El Senado como barricada y el solomillo discursivo de Mazón
Carlos Mazón ha hecho gala de su anticatalanismo con su atropellado verbo, porque el voto sube en España cada vez que el PP dice Cataluña.
La comisión promovida por el PP para criminalizar la hipotética amnistía del incierto futuro gobierno a los independentistas catalanes durante el procés es otra prueba más de la obsolescencia del Senado. En esta ocasión ha servido de teatrillo para que el PP escenificara una mayoría (la Cámara Alta siempre refleja un huso horario que nunca se ajusta a la hora en punto de España) y para que sus presidentes autonómicos exhibieran con hiperventilación y territorialidad los postulados electoralistas que el partido ha elaborado en la ciudad-Estado de Madrid. La instrumentalización ha sido doble. Por una parte, el Senado, contradiciendo su propósito fundacional de ser “la Cámara territorial” de España (el foro en el que las diferentes autonomías dirimen sus asuntos, identifican los desajustes causados por los desequilibrios de financiación e inversión del Estado y presionan hacia arriba para resolverlos con soluciones equitativas y cohesionadoras), es utilizado para dar eco institucional a los argumentarios de un partido sin posibilidades de formar gobierno en España y ataviado de mayoría territorial con las autonomías gobernadas por el PP (muchas en comandita con la ultraderecha). Y por la otra, utiliza a dichas autonomías en nombre de la pluralidad que las conforman (a menudo con escasos márgenes de votos) para institucionalizar mensajes orgánicos.
Es evidente que el Senado, de producirse un acuerdo entre socialistas y los partidos con los que trata de negociar la investidura, va a dar más espectáculos que los teatros de la Gran Vía. Ya sucedió después de la moción de censura que apeó a Mariano Rajoy de la Moncloa, como consecuencia de la sentencia del ‘caso Gürtel’, que constataba la existencia de una caja B en el PP y condenaba al partido por su uso lucrativo, cuando los populares, con mayoría en la Cámara Alta, convirtieron el Senado en una trinchera contra la Moncloa. El Senado, que solo era un fin en sí mismo, es decir, una estación a medio camino entre la política activa y la jubilación (un esplendoroso hangar institucional donde amontonar el elenco político marcescente con una nómina hasta la hora del desguace de la chatarra), se llenó de interés y contenido. En ese momento, y con esas condiciones, tenía la acústica de una caja de resonancia política, algo que, unido a la función punitiva que el partido había descubierto con la aplicación del artículo 155 de la Constitución para intervenir Cataluña, lo convertía en la institución más importante de España al servicio de los populares. En el dique de contención del Gobierno y en el campo de batalla en el que amplificar su capacidad de oposición. Como se vio en los meses siguientes, forzando comparecencias de Pedro Sánchez y plenos extraordinarios, alimentando comisiones de investigación vacías y urgiendo de forma insistente al Gobierno a autorizar la aplicación del artículo 155 de nuevo para apretar las tuercas a Cataluña.
Porque Cataluña va a ser la canción del repertorio del PP que más va a sonar en la Cámara Alta. Ya lo ha sido en esta representación en la que los presidentes de reparto, sobre todo el valenciano Carlos Mazón, ha hecho gala de su anticatalanismo (el solomillo de su discurso) con su atropellado verbo, porque el voto sube en España cada vez que el PP dice Cataluña. Aunque, para ser honestos, el president catalán, Pere Aragonès, ha sido el único que ha hecho un uso apropiado de la institución en este aquelarre, hablando del problema en mayúsculas que tiene su comunidad y que desde hace años condiciona toda la política española. Por lo demás, el Senado seguirá siendo la Cámara de los propósitos fantásticos, como que el espeto de sardinas sea Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Se está fresquito en verano y caliente en invierno.
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