Los ‘otros’ no son tan odiosos como crees ni te detestan tanto como imaginas
Varios estudios demuestran que consideramos a las personas de la ideología rival mucho más radicales y hostiles de lo que realmente son. Este fenómeno psicológico alimenta la polarización actual
La mayoría de los españoles preferiría no tener un cuñado de una ideología política distinta. O un vecino o un profesor de sus hijos. En EE UU, la gente escogería una visita al dentista, hacer las tareas domésticas y cortar el césped antes que tener que escuchar el discurso de un político del partido contrario. Son los resultados más peculiares de dos estudios recién publicados que ilustran en su letra pequeña el alto grado de polarización de nuestras sociedades. Al parecer, no nos podemos ni ver ni soportar. Pero estos estudios tienen otra cosa en común: también muestran que exageramos ese repelús hacia los otros. Atribuimos una radicalidad a los demás que no existe, damos por hecho que son más dogmáticos que nosotros y les presuponemos una hostilidad hacia nosotros que no es tal.
No solo los ven más alejados de sus ideas de lo que muestran los datos, además los ven más extremistas de lo que realmente son
Los expertos hablan de una "falsa polarización" que se está generando, en parte, en nuestras cabezas. Esa hostilidad entre personas de distintas ideologías sí existe, obviamente, pero pensamos que es mucho más grave de lo que realmente es. Y eso empeora las cosas. Incluso inventamos que los de nuestro bando son mucho más extremistas que nosotros, por lo que nos formamos la idea de un mundo sin remedio lleno de radicales que jamás podrán ponerse de acuerdo. Esta percepción equivocada puede provocar que, en lugar de colaborar para limar asperezas, crezcan unas actitudes negativas hacia los otros que tiendan a deshumanizarlos, advierten los especialistas, con las terribles consecuencias que eso supone.
"Una idea clave de nuestros hallazgos es que los individuos no están tan polarizados como esperan. Cuando les mostramos contenido de personas del otro extremo político, termina siendo menos aversivo de lo que esperan, en parte porque terminan de acuerdo con más contenido del que esperaban", explica Charlie Dorison, investigador de la Escuela Kennedy de la Universidad de Harvard. Dorison es el autor principal de un estudio que muestra lo malos que somos pronosticando nuestro propio sufrimiento. A lo largo de varios experimentos con miles de personas de izquierda y derecha, les hacían ver discursos de políticos rivales, como Ted Cruz, Bernie Sanders, Donald Trump o Hillary Clinton. En todos los casos, los sujetos del experimento reconocían que no era tan horrible como habían previsto. Además, admitían que estaban de acuerdo con buena parte de los mensajes de los políticos del partido rival, más de lo que esperaban.
Más polarizado, más equivocado
"Este hallazgo está en línea con investigaciones previas sobre la falsa polarización, lo que demuestra que los partidistas en conflicto exageran sistemáticamente el extremismo de los puntos de vista del otro lado", afirma Dorison en su estudio, publicado en Cognition junto a sus colegas de Harvard. Estos investigadores explican que entra en juego un sesgo llamado focalismo, que es la tendencia que tenemos a sobrevalorar el impacto afectivo de un hecho concreto (opinar distinto, un resultado deportivo o un spoiler televisivo) ignorando otros múltiples factores que pueden mitigarlo. Además, estos investigadores deslizan que los medios pueden ser responsables en parte porque "cuando se les pide que imaginen sus sentimientos, la mayoría de las personas recuerdan fácilmente casos extremos" porque "las posiciones extremas reciben la mayor difusión de los medios". Esto ayuda a crear una imagen homogénea de ese ellos inventado en torno a su versión más radical.
El estudio español citado al comienzo muestra una desconexión importante entre nuestra percepción de la posición moral de los otros y sus opiniones reales. "La distorsión sobre todo se amplifica en aquellos temas que son más centrales para cada uno. Por ejemplo, la gente de izquierdas percibe que los simpatizantes de derechas son menos sensibles al tema de la desigualdad de lo que realmente son y, al revés, en la derecha se imaginan que los de izquierdas son insensibles al tema de la lealtad al país aunque no es así", explica Hugo Viciana, investigador de la Universidad de Málaga y autor principal de este trabajo.
Los sujetos admitían que estaban de acuerdo con buena parte de los mensajes de los políticos del partido rival, más de lo que esperaban
En este estudio, publicado en PLOS ONE, se planteaban una quincena de cuestiones morales y políticas a un millar de personas, desde los desahucios a la tauromaquia, analizando también con qué partido político se sentían más identificadas. Descubrieron que los más polarizados son los sujetos que viven en el "absolutismo moral" con respecto a estos debates: creen que solo una visión puede ser la correcta y que no hay espacio para perspectivas distintas. Precisamente, explica Viciana, son estas personas las que se equivocan más sobre la polarización de los demás. "La distorsión de cómo perciben a los otros, los del otro lado del espectro político, es doble: no solo los ven más alejados de sus ideas de lo que muestran los datos, además los ven más extremistas de lo que realmente son", señala Viciana.
Esto coincide con los resultados de un estudio de Jonathan Haidt entre estadounidenses, en el que observaron que los más moderados tendían a equivocarse menos en la magnitud de las diferencias entre unos y otros. Pero la exageración aparecía en todos, y también dirigida a los propios. "Los partidarios de cada bando exageran el grado en que la otra parte persigue fines morales que son diferentes de los suyos. Gran parte de esta exageración proviene de que cada bando subestima el grado en que el otro lado comparte sus propios valores. Pero también proviene, inesperadamente, de sobreestimar el grado en que los miembros típicos de su propio partido respaldan sus valores", explicaban Haidt y sus colegas. Por lo general, tendemos a pensar que somos razonables y moderados dentro de nuestro grupo ideológico, por lo que es posible que creamos que los demás miembros son más extremistas que nosotros.
Nuestros hallazgos sugieren que las opiniones negativas del otro lado están influenciadas por una creencia inexacta: que el otro bando nos percibe de una manera altamente negativa
La investigadora de Harvard Mina Cikara ha llevado a cabo docenas de estudios que examinan las consecuencias negativas de la mentalidad de "nosotros contra ellos" que genera la competencia entre grupos. Hace unos días publicaba en Nature Human Behaviour un interesantísimo paso en su camino para comprender mejor la naturaleza de la psicología del frentismo. En este caso, no se estudiaba lo que las personas piensan de los rivales políticos, sino lo que creen que los de ideología contraria opinan de los de su propio bando ("¿Cómo crees que reaccionarán los del partido B si los de tu partido A hacen tal cosa?"). "La conclusión principal es que creemos que los otros reaccionan más negativamente al comportamiento de nuestro bando de lo que realmente lo hacen", resume el coautor del estudio, Jeffrey Lees. Creemos que los otros actúan para fastidiarnos, por ignorancia o maldad, no porque se rijan por sus propias convicciones. "Nuestros hallazgos sugieren que las opiniones negativas hacia el otro lado están influenciadas por una creencia inexacta: que el otro bando nos percibe de una manera altamente negativa", apunta Lees.
Por suerte, todos estos estudios tienen un reverso positivo: por lo general, es fácil moderar esta percepción exagerada. En el estudio de Cikara lo conseguían creando un clima de cooperación entre ambos partidos (que el partido rival vaya a aprobar una ley que coincide con las ideas de mi partido) en lugar de uno conflictivo (el partido rival quiere tumbar nuestra ley). En el estudio de Dorison en Cognition observaron que solo con informar de que se tiende a exagerar lo desagradable que será escuchar al político rival se moderaba notablemente esa percepción. Y la aversión a exponerse al discurso de los rivales también caía (entre un 24% y un 34%). "Es importante destacar que, cuando informamos a las personas que escuchar al del otro bando no será tan malo como esperan, están más dispuestos a interactuar con ellos. Vemos esto como un mensaje optimista para el presente debate de polarización", apunta Dorison. Es decir, avisar a la gente de su autoengaño ayuda a moderar su percepción de los demás. En un macroexperimento reciente, sorprendía descubrir que personas con opiniones diametralmente opuestas eran capaces de llegar a acuerdos con solo invitarlas a charlar sin presiones durante un ratito. Los otros no están ahí para fastidiar y nos pueden ayudar a mejorar nuestras decisiones. Parafraseando a Sartre, el infierno son los otros, pero está casi todo en nuestra cabeza.
Polarización de género
En todos estos estudios se observa un mismo nivel de engaño para personas de todas las ideologías. Para comprobar si esta polarización se da solo entre grupos políticos, Mina Cikara y Jeff Lees incluyeron en su estudio un experimento enfrentando a hombres y mujeres. Les pidieron que calcularan cuán negativa sería la respuesta mutua en casos de competencia de género, como el dinero que se desvía de un equipo deportivo masculino a un equipo femenino y viceversa. "Descubrimos el mismo sesgo de negatividad, aunque los hombres son mucho más precisos que las mujeres", afirma Lees. Es decir, ellas veían a los hombres con un sentimiento más negativo hacia las mujeres del real. Los investigadores apuntan dos posibles explicaciones. Por un lado, que los hombres no son sinceros sobre sus verdaderos sentimientos negativos en los conflictos de género. Por otro, puede ser que las mujeres estén más molestas y proyecten más negatividad de los hombres. "Este patrón puede ser el resultado de las diferencias de poder entre géneros en el mundo real", escriben en su estudio. Es decir, que las mujeres suponen que los hombres las detestan porque están acostumbradas a ciertos niveles de discriminación real.
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