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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Artur Mas tenía razón

El armador del barco que pretendía llevar a los catalanes a su Ítaca secesionista interpretó como un buen augurio la primera victoria de Donald Trump en 2016.

El expresidente de Cataluña Artur Mas, en el acto de clausura del 50 aniversario de Pimec, el pasado enero en Barcelona.
El expresidente de Cataluña Artur Mas, en el acto de clausura del 50 aniversario de Pimec, el pasado enero en Barcelona.Quique García (EFE)
Lluís Bassets

El primero en llamar la atención sobre las afinidades entre el trumpismo y el procés fue el propio Artur Mas hace unos ocho años. El armador del barco que pretendía llevar a los catalanes a su Ítaca secesionista interpretó como un buen augurio la primera victoria de Donald Trump en 2016. “Lo que parece a veces imposible, incluso en contra de buena parte de la opinión pública y de todo tipo de opiniones, acaba resultando posible”, subrayaba quien entonces ya era ex presidente de la Generalitat en un vídeo colgado de Facebook.

Mas intuyó la conexión entre dos propuestas de distinto calibre y alcance que pretendían alterar el orden y las reglas de juego. Negaba cualquier otra afinidad entre ambas, aunque ni el procés había culminado ni el trumpismo que entonces le interesaba había gobernado. Nadie podía imaginar los años de caos, el desastre de la primera presidencia, el golpe contra la Constitución perpetrado desde la Casa Blanca, la impunidad con que Trump superó sus peripecias judiciales y los procesos de destitución y todavía menos el rumbo siniestro de la segunda presidencia, abiertamente imperialista y autoritaria. Tampoco nadie había imaginado el disparate independentista de 2017 y siguientes.

En la Cataluña surgida del cansancio independentista son pocos ahora y cada vez más extremistas quienes simpatizan con Trump. La Caixa ha regresado. Cotizan la estabilidad y la seguridad jurídica. Se ha recuperado la institucionalidad. Junts se arrima a los pactos para regresar al espacio convergente que nunca debió abandonar. Y como en toda Europa, se perciben unos iniciales efectos centrípetos ante el horror trumpista. Nada de disrupciones.

Para que nadie olvide de dónde venimos y a dónde no debemos nunca regresar interesa leer la actualidad a luz de la decisión unánime del Tribunal Europeo de Derechos Humanos del pasado 28 de febrero que avala las actuaciones del Tribunal Constitucional español ante hechos vinculados con el procés. Recuerdan los jueces europeos que “la Constitución española no puede ser modificada por otros medios que los previstos por la ley, lo que era precisamente el objetivo del Parlament catalán”. En consecuencia, no atentaba contra la libertad de expresión o de reunión el procedimiento por desobediencia abierto por el Constitucional contra cargos parlamentarios catalanes sino que fue una legítima actuación para proteger el orden constitucional.

Aunque Artur Mas llegó a escribir un artículo en La Vanguardia para demostrar que ‘nuestro soberanismo no es populista’, la decisión de la corte europea sugiere alguna relación entre el las pretensiones disruptivas del procesismo y del trumpismo. Si el Constitucional español frenó el procés y ahora recibe el aval de Estrasburgo, en Estados Unidos nadie ha podido parar el golpe contra la Constitución iniciado propiamente con el asalto al Congreso en 2017 y ahora culminado con la segunda presidencia. Ni siquiera se sabe si Trump desobedecerá a los tribunales en caso de que fallen contra sus decisiones. Sí, había semejanzas relevantes y una diferencia abismal de fuerza y dimensiones entre ambos populismos contemporáneos.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).
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