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Usuarios con mascarillas y sin tocar barrotes ni puertas: así viven los usuarios de metro el coronavirus

La empresa aguarda las órdenes de Sanidad para tomar cualquier decisión

Varios usuarios de Metro, este jueves.
Varios usuarios de Metro, este jueves.VICTOR SAINZ
Manuel Viejo

Ay, el coronavirus bajo tierra. “No sabe uno por dónde viene. Lo mismo por aquí, que por allí”. El madrileño Antonio Mateos, de 50 años, llegó este jueves por la mañana a su puestecito de la ONCE en el interior de la boca de metro de Callao. Sonriente, instaló su pequeño quiosco verde, se puso su chaleco y comenzó a despachar a los clientes. Una rutina que va camino del tercer año. “Mi mujer fue este miércoles al Mercadona a comprarme un bote de gel con alcohol. Me dijo que estaba agotado en todos lados”.

— ¿Hay algún décimo para el coronavirus?

— Por supuesto, el 38742.

Y se ríe. Por si acaso: no hay ninguna explicación para ese número, como el origen del brote. Mateos muestra el botecito rosa de alcohol que, dicho sea, ha bajado una cuarta parte en solo tres horas. “No me lo echo cada vez que vendo, ¿eh?; pero sí cada cierto rato”. Dice que la semana pasada observó por primera vez a una señora con una mascarilla. Llegó a su puesto, se bajó la máscara de la cara y le preguntó por una calle cercana. A él, sorprendido porque no acostumbra a verlas al diario, le hizo gracia y… empezó a toser. La señora no quiso escuchar dónde estaba la calle y salió pitando del metro. “Lo que no puede ser es que se quite la mascarilla para hablar conmigo”.

Una usuaria de Metro con mascarilla, este jueves.
Una usuaria de Metro con mascarilla, este jueves. VICTOR SAINZ

La atmósfera en el suburbano ha cambiado desde el inicio de la crisis del coronavirus. A la frase: “Tenga cuidado para no introducir el pie entre coche y andén”, habría que sumar “y si escucha a alguien toser, no se asuste”. Los viajeros que escuchan el eco de una tos apuntan sus miradas inquisitivas a un potencial paciente cero. A derecha y a izquierda, como pistoleros de reflejos rápidos. Ni que decir tiene si a alguno o alguna se le ocurre toser al aire y no taparse con el codo. La sensación es similar a la de un grupo de WhatsApp donde todos son administradores: “Hay que echar a este tipo de aquí cuanto antes”. En resumen: se recomienda toser para dentro.

“Estamos preparados para lo que nos indiquen las autoridades sanitarias”, cuenta un portavoz de Metro por teléfono, que asegura que las cifras siguen siendo las mismas: 2,3 millones de usuarios cada día. “Todo funciona con normalidad. No hay ninguna directriz. Son los expertos sanitarios los que tienen que establecer lo que hay que hacer en caso de que tengamos que hacer algo”. ¿Y con la limpieza diaria de los vagones? Que no hay novedad. Que todo sigue el protocolo de siempre.

En las oficinas de Metro en Atocha, donde salen viajeros a borbotones, cuatro trabajadoras con bata blanca atienden a los usuarios desde las siete de la mañana hasta las diez de la noche. Aquí el bote de gel azul con alcohol ya va por la mitad. “Pero ese lo ha traído nuestra compañera del turno de la tarde, que está obsesionada con limpiarse desde antes del coronavirus”, cuenta una de ellas. “A nosotros Metro nos ha dado toallitas y están en ese cajón". Provisiones.

Por Atocha camina perdido el jubilado Alfredo de Lucas, de 65 años. “Quiero coger la línea nueve, pero no me ubico bien”. Como llueve, ha optado por el tren. “Toso sin ponerme la mano porque hay pandemias más peligrosas”.

— Le gusta el riesgo.

— El riesgo está en salir de casa cada día.

Todo lo contrario a Daniel García y a Diego Martín, dos estudiantes de Informática de 20 años que acaban de salir de un examen y llevan varios días tomando precauciones. “Intentamos no apoyar las manos en las barras y no abrir las puertas”. Este método es muy llamativo. En los últimos días casi nadie posa la mano en los barrotes. Ahora se lleva el estilo codo: se rodea al barrote con el puño cerrado y se cierra sobre el pecho. Nadie sabe qué ha sido de los viajeros que ostentaban el cinturón negro en buscar miniespacios en los asideros. De los Michael Laudrup del suburbano, ni rastro.

Lo mismo ha sucedido con los abreyadeunavez. Un tipo de usuario que antes de llegar a la estación de destino ya estaba con los dedos en la manilla para girarla. Ahora, con el coronavirus, se viven unos segundos de tensión en la puerta. Los viajeros se agolpan y, con cierto disimulo, esperan a que uno de ellos dé el primer paso y se atreva a girar la manilla. A veces los héroes no llevan capa. O si hay que pasarse de estación, se pasa.

“Esto me recuerda a lo de la gripe A”, cuenta María Pilar García, que lleva limpiando las escaleras del metro más de 30 años. “Yo limpio igual que antes, pero sí es cierto que ahora veo a más gente con mascarillas”. Dos de ellas son las portuguesas Joana Castro, de 22, y Angélica Jose, de 23, que acaban de pisar por primera vez Madrid y explican su ritual en la estación de Callao: “El coronavirus está en todos lados. Nosotras somos de Oporto y hay mucha gente en cuarentena. Cada vez que tocamos cualquier cosa nos echamos el gel y en el metro nos ponemos las mascarillas”. Y al salir a la calle, se las quitan.

Información sobre el coronavirus

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Sobre la firma

Manuel Viejo
Es de la hermosa ciudad de Plasencia (Cáceres). Cubre la información política de Madrid para la sección de Local del periódico. En EL PAÍS firma reportajes y crónicas desde 2014.

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