La Guardia Civil cerca a los autores de un sabotaje a 1.000 vides que mató cepas de 200 años
Algunos ejemplares estaban siendo estudiados en el CSIC porque se desconocía la variedad de uva. “Además de un delincuente eres un cobarde”, reprochan los cooperativistas en una carta abierta a quien ordenó la tala nocturna
La cámara de una vecina nave industrial de calefacción y gas capta a las doce y veinte de la noche cómo se viene abajo la primera cepa. Hay unos bultos que se mueven a la entrada de la finca de 7.000 metros cuadrados situada a la vera de la carretera nacional 550, que vertebra el occidente de Galicia desde A Coruña hasta Tui. La grabación, ya en manos de la Guardia Civil, es el preludio del sabotaje a un viñedo de la denominación de origen Rías Baixas, en el municipio pontevedrés de Barro, a un mes de la fecha en la que debería empezar la vendimia de Albariño.
Alrededor y entre las propias vides hay rosales, lantanas, agapantos, hortensias y otras plantas ornamentales que nadie ha tocado junto a cepas cercenadas por el pie, unas 940 entre las 980 que estaban a punto de dar su cosecha de uva este año. El ataque “terrorista”, como lo definen los 11 socios de la Cooperativa Moraima, la más grande de la comarca de Pontevedra, pero la más pequeña de la famosa denominación de origen, se perpetró en la madrugada del jueves 1 al viernes 2 de agosto y aseguran que no responde a ningún ajuste de cuentas entre gente del sector, ni por parte de la competencia ni por parte de trabajadores.
“No hay deudas, no tenemos problemas con nadie y estamos muy saneados... o lo estábamos hasta el viernes”, corrige sobre la marcha Roberto Rivas, uno de los cooperativistas que estos días recibe a la prensa y las teles bajo el emparrado agostado y difunto del que aún cuelgan los racimos malogrados. “Nosotros tenemos una sospecha y la Guardia Civil trabaja con esa hipótesis”, comenta antes de cerrarse en banda para no perjudicar la investigación. Los cooperativistas apuntan a la “polémica creciente en las zonas de viñedos con los tratamientos fitosanitarios” que emplean los viticultores.
Según fuentes relacionadas con el caso, las pesquisas cercan ya a un posible responsable del sabotaje, que no habría actuado directamente sino encargado el golpe a un grupo que entró en el viñedo de noche, armado con sierras y cizallas manuales, además de motosierras de batería, “que hacen menos ruido”. Se cree que los verdugos del viñedo actuaron ordenadamente, siguiendo las filas que marcan los postes del emparrado, y que actuaron con rapidez, porque en medio de la noche se les quedaron algunas zonas sin repasar. Esas pocas vides, manchas verdes entre tanta hoja seca, amarilla y marrón, son las supervivientes a partir de las que los bodegueros volverán a organizar la futura plantación.
Entre las vides sentenciadas hay muchas de albariño, caíño y ratiño, esta última uva, también propia de la zona, pero más desconocida, estuvo casi desaparecida y actualmente se halla en vías de recuperación en la provincia de Pontevedra. Casi todas estas cepas fueron plantadas por los cooperativistas cuando hace cuatro años se hicieron cargo de este terreno cedido por una vecina que vive allí al lado. Los viticultores habían esperado hasta ahora y esta sería la primera vendimia en la que darían producción. Otras de las vides muertas, sin embargo, son “insustituibles y de valor incalculable”, centenarias o bicentenarias. Después de sobrevivir a los siglos, estas gruesas cepas cortadas siguen llorando savia por el tronco seccionado cinco días después del ataque. “Si hubiera sido en primavera”, alguno de los antiquísimos pies podría volver a brotar, lamenta Rivas, “pero ahora es imposible”. Entre estas vides viejas, alguna de uva tinta estaba siendo estudiada por la Misión Biológica de Galicia (CSIC) “porque todavía no se había logrado identificar la variedad”.
Esta finca es una más entre las que trabajan los cooperativistas de Moraima. Su propietaria cedió la viña, abandonada desde hace años, con la única condición de que los socios conservasen las vides más antiguas, de sus antepasados. Junto a la casa de esta señora y a la vera del viñedo, hay otras dos o tres viviendas habitadas. “Tú, querido saboteador, que no jugabas de pequeño debajo de una parra, no eres todavía consciente de la entidad de lo que has hecho, porque no estamos hablando solo de dinero”, publica en la web de la cooperativa su presidenta, Salomé Cancela.
“Si lo que querías era hacernos daño, enhorabuena, lo conseguiste. Puedes estar satisfecho. Tus esfuerzos (o los de quienes hicieron el trabajo sucio por ti, porque estamos seguros de que además de un delincuente eres un cobarde) dieron sus frutos”, reconocen los socios de la bodega en su “carta abierta al saboteador”. “Desde el pasado viernes, todos los que formamos parte de Viña Moraima estamos sin habla, con el corazón encogido, y un dolor que tardará mucho en pasar. Si alguna vez pasa”, lamentan.
Los hechos investigados se produjeron en plenos fastos de la 72ª Festa do Albariño en Cambados (Pontevedra), un evento anual del que primero fue asiduo Manuel Fraga y después Alberto Núñez Feijóo, que actuaba como Gran Maestre en la tradicional ceremonia de investir a las Damas y Cabaleiros del Capítulo Serenísimo, con capas diseñadas por Adolfo Domínguez. Algunos socios de Moraima acudieron al banquete de los viticultores el fin de semana, mientras la Guardia Civil ya investigaba el suceso. Allí recibieron el apoyo de los otros bodegueros. “Nadie que pertenezca a este mundo sería capaz de atentar así contra un viñedo”, les reconocían. Y no pocos señalaban en la misma dirección: “La guerra contra los fitosanitarios”.
Si las vides de cuatro años cortadas iban a producir por primera vez, los cooperativistas miran a dentro de otros cuatro años para obtener una cosecha de las plantas con las que se proponen sustituir el millar de cepas guillotinadas. El sabotaje aplazará los frutos, pero no cambiará para nada los métodos: los productores volverán a tratar el viñedo con pesticidas cuando lo consideren necesario. Grupos ecologistas y sindicatos advirtieron a finales de junio sobre el desembarco de grandes empresas foráneas del sector del vino en las comarcas donde se cultiva la denominación Rías Baixas. Alertan de la sustitución de masas forestales por explotaciones de viñedo donde proliferan los tratamientos químicos.
Según los cálculos de la cooperativa, este año las uvas perdidas en el ataque les supondrán un agujero de 30.000 euros, pero la cifra hay que “multiplicarla por cuatro”, recuerda Roberto Rivas. Dejarán de ganar “unos 120.000 euros”, confirma Salomé Cancela. Esto, sin contar el valor de las centenarias, imposibles de reducir a números. “Eso no se paga, y ver llorar a un socio de 85 años tampoco”, comenta con tristeza Rivas, mientras se aferra a la parra sin vida de una viña antigua. “La cepa es fuerte, resistente; se adapta a las condiciones en las que le toca vivir, estación tras estación, año tras año”, concluye la carta pública de la Bodega Moraima. “La cepa es memoria, es sabiduría, es historia. Pero también es frágil, y es suficiente un corte para que todo desaparezca para siempre”.
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