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EH BILDU
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

EH Bildu evoluciona hacia la normalidad política

La coalición ‘abertzale’ crece en una Euskadi en relevo generacional y con el apoyo independentista bajo mínimos

El presidente del PNV, Andoni Ortuzar (izquierda), conversa con el candidato de EH Bildu a lehendakari, Pello Otxandiano, este miércoles frente al palacio de Ajuria Enea en Vitoria, donde se ha instalado la capilla ardiente del lehendakari José Antonio Ardanza, fallecido el lunes.
El presidente del PNV, Andoni Ortuzar (izquierda), conversa con el candidato de EH Bildu a lehendakari, Pello Otxandiano, este miércoles frente al palacio de Ajuria Enea en Vitoria, donde se ha instalado la capilla ardiente del lehendakari José Antonio Ardanza, fallecido el lunes.Adrián Ruiz de Hierro (EFE)
Luis R. Aizpeolea

El presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, sabe que estas elecciones vascas del próximo 21 de abril no van a deparar a su partido, ni de lejos, el éxito de las gallegas y que carece de aliados salvo Vox. Por ello su participación es menor y se presenta como única alternativa contra todos. Aunque ha moderado su discurso habitual, en su estreno anticipó que el único proyecto de PNV y EH Bildu es un procés a la catalana. Antes había anunciado que EH Bildu, PNV y PSE solo se diferencian en su velocidad al secesionismo.

Este discurso de Feijóo, que juega con meras apariencias, choca con la realidad de fondo. Ciertamente, EH Bildu subirá sustancialmente en estas elecciones vascas, tras absorber buena parte del voto de Podemos, y disputará la hegemonía al PNV. Pero no significa que Euskadi esté más cerca de la independencia que en anteriores elecciones vascas, sino lo contrario: está bajo mínimos. La última encuesta de 40dB. para EL PAÍS y la SER señalaba que solo el 13% de los vascos quería la separación. Menos aún que en 2019, cuando el Euskobarómetro de la UPV calculaba un 28% de partidarios de la soberanía. Paralelamente, el CIS señalaba el 1 de abril que un 63,4% de los encuestados se sienten tanto vascos como españoles, frente a un 23,3% que se sienten solo vascos.

En el posterrorismo, la sociedad vasca, con la irrupción de una nueva generación, ha moderado sus pulsiones soberanistas, atizadas durante el gobierno de Juan José Ibarretxe (1998-2009), y los partidos nacionalistas se han adaptado y suavizado sus reivindicaciones identitarias. El caso de EH Bildu es revelador. En las elecciones autonómicas de 2020, la coalición colocó el derecho a la autodeterminación como pieza clave del eje de aquella campaña: el nuevo Estatuto. En la anterior, la de 2016, quiso importar a Euskadi el procés independentista de Cataluña.

Sin embargo, en esta campaña, EH Bildu ha postergado el independentismo a las prioridades socioeconómicas, próximas a la gente. El 31 de marzo, en un día tan simbólico para el abertzalismo, como el del Aberri Eguna (Día de la Patria Vasca), Arnaldo Otegi reivindicó como prioridad para Euskal Herria “colocarse a la vanguardia de Europa en derechos sociales como la defensa de la tierra, reparto de la riqueza, sanidad, vivienda y educación”. Y aclaró: “Primero, hay que llegar a los gobiernos y en diversas fases ya se llegará a la independencia”. Una postergación sine die equiparable al pragmatismo peneuvista.

EH Bildu, como le ha sucedido a otros partidos radicales, a medida que participa en las instituciones y contempla la posibilidad de gobernar, modula sus programas máximos. Desde su legalización, en víspera de las elecciones municipales de mayo de 2011, ha seguido un proceso paulatino de normalización. El primer paso trascendental, que propició su legalización por el Tribunal Constitucional, fue la presentación de unos estatutos nuevos que rechazaban la violencia política y expresamente la de ETA, tras un largo proceso de convencimiento de los dirigentes abertzales a sus bases. En aquellas primeras elecciones ya logró un resultado espectacular: el 25% de los votos

Tras su legalización, EH Bildu mantuvo en primer plano el derecho de autodeterminación. En 2016, Otegi viajó a Cataluña con la pretensión de importar a Euskadi el procés. El PNV no le secundó. Tampoco la sociedad vasca. Los intentos de Gure Esku Dago, plataforma soberanista vasca, de propiciar un clima independentista con consultas informales en los municipios se saldó con un fracaso. Al poco se consagró la derrota del procés catalán. Otegi aprendió del fracaso, admitió la inviabilidad de la vía unilateral hacia la autodeterminación y realizó un giro pragmático.

El giro de EH Bildu coincidió con la irrupción de Podemos, que ganó en Euskadi las elecciones generales de 2015 y su repetición. EH Bildu comprendió que en la Euskadi del posterrorismo los problemas socioeconómicos, que planteaba Podemos, predominaban sobre los identitarios. Su alejamiento de la violencia —respaldó activamente el desarme y disolución de ETA entre 2017 y 2018— lo compaginó con otro paso trascendente: su participación institucional y el abandono de sus viejas actitudes antisistema. Utilizó su presencia institucional para condicionar los gobiernos en favor de las izquierdas y contra las derechas. Con sus votos impidió que Javier Maroto, del PP, fuera alcalde de Vitoria y que Pedro Sánchez ganara la moción de censura contra Mariano Rajoy en 2018. EH Bildu apoyó al Gobierno de Sánchez durante la pandemia y la crisis. Después, respaldó los Presupuestos de 2020, 2021 y 2022. Su referente, una vez más, fue el Sinn Fein que, 20 años después de los Acuerdos de Paz de Viernes Santo de 1998, aspiraba a gobernar Irlanda del Norte.

Con motivo del décimo aniversario del final del terrorismo, en octubre de 2021, dio otro paso importante. Otegi anunció la prohibición de los homenajes públicos a los etarras excarcelados para no ofender a las víctimas de ETA. Lo compaginó con una declaración institucional solidaria con las víctimas: “Nunca debió producirse ese dolor”. Para entonces, EH Bildu acudía a los homenajes de víctimas de ETA, cuya presencia era tolerada, y normalizaba sus relaciones con la patronal vasca —un sector especialmente atacado por ETA— con un encuentro de alto nivel al que asistió Otegi.

El proceso de normalización de EH Bildu le permite su plena participación parlamentaria, una vez desaparecido el terrorismo, un compromiso reclamado por todos los partidos democráticos vascos, plasmado en los pactos de Ajuria Enea y Madrid de 1988, y que ha cumplido. Pero un escalón superior es formar parte del Gobierno. PNV y PSE-EE, en coherencia con el suelo ético acordado en el posterrorismo, exigen a EH Bildu —más específicamente a Sortu, su núcleo duro, procedente de Batasuna— que complete su evolución con un rechazo a la trayectoria terrorista de ETA para poder gobernar.

El PP de Núñez Feijóo, con un apoyo ruidoso de la derecha mediática, no reconoce ninguna evolución de EH Bildu al identificarla burdamente con ETA y utiliza sus pactos parlamentarios con el Gobierno de Sánchez para erosionar electoralmente al PSOE. Una actitud incoherente porque cuando el PP ha gobernado ayuntamientos y ha necesitado pactar con EH Bildu lo ha hecho. Si el PP de Feijóo asumiera la realidad, la evolución de EH Bildu y se uniera a los demás partidos para exigirle que complete su evolución, esta sería más rápida. La sustitución de la crispación por la tolerancia y el diálogo en el posterrorismo están siendo claves para la normalidad vasca.

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