El ingenio del Botafumeiro visita el taller: puesta a punto para seguir volando otros 400 años
La caída de un tornillo desencadena una restauración completa del mecanismo que permite al incensario alcanzar los 68 kilómetros por hora en su vaivén por la Catedral de Santiago

Hace ya una década larga que se fue de este mundo Armando Raposo, uno de los últimos seres míticos, hay quien dice mágicos, que habitaban la Catedral de Santiago y conocían todos sus rincones y secretos hasta que el cataclismo del robo del Códice Calixtino obligó a poner orden en esta casa del Señor. Ahora todo es menos romántico, pero más profesional y más técnico, y la Fundación Catedral creada entonces está detrás de todas las obras y restauraciones que se han sucedido en este tiempo. Raposo ostentaba desde 1964 el cargo de tiraboleiro mayor, es decir, jefe de los tiraboleiros, el equipo de ocho hombres cubiertos con túnica granate que son la fuerza motriz del Botafumeiro. Los tiraboleiros tiran acompasados de los ocho cabos que forman la maroma de este incensario gigante, un artefacto volador que lleva monopolizando el espectáculo de la liturgia ante el altar mayor de la basílica compostelana desde la Edad Media. Entre flashes, exclamaciones y aplausos, peregrinos, turistas, celebridades, monarcas y demás mandatarios en visita oficial acaban con la boca abierta y festejan el vuelo del artilugio de metro y medio de altura y 53 kilos de peso. El Botafumeiro alcanza los 68 kilómetros por hora pendulando sobre las cabezas, y las fotos siempre son del ambientador bañado en plata y de los tiraboleiros. La imagen de Armando Raposo, un hombre pequeño, frenando con su cuerpo el recipiente volador como si agarrase un toro por los cuernos ilustra álbumes de viajeros de todo el planeta. Pero en lo que casi nadie repara es en el ingenio que desde lo alto de la Capilla Mayor organiza ese juego de fuerzas que hace posible la danza ritual del incensario.
Este mecanismo situado bajo el cimborrio funciona desde dos años después de idearlo el aragonés Juan Bautista Celma en 1602; pero en 2024 escupió un tornillo. Fue su particular llamada de atención, desde ahí arriba. Cuando lo bajaron con una grúa, los carpinteros y mecánicos comprobaron que estaba peor de lo que imaginaban. Había sido reparado, sin moverlo, hacía solo cuatro años, y en sus tripas de madera y hierro se acumulaban otras intervenciones anteriores hechas “sin coherencia”, explica Javier Alonso, arquitecto de la Fundación Catedral, en un vídeo difundido por la institución estos días. Tanto había que corregir ahora, que la puesta a punto del sistema de vuelo se alargó varios meses.

El “ingenio” del Botafumeiro encargado por los canónigos a Celma se compone de dos tambores de madera, uno de 29 centímetros de diámetro y otro de 58, fabricados con tablillas de nogal y castaño. Los tambores giran en ambos sentidos y funcionan solidariamente unidos por un eje de madera que lleva dentro otro de hierro con dos cojinetes en los extremos. Todo esto va montado en una cimbra, también metálica, que se apoya sobre las cuatro principales columnas del crucero de la basílica. El movimiento pendular del Botafumeiro tiene lugar a lo largo el transepto, o brazos de la cruz latina que forma el templo. La primera referencia documental del funcionamiento del gran incensario aparece en una anotación al margen en el Codex Calixtinus, el Botafumeiro es citado como “turibulum magnum” (y de ahí “tiraboleiro”). Pero el ingenio que ahora pilota el vuelo fue mandado construir por el Cabildo de la catedral para mejorar el sistema (que ya acumulaba algunos accidentes) hace cuatro siglos.
Al desmontar el mecanismo, los técnicos vieron que había fisuras y “daños importantes” en los dos tambores. Además, había elementos oxidados y “el eje estaba descentrado”, y todo junto provocaba “holguras, vibraciones y mal funcionamiento”, resume el mecánico Jesús Puente. Hubo que cambiar maderas y reforzar los tambores con discos de madera encolados. Los anteriores discos, que ya estaban rotos, iban asegurados con pasadores de acero, pero en las pruebas físicas se comprobó que la tensión se concentraba en estos puntos. El encolado, según el ingeniero industrial José González Piñeiro, “disipa la tensión”.
Por otra parte, según el carpintero Rubén González, se descubrió que el roce de la cuerda había desgastado la madera. A él se le encomendó la fabricación de los nuevos refuerzos interiores, que fueron colocados “con las vetas transversales” para mejorar la resistencia, y la recuperación de ideas del proyecto original, como las cuñas de madera, que habían sido cambiadas por otras metálicas. Pablo Fraga, carpintero metálico, se encargó de darle cojinetes de bronce nuevos al viejo mecanismo, pero su tarea “más difícil” fue enderezar el eje de acero, que “estaba mancornado” por el trabajo continuado del Botafumeiro. Gracias a esto, el vuelo ahora es más limpio, sin zozobra.

La restauradora Mercedes Cortázar fue llamada para recuperar la policromía, deteriorada bajo una capa de “manufactura industrial” y sin interés que ahora se ha eliminado. La rehabilitación del ingenio sirvió para recobrar la policromía de 1776, en azul, oro y negro, pero además se identificó y estudió la original, de 1604, en blanco, dorado y negro. Todas las piezas estaban pintadas, las de madera y las de metal.
A la vez que se iba restaurando el invento de Celma, se estudió la mecánica y se efectuaron los cálculos de los esfuerzos que soportan ambos tambores y cómo estas tensiones desembocaron en la rotura de los discos que aportan la solidez a su estructura. José González Piñeiro, ingeniero industrial, explica en el vídeo que “dependiendo del manejo” por parte de los tiraboleiros, de cómo peguen “el tirón”, “depende el desgaste”. Se cree que a lo largo de la historia de la catedral pudo cambiar tanto la disposición de la cuerda como la forma de tirada y esto “habría aumentado el deterioro” pero no impidió que el mecanismo funcionase cuatro siglos.
El Botafumeiro empezó a volar dentro de la basílica compostelana en la Edad Media, con el fin de contrarrestar el enrarecido ambiente que se generaba cuando los peregrinos —muchas veces enfermos, y siempre con su largo Camino pegado al cuerpo y a las ropas— dormían dentro. El sistema de poleas y rodaduras fue evolucionando hasta que se instaló el modelo diseñado por Celma. El historiador José Antonio Puente recuerda que la decisión emanó del Cabildo de la catedral, que quiso “darle más prestancia y vistosidad” a la ceremonia. El autor elaboró entonces una maqueta en madera a tamaño natural. Las medidas eran exactas para que en la forja vizcaína no quedara margen para el error. Hay documentos que recuerdan que la pieza viajó en barco hasta Galicia porque era un transporte “más barato” para un objeto que “pesaba mucho”, pese al temor de los canónigos de que los corsarios asaltasen el buque.

Cuatro siglos después, la pericia y el tacto en el manejo que han prolongado la vida del artilugio siguen siendo cruciales. El tiraboleiro Manuel García revela algunas de las pautas que transmiten de generación en generación estos asistentes del culto vestidos de granate. “En las siete primeras tiradas hay que ir muy suave, hasta que el Botafumeiro [en su vaivén cada vez más amplio por el transepto] pasa las rejas del altar mayor”, describe. Una vez que supera esa línea que todos conocen “se puede tirar con más fuerza”. En el frenado, la experiencia es también fundamental. Cada vez que se echa a volar el aparato cargado de carbón e incienso, el ritual dura 17 “ciclos”, y cada ciclo un vaivén completo, ida y vuelta, por las naves transversales.
Armando Raposo fue el último tiraboleiro mayor que hubo en Santiago. En su taquilla de la sacristía, el veterano trabajador del templo guardaba como tesoros los dos únicos estudios, uno en inglés y otro en castellano, que él consideraba “autorizados” acerca del mundialmente famoso incensario. O Botafumeiro: parametric pumping in the middle ages (1984) y Física del Botafumeiro (1990), firmados ambos por el catedrático de Física en la Escuela de Ingenieros Aeronáuticos de la Universidad Politécnica de Madrid Juan Ramón Sanmartín. El investigador recreó el movimiento del Botafumeiro en el túnel de viento, calculó las fuerzas con ecuaciones y llegó a explicar cómo se produjeron varios de los accidentes históricos que recogen las crónicas compostelanas.

Según contaba Raposo, orgulloso de saber tanto sobre el tema, la primera vez que cayó el Botafumeiro fue el 25 de julio de 1499, día de Santiago, mucho antes de que se instalase el mecanismo de Celma. El ambientador gigante volaba en lo más alto, en aquella misa solemne a la que asistía Catalina de Aragón, describiendo un arco de 82 grados y 65 metros, a 68 kilómetros por hora, cuando se rompió una de las cuatro cadenas que sostenían el cuerpo principal. Las otras tres no resistieron y el Botafumeiro salió disparado como un misil hasta aplastarse contra la puerta de Platerías. El segundo fallo que se recuerda tuvo lugar el 23 de mayo de 1622, ya con el ingenio instalado. Se rompió la cuerda de esparto, y el Botafumeiro, que entonces era de plata maciza, se desplomó sobre los tiraboleiros, aunque no hubo víctimas mortales.
Con el tiraboleiro mayor ya como testigo acaecieron, al menos, otros dos sucesos. En una ocasión, el incensario atropelló en su frenada a un acólito y le rompió varias costillas. Otra vez, durante una misa contratada para un congreso internacional en Santiago, había un grupo de alemanes más interesados en la mecánica de los tambores que en el baile del Botafumeiro. Se fueron acercando poco a poco para estudiar la dinámica inventada por el aragonés, y uno se arrimó tan peligrosamente que, según contaba Raposo, el incensario acabó golpeándole en toda la cara. Aquella misa terminó en Urgencias con un tabique nasal roto. Pero esa vez, por fin, la estrella del espectáculo había sido el ingenio de Juan Bautista Celma.
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