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Trans, indepes y ‘charos’ de falsa bandera: cómo sembrar odio viralizando a tu villano ideal

La red se llena de perfiles que suplantan personalidades políticas estereotipadas para sembrar odio y exacerbar los prejuicios extremistas. Estudios sociológicos y psicológicos explican el éxito del fenómeno

Una internauta consulta el perfil falso de una supuesta mujer trans, @Jenytrans17. Foto: CLAUDIO ÁLVAREZ
Javier Salas

“Es fake seguro, pero es verosímil”, comentan en un grupo de WhatsApp de amigos al compartir el escandaloso tuit que ha publicado una persona trans en Twitter. El tuit forma parte de una ristra de mensajes en los que María Soretes criticaba a la cantante Rosalía por no tener “ningune bailarine trans” ni “baños gender-neutral”. El hilo de mensajes inundó la red social con críticas al “victimismo” de esta usuaria, elevada a categoría de ejemplo del sectarismo de cierto activismo trans.

El problema es que María Soretes dice cosas odiosas, pero no es una persona trans real, es un perfil falso creado deliberadamente con rasgos exagerados para convertirse en el villano ideal que confirme todos los prejuicios de quien ya recela, resumido en ese “es verosímil” que animaba a compartirlo entre amigos. Un ejemplo más de una tendencia cada vez más común en redes, las cuentas de falsa bandera que azuzan la aprensión contra el otro: mujeres progresistas (despreciadas como charos) que odian a los hombres, independentistas catalanes racistas, cargos podemitas que solo buscan adoctrinar a niños de derechas. Son el mejor ejemplo de por qué plataformas como Twitter son una centrifugadora de polarización, un “acelerador de las divisiones culturales existentes”, como resume la última revisión de estudios sobre cómo las redes “amplifican la indignación y el conflicto entre grupos”.

Porque al contrario de lo que se consolidó en el imaginario colectivo, las dinámicas tóxicas en redes no surgen de las burbujas y cámaras de eco, esos supuestos espacios online en los que la gente solo escucha lo que quiere oír. El veneno de las plataformas digitales (y también fuera de ellas) surge precisamente del roce con los otros; más concretamente del tipo de mensajes y personajes que vemos. Como mostraron Chris Bail, especialista en polarización, y su equipo de la Universidad de Duke en unos experimentos, las personas a quienes se expuso adrede a tuits del otro bloque ideológico se volvieron más radicales en su ideología al cabo de un mes (sobre todo los de derechas). Determinadas dosis del argumentario enemigo no nos inocula, nos envenena.

Así es como funciona Twitter: cuanto más radical suena el tuit de un político o activista, más probable es que lo vea un usuario del bando opuesto. Ningún progresista difunde indignado el tuit más moderado y elegante de los cargos del PP y, del mismo modo, la gente de derechas compartirá alterada los tuits más faltones o extremistas de la izquierda. Así se dibuja en nuestras cabezas una imagen odiosa y sin matices del contrario: lo que los especialistas llaman “falsa polarización”, un fenómeno cada vez más presente en nuestras campañas electorales interminables avivadas por los medios. “Los individuos no están tan polarizados como esperan, están más de acuerdo [con los otros] de lo que creían”, explica un estudio de la Universidad de Harvard, “lo que demuestra que los partidistas en conflicto exageran sistemáticamente el extremismo de los puntos de vista del otro lado”.

Y si no hay extremismo suficientemente divisivo en redes, se inventa. “Los perfiles de falsa bandera son algo de toda la vida, que apareció de forma masiva a partir de 2019, pero se ha visto un incremento desde 2022; parece que se estaban preparando para las elecciones para meter ruido”, explica Mariluz Congosto, de la Universidad Carlos III, experta en diseccionar estos fenómenos tramposos de Twitter. Congosto resalta que hay muchos más perfiles de este tipo que satisfacen los intereses de la derecha. Coincide el especialista Marcelino Madrigal: “Lo vemos más en grupos de ultraderecha, que tienen más recursos y están más metidos en las narrativas del rival, los otros no son tan profesionales”. En todo caso, la difusión de estos tuits falsos tiene una segunda vida en redes como WhatsApp y Telegram, donde se extienden sin freno en forma de pantallazos sin contexto.

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El tipo más burdo y habitual, explica Madrigal, es el clásico tuit en el que alguien finge ser un votante que critica a su partido o variantes similares: “Yo votaba a no sé quien, pero me ha decepcionado por tal cosa”. De este modo, se confirma que hasta sus votantes se dan cuenta de que ese partido es malo. El mensaje puede diseminarse hasta por miles, con perfiles automatizados que cacarean la misma frase. Algunas veces, solo son mensajes o cuentas paródicas que tocan la tecla correcta para viralizar un mensaje que confunda a mucha gente.

Lo ridículo y superlativo

Pero en los últimos tiempos, ese fenómeno se ha sofisticado. Se crean perfiles de personas que tuitean mucho, muy politizadas y que se infiltran en la maraña de relaciones del grupo al que van a suplantar gracias a estrategias como el “sígueme y te sigo”, que Madrigal considera una “mala práctica peligrosa” de partidos y profesionales de gestión de redes. Usan fotos robadas, de mujeres mayores reales o personas trans que hayan aparecido en medios, y después de tuitear y retuitear mucho contenido afín a su personalidad, comienzan con lo “ridículo y superlativo”, como define Congosto.

Uno de los ejemplos más notables es el de la cuenta @rosadozuruta, que se presentaba como cargo de Podemos y profesor de Primaria, ahora como “coordinador social en Sumar”. Lleva años activándose en periodos electorales y combina comportamiento normal de activista de partido (logró que Yolanda Díaz lo siguiera) con tuits en los que dice barbaridades para desatar las bajas pasiones de la derecha: “No son TUS hijos, son MIS alumnos”, “hoy llegó a clase el típico niño rancio de padres voxemitas”, “por suerte mis alumnos tienen normalizado el sexo anal entre hombres”. Sus tuits, que también azuzan la bronca en Unidas Podemos (llamó “histérica amargada” a Vicky Rosell), provocan innumerables interacciones y respuestas airadas, como las de Hermann Tertsch y Juan Carlos Girauta, que denominó “podemita puro” a este falso podemita.

Terstch también picó con otro clásico de las falsas banderas: las charos, el nombre que la ultraderecha ha puesto a las mujeres adultas y progresistas para despreciarlas. Cuentas como Jacinta Rebolledo y Eusebia Jimeno se presentan como activistas y cargos políticos de partidos progresistas, y reproducen, exagerados hasta el absurdo, todos los tics que alguien de Vox criticaría en la izquierda. Pero tienen éxito a ambos lados del abanico político. Ahora, por ejemplo, dedican buena parte de su tiempo a cizañear entre Podemos y Sumar. Lo que toque la fibra sensible del momento.

A Tertsch le dio igual que lo advirtieran de su error: “¿Fake, no fake? Nos da exactamente igual. Los podemitas piensan así”. Es el sesgo de confirmación en acción: “Lo más probable es que las personas lleguen a las conclusiones a las que quieren llegar”, escribió la psicóloga social Ziva Kunda. Una mala ejemplar nos ayuda a lograrlo.

Otro perfil falso de mujer trans con mucho éxito intoxicando, junto al de María Soretes, es @Jenytrans17. Cuando se caldeaba el ambiente por las controversias en torno al 8-M, esta cuenta tuiteó un cartel en el que se invitaba a las “mujeres biológicas” a quedarse en casa para dar visibilidad a las “verdaderas mujeres trans”. El tuit generó tantas reacciones que lo han visto cinco millones de usuarios. También ha causado sensación su tuit promoviendo la “Asociación Transgénero Anti-Ciencia”, otro de los detonantes habituales de las controversias sobre lo trans.

A veces puede ser un único tuit el que genere todo el ruido. La tuitera @karrikkatt publicó en catalán: “Estoy orgullosa de tener todos los apellidos catalanes y que mi familia no se haya mezclado con los castellanos”. Y añadía que era importante mantener la “etnia” y tener “muchos hijos que sean catalanes con todas las letras”. La llamaron rata, Hitler, ejemplo del peor nacionalismo. En muchos de esos casos, los usuarios difundían el tuit de @karrikkatt amplificando para toda su audiencia ese mensaje tan excluyente. Unos días después, la cuenta cambió de nombre y publicó que era una prueba para demostrar que los “españolistas” son fácilmente manipulables. Pero esa aclaración tuvo muchísima menos difusión: la mayoría de quienes se indignaron y difundieron su primer mensaje se quedaron con la idea de que era real.

Votos nulos, muchos retuits

Otro mensaje muy habitual en periodos electorales es el que pretende engañar a un sector de la población para que realice un voto nulo. Como hizo la cuenta Castellanoparlantes Valencianos animando a realizar un “voto dual” metiendo las papeletas de Vox y del PP en el mismo sobre. En las últimas semanas, perfiles de derechas han promovido un mensaje que invitaba a escribir el nombre de Irene Montero en la papeleta de Sumar. Pero los mensajes son tan básicos que probablemente solo busquen visibilidad para sus autores.

“Estos perfiles de falsa bandera legitiman posturas del adversario: ‘Si hasta una persona trans lo dice, cómo será la ley’. Y son estrategias terriblemente efectivas desde el punto de vista de la comunicación”, explica la experta en comunicación política Verónica Fumanal. “Alimentan un trol que fomenta esa percepción negativa para retroalimentar posiciones y salir del armario del extremismo”, resume la especialista, que asesoró a tres candidaturas en las elecciones de mayo y trabajó en el pasado con Albert Rivera y Pedro Sánchez.

Este fenómeno no es nuevo ni específico de España: en Estados Unidos, una cuenta supuestamente antifascista que llamaba a la violencia fue retirada por Twitter y resultó ser obra de un grupo de supremacismo blanco. Durante la campaña presidencial que aupó a Donald Trump, una cuenta de Facebook convocó en Houston una manifestación contra la islamización de Texas. Otra cuenta distinta convocó en la misma calle, a la misma hora, una protesta a favor de los musulmanes. Los manifestantes de ambos bandos se encontraron allí físicamente y se enfrentaron verbalmente. Las dos protestas las habían creado grupos rusos de desinformación que pretendían inocular veneno polarizador en plenas elecciones.

Aquellos eran rusos, pero estas cuentas ¿de dónde salen? “Algunos son un grupo de graciosos, otros muestran una estructura, conexión y apoyos más elaborados. Sean amigos o lobby, saber quién está detrás es muy difícil, pero algunos son profesionales expertos en comunicación, porque saben crear un fenómeno viral y tocar la tecla que consigue un trending topic por indignación”, explica Congosto. Según Madrigal, con la llegada de Elon Musk han saltado los controles por los aires: “Grupos profesionalizados de troles profesionales, agencias, hooligans de los partidos que se entregan a la causa”. Y Fumanal reconoce que hay agencias que lo hacen si el cliente quiere guerra sucia.

“Como resultado de la exposición a contenido divisivo, las personas pueden tener percepciones distorsionadas de aquellos que son diferentes a ellos (...) y exageran la magnitud de la animosidad partidista que el grupo político opuesto siente hacia su propio grupo político”, explica en su último estudio un grupo de especialistas en la psicología de las redes, liderados por Jay van Bavel, de la Universidad de Nueva York. “Las redes sociales pueden alimentar conflictos (morales), ya que la mayoría de las personas son más moderadas de lo que la gente piensa”. Y aseguran: “Exacerban estos problemas al exponer desproporcionadamente a las personas a extremistas”. Y si no lo son tanto, nos lo inventamos.

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Sobre la firma

Javier Salas
Jefe de sección de Ciencia, Tecnología y Salud y Bienestar. Cofundador de MATERIA, sección de ciencia de EL PAÍS, ejerce como periodista desde 2006. Antes, trabajó en Informativos Telecinco y el diario Público. En 2021 recibió el Premio Ortega y Gasset.

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