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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El Ritufeo

No es fácil digerir que el blanqueo de dinero del procesado equipo de Rita Barberá fuera algo ajeno a quien mantenía un control soberbio sobre todo lo que sucedía en su vertical, incluso a su alrededor

Miquel Alberola
Rita Barberá y su vicealcalde, Alfonso Grau, en el Ayuntamiento de Valencia en 2015.
Rita Barberá y su vicealcalde, Alfonso Grau, en el Ayuntamiento de Valencia en 2015.Mònica Torres

Los 49 concejales y asesores del PP valenciano procesados por el denominado caso Taula también forman parte del tan cacareado legado de la exalcaldesa Rita Barbera, quien falleció con la misma imputación que ahora lleva a sus subordinados al banquillo y, por consiguiente, quedó exonerada de lo que ahora se sustancia en el juzgado. Por mucha prudencia que exijan ahora sus heraldos, y es necesario aplicarla, no resulta fácil de digerir que lo que hacían los procesados, el pitufeo (el método de blanqueo mediante donaciones pequeñas al partido restituidas con dinero negro) fuera algo ajeno a quien mantenía un control soberbio y arrollador sobre todo lo que se movía en su vertical, incluso en su alrededor. Ese, al menos, fue el punto de vista de la justicia que ahora acaba de poner en la picota toda su etapa y proyecta de nuevo el cono del foco hacia su figura, que fue denostada por el propio PP y sus devotos más píos cuando su procesamiento se percibió como inevitable.

La muerte de Barberá brindó al PP valenciano el único símbolo con talla política incorrupto (con causa no juzgada por defunción) al que aferrarse en medio de un panorama de agusanamiento generalizado que ha llevado al banquillo, entre un amplio elenco artístico, a tres presidentes de la Generalitat y otros tantos de las Diputaciones de Valencia, Alicante y Castellón. Pero aunque el pitufeo quizá fuera el Ritufeo (y este un procedimiento municipalizado del sistema de perversión con contratas públicas que imperó durante más de 20 años en la organización para sobrealimentar las campañas electorales), el nuevo PP valenciano solo ha sido capaz de distanciarse de su pasado negándolo. Como negó a Rita Barberá cuando quedó acorralada por la justicia, la reprobó y propició que se le retirara el escaño territorial en el Senado, donde sus antiguos correligionarios la sometieron al vacío asfixiante que precedió a su muerte en noviembre de 2016.

Desde entonces, el PP ha utilizado la figura no condenada de Barberá no solo para expiar el pecado de haberla abandonado cuando ella más necesitaba al partido, sino para sacar pecho en la oposición mediante su canonización, atribuyéndole logros incluso de otras Administraciones y las sinergias de un tiempo de alto rendimiento de bonos inmobiliarios. Y para guarecerse bajo su glorificado palio en la rogativa por recuperar el poder cuanto antes. Es innegable que Barberá dejó su huella en Valencia a lo largo de 24 años en el Ayuntamiento, pero no hace ningún favor a su memoria convertirla en un inflamado ditirambo, como si antes de ella Valencia no hubiese sido fundada por Roma ni lo hubiese certificado Tito Livio. Como si, hasta que llegó al Ayuntamiento, la historia de la ciudad hubiese sido una página en blanco. La gestión idealizada de la exalcaldesa ha sido el único referente retrospectivo al que ha recurrido el PP de Carlos Mazón y María José Catalá, al que ha fiado por completo la recuperación electoral, como evidenció la exaltación que le consagró en el reciente mitin en la plaza de toros de Valencia. Pero la sábana santa de Rita Barberá no puede tapar el procesamiento de su equipo por haber recurrido a “procedimientos clandestinos de financiación” ni disipar su tufo envolvente y persistente. El PP necesita algo más que pedir prudencia si quiere dar credibilidad a su relato de regeneración.

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Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

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