.
Allá, en su tierra, él se adiestró en el oficio. Comenzó hace un cuarto de siglo, regentando la portería de un bloque con 125 plantas. Después se trasladó a Buenos Aires, donde llevó a cambo las mismas funciones en otra torre infinita, esta vez junto al Estadio Monumental, el templo futbolero de River Plate. Como manda el código del guardés, Gusta aprendió a vestir corbata negra y camisa blanca. En función de la tarea, sobre ella se enfunda una americana oscura o chaleco de trabajo caqui. A su conjunto se suman desde hace unas semanas los guantes de látex azul y la mascarilla quirúrgica. Es el signo inconfundible de estos tiempos.
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