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El sainete de Ourense: tres ediles y 19 asesores gobiernan la tercera ciudad gallega

La ruptura de un partido local y el empeño del PP por evitar que acceda a la alcaldía el PSOE, la lista más votada, mantienen paralizado el Ayuntamiento

Jacome felicita a Jose Luis Baltar
El alcalde de Ourense, Gonzalo Pérez Jácome (a la izquierda), saluda al presidente de la Diputación, José Luis Baltar, tras la elección de este como presidente de la institución provincial.Brais Lorenzo

En Ourense gobiernan desde hace nueve meses tres concejales de los 27 que tiene la corporación. Son los restos de un naufragio político iniciado cuando en las últimas elecciones municipales el presidente provincial del PP, José Manuel Baltar, perdió la mayoría absoluta en la Diputación que durante más de tres décadas había atesorado su familia. Constatando que su patrimonio se iba a pique y que el PSOE, la lista más votada en la ciudad, no tenía mayoría, Baltar no hizo ascos a un pacto con su mayor enemigo político, el estrafalario líder del pequeño partido Democracia Ourensana (DO), Gonzalo Pérez Jácome, que llevaba años ridiculizándolo y soñando con ser alcalde. Baltar le entregó la ciudad y amarró la Diputación. Alcanzado el objetivo, comenzó a forzar su dimisión. No lo consiguió, pero DO se fracturó. Jácome hace ahora equilibrios con dos ediles que le han quedado de los siete iniciales mientras el PP rechaza el acuerdo con el resto de grupos para firmar una moción de censura que lleve estabilidad al Ayuntamiento. Ello pondría al PSOE al frente de la ciudad.

Los resultados de las elecciones municipales de 2019 en el Ayuntamiento de la capital ourensana —la tercera ciudad más poblada de Galicia, con 105.000 habitantes— sentenciaron que la gobernabilidad solo sería posible si el PSOE, con nueve ediles, o el PP, con siete, pactaban entre sí o cualquiera de ellos con DO que, aunque con menos respaldo, había empatado en número de concejales con el PP. Los dos escaños alcanzados respectivamente por BNG y Ciudadanos no eran decisivos.

Jácome se había convertido en llave y, pese a sus sonadas mofas de Baltar (lo interpelaba públicamente denominándolo “psicópata de corbata”) y a que había centrado su campaña en pedir el voto para acabar con él, llegado el momento no dudó en pactar. Baltar le entregó la ciudad a su látigo político y Jácome consolidó a Baltar en la Diputación haciendo exactamente lo contrario de lo que había prometido a sus votantes. Así fue como el líder de DO vendió su alma al diablo —según su propia definición—, sin percatarse de que este sabía más por su vieja trayectoria familiar, de la que heredó sus cargos, que por diablo.

En apenas un año de mandato, el alcalde se vio sorprendido por una revuelta interna, si no espoleada desde el PP sí respaldada. Cuatro de sus concejales lo traicionaron y emprendieron un camino de denuncias judiciales contra él que, aunque finalmente no han prosperado, lo pusieron contra las cuerdas. Con ese pretexto, el PP forzó la máquina en busca de su dimisión. Los populares secundaron a los críticos de Jácome, abandonaron el gobierno local y se sentaron en la oposición a la espera de ver caer al regidor. No ha ocurrido.

Contra pronóstico, lejos de arredrarse, Jácome se creció. Con sus dos únicos ediles fieles, se atrincheró en la alcaldía. Y a medida que el gobierno local menguaba, él aumentaba sus asesores: tiró de chequera pública y contrató al mayor número posible: 19, a los que sumó otros tres cargos directivos (Coordinador General, Recursos Humanos e Inteligencia Artificial). Los cuatro grupos de la oposición se reparten ocho trabajadores eventuales.

El despropósito municipal, con la ciudad encallada y gobernada por tres ediles y el batallón de asesores, parecía requerir de urgentes acuerdos de la oposición. PSOE, BNG y Ciudadanos exploraron posibles soluciones y llegó a estar sobre la mesa una moción de censura contra Jácome, pero para sacarla adelante era necesario el respaldo del PP.

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Tanto el presidente gallego, Alberto Nuñez Feijóo, como Baltar advirtieron de que la apoyarían solo si el cabeza de lista del PSOE y ganador de las elecciones, Rafael Rodríguez Villarino, se apartaba. No obstante, en cuanto este aceptó el órdago y anunció que daría un paso a un lado por el bien de la ciudad, Baltar subió la apuesta: le exigió que entregara las actas (al perder la de concejal perdería la de diputado provincial) y que se fuera a su casa, lejos de la política institucional en donde a él le molesta su presencia, según ha reconocido.

Feijóo arropó de nuevo a Baltar en esta petición y Ourense volvió a quedarse como estaba: con Jácome en el alambre, apenas sostenido por los dos ediles leales de los siete obtenidos en las urnas. Y por los asesores. Con el presupuesto prorrogado, el minigobierno local se ve obligado a negociar con los grupos operaciones de crédito para cuestiones básicas. Mientras tanto, Baltar ya se ha garantizado su permanencia en la Diputación gracias a una tránsfuga de Ciudadanos.

Antes de permitir que gobierne la ciudad la lista más votada, Baltar prefiere acercarse de nuevo a Jácome. Ya que no ha podido doblarlo en la agotadora partida de la primera mitad del mandato, no descarta volver en el segundo tiempo a los restos de la coalición de gobierno que rompió e intentar rentabilizarlo con vistas a las próximas municipales. Jácome ya reconoce “conversaciones al más alto nivel” para volver a abrazarse al PP.

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