La última videollamada

Morir no se lo deseo a nadie, ver morir a un familiar tampoco. Pero saber que un familiar al que quieres mucho va a morir y no poder despedirte, menos. Cuando todos hacíamos vida normal, mi tía (C) mandó un mensaje: “La abuela está malita, le cuesta respirar y tiene fiebre”. Ese fue el comienzo del fin para la matriarca de nuestra familia.

Ella crió a nueve hijos sin marido, quien murió estando ella embarazada de la novena. Una auténtica guerrera, desde luego. Finalmente tuvo que ingresar en el hospital. Para que uno de sus hijos pudiera estar con ella tendría que comprometerse a pasar una cuarentena. Mi madre no lo dudó. Es también sanitaria y ha heredado esa parte de mujer guerrera y generosa. Entré con mi madre y esperamos hasta que nos acompañó una enfermera. Creo que nunca olvidaré esos minutos.

Solo un frío “ánimo” a mi madre es lo que pensaba que iba a poder decir, pero la enfermera me dijo que podía asomarme y ver por última vez a mi abuela. Mi abuela es una señora que no pierde la sonrisa ni en sus últimos momentos. Cuando me vio sonrió y dijo: “Hombre, Jaimuchi...aquí estoy, hecha un asco”. Me fui sabiendo que era la última frase que me diría.

Los días empiezan con el mensaje de mi madre al grupo de la familia comentándonos la situación. “Los médicos dicen que es cuestión de horas. A mi tía (M) se le ocurrió hacerle un homenaje y todos empezamos a subir fotos. “Qué foto más bonita”, “siempre sonriendo”, “Y haciendo el tonto”. Esto surgió cuando mandaron una foto del videomatón de mi boda con mi abuela de 93 años disfrazada, y como siempre, sonriendo. Mi madre se encarga de enseñarle nuestros mensajes y transmitir todo a modo de corresponsal. Por la noche les mandé un audio y me contestaron con una última videollamada. Una vez más el sentido del humor y la sonrisa estaban presentes en mi abuela.

A todo esto la vida sigue. Mi tía (C) se ha encargado de hablar con el tanatorio. Las normas son claras: si tiene coronavirus no puede haber velatorio. Ellos se encargarán de ir al hospital a buscarla, la meterán en una bolsa estanca y en la caja que la familia haya elegido. Después irá al cementerio de La Almudena, que es donde está su marido. Ahí podremos ir diez a despedirnos de la jefa. “Cuando todo este drama pase, se podrá hacer una misa para mi madre”, me ha dicho (C). Mi abuela no merece morir casi sola, ni sus hijos no poder despedirse de ella. Esta es una historia para ellos. Adiós Abuela, siempre te recordaré con esa sonrisa.

Jaime Casal es vídeoperiodista. Esta tribuna pertenece a la serie La Experiencia Personal, que EL PAÍS Madrid publica a diario durante la cuarentena por coronavirus. Puedes leer aquí la experiencia personal de Celia Blanco (Funeral Malasañero), Esther Arroyo (“Liberar espacio: a mi abuela de 93 años la sacan de paliativos”), de Miguel del Arco (¿Cómo estar tranquilo cuando sabes que tienes una plantilla?), de Mariah Oliver (“Dos meses sin cobrar el sueldo”), de Victoria Torres (La tribu se pone en marcha) , de Juan José Mateo (Ojo, que tiene 38º) o de la Doctora María Sainz Martín (Ponerse al día).

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