La vuelta a casa de Rafael Altamira, el único jurista español en el Tribunal de la Haya
Los restos del humanista alicantino, enterrado en México, serán trasladados a El Campello, tras una iniciativa municipal apoyada por la familia y sufragada por la Diputación y la Generalitat
El historiador, jurista y escritor alicantino Rafael Altamira participó en 1921 en el Comité de los Diez, el grupo de especialistas encargado de redactar las bases del Tribunal Internacional de Justicia de La Haya, en el que continuó hasta 1946. Aún hoy sigue siendo el único español que ha formado parte de esta corte internacional. Exiliado tras el estallido de la Guerra Civil, Altamira falleció en 1951 en Ciudad de México y fue enterrado en el Panteón Español, donde su lápida aparece rota y rodeada de matojos. Una iniciativa de la familia y el ayuntamiento de El Campello, la localidad alicantina en la que quería retirarse, ha conseguido los apoyos necesarios para que los restos de Altamira regresen a España.
“Antes de la guerra”, cuenta su bisnieto, Ignacio Ramos Altamira, “en la celebración de un homenaje en su honor, comentó que le gustaría retirarse en El Campello”, donde su familia disponía de una finca de recreo, Ca Terol, que ya no existe. Durante una conversación de Ramos con el alcalde campellero, Juanjo Berenguer (PP), surgió la propuesta de trasladar los restos del humanista alicantino de vuelta a España. “Altamira pasó su niñez y juventud aquí”, señala Berenguer, “y manifestó su voluntad” de retirarse en el pueblo en el que también están enterrados sus padres. El proceso de recabar apoyos comenzó en mayo del año pasado. Casi un año después, el proyecto cuenta con presupuesto municipal, de la Diputación de Alicante y de la Generalitat Valenciana, a través de la consejería de Calidad Democrática. El jefe del Consell, Ximo Puig, expresó desde El Campello esta semana su apoyo a este objetivo. Solo queda pendiente que las dos nietas vivas del jurista, tías de Ramos, “firmen el poder para que la funeraria mexicana pueda exhumar, incinerar y repatriar los restos”, señala su descendiente.
Amigo de Sorolla y Azaña
Hasta 1936, la figura de Altamira alcanzó la máxima relevancia en España. Fue “amigo íntimo de Blasco Ibáñez, de Sorolla, de Unamuno y de Azaña, que lo postuló como presidente de la República”, recuerda su bisnieto. También fue alumno de Giner de los Ríos y “llegó a ser designado director general de Enseñanza”, cargo en el que “subió el sueldo del profesorado y acometió reformas para dignificar la escuela pública”. Entre 1909 y 1910 “realizó un viaje por América”, porque se sentía “americanista y estaba empeñado en restablecer las relaciones deterioradas tras el 98″. A su vuelta “se le recibió con honores de jefe de Estado”, prosigue Ramos. Y llegó a optar varias veces al premio Nobel, tanto de Literatura como de la Paz.
Dedicado a múltiples facetas, entre ellas el Derecho, que fue la que le llevó a desarrollar el Tribunal de La Haya, destacó sobre todo como historiador. “Fue el más importante en España en la primera mitad del siglo XX”, asegura José María Portillo, catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad del País Vasco. Fue Portillo quien, durante una estancia en México, “en plena pandemia, con todo cerrado”, decidió visitar el Panteón Español y comprobó el lamentable estado en que se encuentra la lápida de Altamira. La fotografió y lo comunicó a la familia. “Lo que Altamira llamaba ‘mi librito’, la Historia de España y la civilización española es lo que usaban los españoles para estudiar historia entre 1902 y los años 30″.
Pese a la importancia de su figura, a Altamira apenas se le conoce en la actualidad, salvo por los estudios que su biógrafo, Rafael Asín, inició en los años 80. En 1936, Altamira, ya con 70 años, huyó a Países Bajos y luego acabó instalándose en México. “El régimen franquista se dio cuenta de que tenía en el exilio al personaje de las letras más relevante y conocido”, prosigue Portillo, “y con el aperturismo trataron de convencerlo para volver”. Sin embargo, la respuesta de Altamira al emisario del Gobierno fue categórica: “Le dice a Franco que cuando restituya la democracia y las libertades, volveré”. “Tras la negativa, el franquismo lo borró por completo, ordenó retirar sus libros y lo llevó al olvido”, afirma Portillo.
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