Laraño, el pueblo gallego en guerra contra los paneles gigantes de la vía del tren: “El sol es un derecho”
Los vecinos de un núcleo de Santiago de Compostela se rebelan contra la muralla antirruido, mamparas metálicas de cinco metros de altura. “Si me quitan ver los trenes, me matan”, avisa Lourdes, enferma de esclerosis múltiple
Café de sobremesa al calor de la cocina de leña de la casa de Milagros Mosquera, Luis Forján y su hija Lourdes. El sol de invierno, en esta Navidad tan anticiclónica en Galicia, pega todavía fuerte en el emparrado ya sin hojas que adorna la fachada y penetra por las ventanas inundando la estancia cerca ya de las cinco de la tarde. Dentro, el aire huele a sano y todo está impoluto. Esta vivienda, construida hace 60 años en el pueblo de Laraño (Santiago de Compostela) por los padres de Milagros cuando ella era aún una niña, fue reformada a conciencia durante la pandemia para adaptarla a la enfermedad que le cambió la vida a Lourdes, la esclerosis múltiple.
Con una minusvalía reconocida del 72%, esta vecina de 48 años se ha convertido en uno de los símbolos de la causa que mantienen los habitantes de Laraño desde hace un mes. Fue entonces cuando, por sorpresa, porque nadie les “consultó” lo que opinaban, descubrieron que este núcleo, que creció a ambos lados de la vía del tren que une Santiago y la provincia de Pontevedra, iba a quedar partido en dos mitades por una especie de “muro de Berlín” de chapas metálicas y opacas de hasta cinco metros de altura.
La empresa estatal Adif (Administrador de Infraestructuras Ferroviarias, la mitad de la antigua Renfe responsable de las vías, señales y estaciones) califica de “obra de interés general” la instalación de nuevas mamparas antirruido a lo largo del trazado, pero la escasa distancia a las viviendas, apenas cuatro metros, no solo impedirá ver la otra mitad del pueblo, con la bella y vieja iglesia parroquial asomada a la vía férrea, sino que robará la luz del sol y, en invierno, dejará en tinieblas y a merced de “la humedad y el verdín”, unas 60 fachadas a partir del mediodía.
Esta fue, hace ya siglo y medio, la primera línea de la historia del ferrocarril en Galicia (entre la estación de Cornes en Conxo, Santiago, y la localidad pontevedresa de Carril), gestionada por el abuelo de Camilo José Cela, John Trulock, y estrenada por la Sarita, aquella primera locomotora de vapor que hoy se expone en la fundación del Nobel en Padrón. Con el tiempo, los propietarios de las tierras limítrofes quisieron construir allí las casas de sus vidas y estaban obligados a pedir permiso a Renfe.
Así, por ejemplo, cuenta Milagros que hicieron sus padres “hace 62 años”. Con la autorización en la mano, levantaron sus muros al borde del camino paralelo a la vía por el que hoy circulan los coches en doble sentido. Cuando se instalen —según el proyecto, de forma inminente— los nuevos paneles de lo que ahora es una doble vía electrificada, la base de las mamparas metálicas se retranqueará “medio metro” y “ya no cabrán dos coches”, auguran en Laraño. Los vecinos temen, incluso, quedarse sin bus. Pero lo que más les asusta a todos es perder el sol. En las viviendas, en las huertas, en los jardines, en los árboles frutales.
“La luz del sol es un derecho humano”, reivindica Juan Antonio, que vive un par de casas más abajo de la de Milagros y que estos días, tan inusualmente luminosos de diciembre, se ha dedicado a retratar con el móvil los rayos que entran por sus ventanas, porque teme que pronto será todo oscuridad. “Nadie tiene derecho a quitarnos el sol y el día, que es algo que nos da Dios”, claman, por su parte, los padres de Lourdes: “Es una cuestión de salud”.
La hija enferma asiente y cuenta que tuvo que dejar su trabajo en una pastelería y que apenas puede ya salir de casa, por lo que ver pasar los trenes —“unos 30 al día” si se cuentan los que cruzan, como una exhalación, “en las dos direcciones”— le da la vida. El ferrocarril, que hoy hace “mucho menos ruido que los diésel de antes”, apunta Juan, es parte de la esencia de Laraño, marca los ritmos igual que las campanas de la iglesia y es un cordón umbilical “con el mundo” para Lourdes. “Si me quitan ver los trenes, me quitan una de mis pocas alegrías, me matan”, advierte.
Julio Fernández, el presidente de A Xunlla de Laraño, la asociación vecinal, ha enviado cartas al ministro de Transportes, Óscar Puente, y al Defensor del Pueblo. Los altísimos y opacos paneles que sustituirán a los actuales, bajos y de metacrilato traslúcido pese a la pátina acumulada durante años, “generarán una sensación de muro que dividirá a los vecinos” y afectará “profundamente” la cohesión social y la calidad de vida, argumenta en las misivas.
“La ciudadanía en general no consulta el BOE”, recalca Fernández, así que “la tramitación ha pasado desapercibida” para una comunidad en la que, una vez conocido el caso, “ha generado un rechazo masivo”, expresado en los carteles pegados por Laraño y en las manifestaciones y concentraciones que se han organizado contra reloj. En una protesta, los vecinos llegaron hasta las puertas del Ayuntamiento de Santiago, en la Praza do Obradoiro: querían que la alcaldesa, Goretti Sanmartín (BNG), los recibiese o bajase a hablar con ellos, pero no lo consiguieron. En señal de protesta por el silencio del consistorio, los vecinos rechazaron la invitación a la recepción de Navidad enviada por la alcaldía a las asociaciones vecinales.
El rechazo a las enormes pantallas metálicas de Adif se extiende por otros núcleos habitados a lo largo del trazado. En los lugares de Francos y Osebe, en el municipio de Teo, lindante con el de Santiago, las barreras ya instaladas precipitaron el pasado viernes que el pleno del Ayuntamiento aprobase una moción para pedir al ministerio que revise sus cálculos, la propagación acústica, las dimensiones y el tipo de material. Creen que las mamparas podrían ser más pequeñas y transparentes y “cumplir igualmente la legalidad” sin afectar tan drásticamente la vida de las personas.
A mediados de noviembre saltó a la prensa local la noticia de un proyecto de Adif para colocar, por 11 millones de euros, un centenar de paneles en distintos puntos del eje atlántico ferroviario. Pero en Laraño fueron los operarios quienes levantaron la liebre, los días 26 y 27 de noviembre, cuando fueron a hacer catas en la carretera y a marcar los nuevos tramos de panel con aerosol colorado sobre el asfalto. Por ahora, solo levantaron una “mampara piloto” ante una de las fincas particulares. Y después, desde que saltaron las alarmas, ya no hubo más actividad. A través de sus protestas, esos vecinos, “a los que nadie consultó”, han conseguido al menos una llamada del jefe de obra y la promesa de una reunión con personal de Adif durante el mes de enero en el local social de Laraño.
Los residentes en Laraño vivieron el desdoblamiento de la vía hace dos décadas y dicen que “nunca nadie se quejó por el ruido” a la compañía ferroviaria. “No tenemos ni una grieta y dentro de casa no se oyen ni siquiera los trenes más ruidosos, que son tres: el que lleva la basura a la planta de tratamiento, el de la madera y el del pienso”, enumera con rotundidad Milagros. Ella está dispuesta a dar la batalla “sobre todo” por su hija, “pero también por todos los vecinos”. “No se pueden tomar decisiones que afectan a la vida de la gente desde un despacho en Madrid”, protesta. “Cuando vengan los de Adif, pienso sacarles todos los informes médicos de Lourdes y además les voy a decir: ustedes pongan los paneles, que yo les cambio su piso por mi casa. Vénganse aquí a vivir en penumbra, a ver qué piensan entonces de esta obra de interés general”.
“Aquí nadie desea esos paneles, nadie los pidió”, repiten todos en Laraño. “Fue una pena no haberlos pedido, porque seguro que si los pedimos no nos los ponen”, tercia de nuevo, socarrona, Milagros. Pero luego se le ensombrece la cara: su hija, con mucho esfuerzo, ha logrado dejar la silla de ruedas y se mueve con ayuda de un bastón y una muleta de cuatro pies.
A veces, cuando sale a pasear por el pavimento de su finca y corre a saludarla el perro, Lourdes se desequilibra y cae. Eso es lo que más teme Milagros, que su hija se desplome cuando ella no está. “Si marchábamos, avisábamos a mi hermano, que vive en esa casa de enfrente”, señala. Hasta ahora, el tío de Lourdes quedaba pendiente, desde el otro lado de la vía. Pero, con los gigantescos paneles, lamenta Milagros, “ya no podrá controlar si la rapaza necesita ayuda”.
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