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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Clases

Hay historias de drogas y de cárcel y de violencia. Vidas al límite, sí. Pero cuando al profesor se le encienden las pupilas es al hablar de cómo progresan los chicos. También hay clases en los incendios

Paco Cerdà
Los vecinos del asentamiento Casa Gallineta de Valencia, dedicado a la chatarra, que se quemó el pasado mes, en una imagen de 2020.
Los vecinos del asentamiento Casa Gallineta de Valencia, dedicado a la chatarra, que se quemó el pasado mes, en una imagen de 2020.Mònica Torres

El profesor. Le dijeron que casi ningún profesor aguantaba en ese instituto. Que a la primera que pueden, se largan. Y tras la reja de la entrada quedan, para siempre, ellos: gitanos, inmigrantes, las palabras que salen de la boca cuando no se ven personas.

El abandono normalizado. Sentirse rechazado como forma de vida. Disfrazar el gruyère social bajo un eufemismo: Puestos de difícil cobertura.

Sin embargo, el profesor ya lleva algún tiempo en el instituto. No es que haya aguantado; es que le gusta. Después de la cena impresiona oírlo hablar de su trabajo. Sí, hay historias de drogas y de cárcel y de violencia y de dificultades familiares. Vidas al límite, sí. Pero cuando a él de verdad se le encienden las pupilas es al hablar de cómo progresan los chicos y de cómo, al final de curso, lo que no quieren es decepcionarlo a él. Parece el lenguaje del amor.

Unos días después de esta sobremesa, en el día de San Valentín, el profesor se dispone a entrar al aula. 1º de ESO B. Chavales de doce y trece años. Un día más. No lo será. Ellos, los problemáticos, los rechazados, le han preparado una sorpresa. Le vendan los ojos. Lo plantan delante de la pizarra, llena de corazones y de tequeremos, y le montan un juego de pistas que lo conducen hasta una carta manuscrita.

Toni, dice la carta, eres un gran profesor. Te agradecemos por tu trabajo y sacrificio. Por aguantarnos cada día. Gracias por llevarnos a lugares que probablemente nunca iríamos. Ojalá también nos toques como maestro el curso que viene. Te queremos mucho, Toni. Firman la carta Elvis, Robert, David, Jesús Tayeba, Fiorelli, Rayan, Zakaria, Luka, Yayra, Dylan, Zaineb, Tigran, Mariana, Fernando y Sebastián.

Torrent, 2024.

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Qué vida tienen. Cómo será su mañana. A qué lugares nunca irían. O sí que irán, quién sabe. Eso a veces depende de un maestro. Propiciar esa duda, abrir esa grieta en un destino a priori cincelado, es lo que da sentido a vivir en sociedad.

El incendio. Las viviendas quemadas. Los vecinos desalojados. Una tragedia para ellos. Era su techo. Su vida. Ha ocurrido en València, sí, pero hace un mes y medio. Ardió un asentamiento chabolista. Treinta o cuarenta personas desalojadas, casi todas rumanas. Vivían en esas chabolas junto a las vías del tren, en San Marcelino. Maderas y plásticos ardiendo. Niños pequeños en brazos. Algunos fueron realojados en albergues, o simplemente se mudaron a otros asentamientos. A otro enclave del inframundo. El problema es que el humo negro y las llamas obligaron a interrumpir el tráfico ferroviario. El del primer mundo. Si no, ni siquiera hubieran salido en un faldón. Hasta en la desgracia hay clases.

Las maestras. Las luces se apagan en el Talía. Años 60. Dos maestras entran en escena. Una escribe en la pizarra: Todas las historias empiezan con una luz tímida. Así comienza la suya: la historia real de dos maestras valencianas –Isabel y Carmen– que se enamoraron bajo el franquismo. Una luz tímida es una obra magnífica de Àfrica Alonso sobre la libertad y la igualdad. Una reflexión acerca del peso del contexto social. De cómo romper los grilletes cuando se tornan insoportables. Del valor que hay que tener, del precio que se ha de pagar.

Dice una maestra: A veces hay que aceptar que las cosas no pueden ser como nos gustarían. La otra le responde: Es que yo no lo puedo aceptar.

Dice una maestra: Nosotras no somos lo que ellos dicen que somos. Y añade: Nos han callado a base de miedo. Vivir nos está prohibido. Pero a mí me gusta hablar. ¿Qué sentido tiene, si no, vivir?

Todas las historias empiezan con una luz tímida.

A veces esa luz es la palabra de un maestro. O una carta.

Todas las historias nos recuerdan que nuestro pasado existe.

A veces es un fuego. O mejor: dos fuegos.

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