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Hallado el rastro del último eremita gallego

Una inscripción en una peña confirma la presencia de eremitas en el monasterio de San Pedro de Rocas hasta comienzos del siglo XIV

Inscripción del abad Munio en el monasterio de San Pedro de Rocas, en Esgos (Ourense), en una imagen cedida por los investigadores que la han descubierto.
Inscripción del abad Munio en el monasterio de San Pedro de Rocas, en Esgos (Ourense), en una imagen cedida por los investigadores que la han descubierto.NataliaFigueirasPimentel y Jorge López Quiroga

Entre las provincias de Lugo y Ourense estalla impactante la Ribeira Sacra: un paisaje de vértigo que atraganta la visión con la montaña partida en dos para que, allá al fondo, el Sil, encajado entre cañones, pueda surcarla levemente. En este oasis sobre el que se suceden los monasterios que los monjes cistercienses fundaron en la Edad Media y que insiste en aspirar a ser declarado Patrimonio Mundial por la Unesco, ha aparecido ahora el rastro del último eremita gallego: Munio, un asceta tardío. Un abad que en el siglo XIV eligió la sobriedad del monasterio rupestre de San Pedro de Rocas, en el municipio de Esgos (Ourense) para dedicar a la vida contemplativa sus últimos años de vida.

Lo han descubierto los investigadores Jorge López Quiroga (historiador y arqueólogo de la Universidad Autónoma) y Natalia Figueiras Pimentel (historiadora, conservadora y restauradora de la Universidad Complutense) que trabajan desde hace cuatro años en el conjunto monumental de Rocas, en el corazón de la Ribeira Sacra.

Ambos investigadores han hallado una inscripción en una gran peña que acredita que Rocas fue retiro del abad Munio a comienzos del siglo XIV. Se trata de “una excepcional inscripción inédita de gran relevancia con el nombre de un importante ermitaño”, sostienen sus descubridores. Aseguran que la piedra, una losa funeraria, es un testimonio único sobre los últimos nueve años de vida del abad, que antes, entre 1321 y 1327, había regido el destino del monasterio de San Salvador de Celanova (Ourense), uno de los más importantes de la Península Ibérica. La inscripción confirma la documentación basada en la tradición oral sobre la presencia de eremitas en este monasterio aun a comienzos del siglo XIV, de la que no existía constancia gráfica ni material.

La presencia del abad en este monasterio había sido recogida documentalmente en 1972 por el canónigo-archivero de la Catedral de Ourense Emilio Duro Peña a partir de una publicación de Arturo Vázquez Núñez en el Boletín de la Comisión de Monumentos de Ourense (1902-1905). Este se había basado en un anónimo del siglo XVIII. No obstante, no existía constancia gráfica ni material de ello.

El hallazgo, de hace apenas unas semanas, cubre con un testimonio rotundo una laguna con la que se encontraba la candidatura de la Ribeira Sacra para su declaración como Patrimonio Mundial ya que no se podía demostrar fehacientemente la existencia del eremitismo en esa zona. El Icomos (Consejo Internacional de Monumentos y Sitios), órgano asesor de la Unesco, pedía una mejor justificación, en la documentación de la propuesta, motivo por el que la Xunta de Galicia y el Ejecutivo central pactaron la retirada de la candidatura que ya se ha retomado.

Se sospechaba la presencia de los eremitas porque la leyenda así lo indicaba “pero no había constancia material y podría ser un mito”, afirman los investigadores. Consideran que la aparición de este nombre propio en la piedra funeraria “es una prueba material irrefutable y se muestran convencidos de que la ermita de San Munio, que se cita en fuentes que recogían la tradición oral del siglo XVIII, estaba allí mismo y posiblemente queden restos.

A los investigadores no les extraña el lugar elegido por el prior para pasar en soledad los últimos años de su vida, considerando “la fama de sacralidad” del gran complejo rupestre y la tradición eremítica que hunden sus raíces en pleno siglo VI, en tiempos de otro personaje fundamental en la historia de Galicia, san Martín de Dumio, obispo de Braga”. Sostienen que la inscripción fechada en el año 573, tradicionalmente considerada como la lápida fundacional de Rocas, es en realidad una monumental tapa-relicario que cubría el receptáculo en donde se guardaban importantes reliquias del monasterio dentro del identificado por ellos como armario-relicario rupestre del interior de la iglesia. Afirman que esa inscripción fue copiada de una más antigua, la original del siglo VI, entre los siglos IX y X, momento en el que se construyeron las tres capillas excavadas en la roca.

La piedra con la inscripción relativa a la presencia del último eremita se encuentra a cierta distancia del núcleo del complejo rupestre, de la misma forma que otros hallazgos de Figueiras y López Quiroga. Es el caso de la veintena de celdas talladas en la propia roca de forma continua comunicadas por escaleras, rodeadas por canales en los que discurría el agua, “un auténtico paraíso terrenal” poblado de ascetas. Un descubrimiento que los investigadores hicieron hace algo más de dos años.

“El monasterio rupestre no fue sólo una iglesia en la roca, sino una extensión de entre 30 y 40 hectáreas repletas de ermitas, celdas y peñas sagradas, “una gran lavra eremítica”, señalan los profesores. Así, sostienen que cuanto más se alejan de las capillas, más ahondan en los orígenes milenarios de San Pedro de Rocas. Ha ocurrido con la fuente de San Benito, en el camino que desciende desde el antiguo cementerio parroquial, ahora abandonado y casi oculto con una escultura contemporánea del artista Acisclo Manzano: “Resulta ser una tumba excavada en la roca, quizás doble, situada junto a una antigua celda eremítica”.

Figueiras y López Quiroga han identificado en este entorno no sólo el santuario rupestre y un panel de las manos grabadas, sino además una sobria y solemne cátedra episcopal situada al extremo de un banco corrido para celebraciones litúrgicas en el exterior que, sostienen, se ilumina con precisión casi matemática, como todo el santuario rupestre y el panel de las manos, en el solsticio de invierno y en el equinoccio de primavera. Se trata del culto al sol rendido a lo largo de los siglos y “luego reinterpretado en un contexto y significación cristianos, en lo que constituye un espacio sagrado y sacralizado durante milenios”.

Los historiadores iniciaron su trabajo en Rocas en el proyecto Petra Sacra, con vistas a su inclusión en el expediente de candidatura a Patrimonio Mundial de la Ribeira Sacra y desde hace un año realizan la misma investigación como miembros de la Fundación Moreiras-San Pedro de Rocas de la que son patronos y responsables de su comité científico internacional. Desde el inicio de sus investigaciones han ido encadenando hallazgos de trascendencia y significación histórica.

Convencidos de que irán desvelando muchos más secretos de los que encierra San Pedro de Rocas, los autores del hallazgo muestran su satisfacción por la concesión del Premio Cultura Gallega 2021, en la categoría de Patrimonio Cultural, a este monasterio, “probablemente el más antiguo de Galicia y uno de los mayores complejos rupestres eremíticos de la Península Ibérica”, cuyo valor han difundido internacionalmente con sus hallazgos.



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