Pilar Eyre: “Yo no quiero amar mis canas, yo quiero estar buena y enamorarme como a los 20”
La cronista pasa el verano en su casa de la Costa Brava publicando en su canal de YouTube y escribiendo su próxima novela: “Mucha gente dejará de hablarme cuando la publique”, avanza
El descanso no encaja en la rutina veraniega de Pilar Eyre. “Yo siempre estoy escribiendo un libro, así que el verano es para escribir”, cuenta mientras ofrece un refresco en el jardín de su casa de Llafranc (Girona). Son las 11.30 horas de un sofocante viernes de agosto, pero esta periodista y escritora ya lleva media jornada en marcha. “Cada día me despierto sobre las seis y media. Paseo a Brody [el perro que adoptó en 2022], desayuno en el jardín mientras leo la prensa [está suscrita a El País y La Vanguardia], escribo hasta las 11 y luego bajo a nadar uno o dos kilómetros a la playa hasta la hora de comer, siesta y vuelta a escribir hasta las ocho de la tarde. Nunca tomo el sol”, remarca ajena al calor, impecablemente vestida y perfumada.
Hoy no habrá baño, pero el ordenador del salón está encendido y en la pantalla asoma un texto a medio escribir. Todo está en orden en la segunda residencia de la finalista del premio Planeta 2014, conocida por sus informaciones y libros sobre la Casa Real o la crónica social y siempre ingeniosa en X, la red en la que logra lo imposible: caer bien por consenso. Eyre lleva desde mayo instalada en la Costa Brava junto a su perro, inmersa en la novela que publicará en abril del año que viene. Sigue activa en redes, publicando su columna semanal en Lecturas y actualizando su canal de YouTube [su último vídeo antes de esta entrevista, La tarde horribilis de Letizia, sus hijas y su suegra en Mallorca tiene más de 100.000 visualizaciones en esa red y casi 400.000 en Instagram en solo 12 horas]. Nunca imaginó la nueva etapa profesional que le abriría el “¿Y por qué no explicas en YouTube todas esas historias que te estás guardando porque la televisión no te deja contarlas bien?”, el consejo que le dio su hijo ante su agonía de verse estancada en la semántica de los programas del corazón. “Mucha gente me dice que por qué no hablo de Begoña Gómez o de lo que está pasando en Cataluña, pero yo tengo que ir con un poco de cuidado sobre lo que cuento ahí. La mitad de mis seguidores son de Latinoamérica y los vídeos que subo son para que perduren”, apunta.
Tras publicar De amor y de guerra (Planeta, 2023), una novela sobre la Guerra Civil que la agotó en su período de documentación, Eyre ahora quiere pasárselo bien escribiendo. “No estoy con un libro de autoayuda ni de autoficción. Es una novela pura y dura, pero, con esta, mucha gente dejará de hablarme al publicarla”, avanza. El texto está inspirado en las experiencias de su vida y de las mujeres de su entorno. “Nos llaman mayores, pero también queremos estar en el mundo, tenemos ganas de sentirnos vivas. He leído la autoayuda actual para ver cómo está el mercado y es dramático: ‘Tienes que estar orgullosa de tus canas y salir con el pelo blanco. Sí, tienes artrosis, tienes celulitis o un pecho que te llega a las rodillas, da igual; luce tu cuerpo en la playa sin ningún complejo. Amar no vas a amar de la misma manera, así que conténtate con tus amigas’. Leo esto y me deprimo muchísimo. Yo no quiero amar mis canas, yo quiero estar buena, enamorarme y tener ilusiones. Quiero enviarme mensajes con un hombre y que mi corazón vaya pum, pum como cuando tenía 20 años. No quiero resignarme a decir: `Bueno, es que ya ha pasado mi época’. Me niego. Mi época es esta”, sentencia. No sorprende que reniegue de ideas preestablecidas. Si algo ha hecho esta comunicadora es destrozar los guiones que parecían escritos para ella.
Nacida en el seno de una familia burguesa instalada en la zona alta de Barcelona, Eyre no disimula su origen, pero tampoco lo enaltece. “Mi tía fue la responsable de la Sección Femenina de la provincia y mi padre [el pintor gallego Vicente Eyre] fue de los primeros 20 falangistas de la ciudad. Estuvo en la cárcel tres años, así que hasta que llegué a la universidad yo tenía una visión política muy unidimensional”, aclara. Todo cambió al empezar la carrera de Filosofía y Letras. “El movimiento universitario nos cambió a todos los hijos de falangistas. Fue un choque tremendo porque entramos en contacto con los hijos de los exiliados. Yo me enamoré de uno, sus padres todavía no habían vuelto a España pero lo mandaron a estudiar a Barcelona, y como los novios siempre son los que te introducen en un mundo nuevo, él me abrió los ojos”, aclara. Todavía recuerda cómo los cachorros de las élites no paraban de meterse en líos, pero siempre salían con ventaja. “Vivíamos cerca de la casa de [Joan] Reventós, que luego pasaría al PSC. Cada vez que había algún follón en la universidad lo venían a buscar. La madre salía y decía: ‘No, que vaya con el coche de la familia, que en el furgón policial hay muchos piojos’. Y se lo llevaban en el coche familiar a la comisaría de la Via Laietana, y la madre advertía: “¡Y no lo torturen ustedes mucho, que está un poco resfriado!”, rememora.
Fue en su etapa universitaria cuando se politizó y pasó la carrera enfrentada a sus padres (“era insoportable, hasta echaba en cara que lo de ir en coche era burgués”). Sus compañeros, tan supuestamente progresistas, le pedían que se pusiera “las minifaldas que parecían un cinturón” para recaudar dinero para los comunistas. “Si un día recaudaba poco, me decían: ‘Ay, Pilar, qué pasa, ¿qué hoy has ido con pantalones?” Ahí se volvió caladora nata de los machistas de izquierdas. “A mí me hacía muchísima gracia lo del amor libre. Nunca me lo tragué. Todos los anarquistas, los de Toulouse y los que habían estado en la cárcel, se reunían en un bar al lado del hospital de San Pablo. Allí siempre me decían: ‘Compañera, vamos a quedar tú y yo, que te contaré muchas nuevas ideas’, pero yo ya sabía por donde iban y les recordaba: ‘Pero si tú tienes una compañera, ¿no vendrá?’ Y ellos salían con: ‘Ah, no, no. Ella está en casa’. El amor libre era solo para ellos. Luego lo confirmaba con ellas: ‘Ellos hablando de la revolución y nosotras preparando comidas y bebidas para el batallón’”, rememora. Siempre combativa, aunque de relato amable y divertido, llegó a formar parte de las listas del Partido Feminista de Lidia Falcón. “Éramos unas grandes luchadoras, teníamos todo por conquistar y nada que perder. A mí, si un jefe hubiese intentado algo conmigo en las redacciones que estábamos, todas hubiésemos saltado. Éramos tías que no dejábamos pasar ni una.”
Durante su veintena, una tuberculosis galopante la apartó de “la mala vida que llevaba”. Le extirparon un pulmón y se volcó en su carrera de periodista. Pasó por la redacción de Interviú, donde se especializó en la crónica social que tanto ha definido su carrera. “Fue una época maravillosa, se pagaba bien a los periodistas. Yo cobraba 350.000 pesetas al mes y viajábamos muchísimo, no nos privábamos de nada. Cómo no va a estar mal el periodismo ahora, si una persona que se está jugando la vida en Ucrania cobra 50 euros por crónica”, advierte. Allí entrevistó a prácticamente todos, hasta a aquellos con los que creía que no confraternizaría, como el torero Luis Miguel Dominguín. “Soy animalista, yo llevaba toda mi vida manifestándome contra los toros, pero me hice muy amiga suya cuando se retiró. A todos los toreros siempre les decía: ‘¿Y no te dan pena los toros?’ Él me confirmó que en esa etapa le daban miedo hasta por televisión. ‘Pues claro que me dan pena, yo me acuerdo de la cara de todos los toros que he matado’, me dijo”.
Votante del PACMA (su hermana va en las listas), siempre repite que “la simple existencia de un perro abandonado ahí fuera es lo que te impide ser feliz”. Comparte su vida con Brody, pero ha adoptado otros 16 perros más durante su vida. “Ahora mis amigas ya pueden venir a casa porque el anterior, Fender, ladraba a los ancianos. Supongo que fue porque alguno le hizo daño antes de que llegase a casa. Así que daba igual si llevases bótox o estuvieses operada, nadie quería venir a verme por el miedo a que Fender detectase que eras vieja”, dice entre risas.
Sabe que haber sido mujer ha moldeado su carrera. “Cuando el padre de mi hijo murió y me quedé viuda, yo me tuve que hacer cargo de todo, dejé la redacción y me volví colaboradora, trabajaba de forma más esporádica. ¿Cuántas veces las mujeres tienen que dejar de escribir por ir a buscar al niño al colegio o se tienen que hacer cargo? Todavía me acuerdo de esos fotógrafos que cuando hacíamos reportajes nunca querían volver a casa. Habíamos estado una semana fuera y en el aeropuerto, al aterrizar, te decían, ¿y si nos tomamos un gin-tonic antes del taxi? Siempre pasaba igual”.
Su sueño, dice, es conseguir su particular “mujer de escritor”. “A mí me fascinan siempre esas casas en las que entras y te dicen: ‘Al papá no le molestéis porque está escribiendo y se tiene que concentrar en su estudio’. Esa frase la he oído 50.000 veces: ‘Mira, aquí es donde escribe fulanito. Aquí, encerradito, los niños no le dan la lata, ni nada de nada, aquí es feliz’. Detrás de esos hombres siempre hay una mujer que lo hace todo, porque ellos creen que para lo único que sirven es para escribir. Así que yo sueño con que algún hombre con el que haya estado o esté llegue a decir esto: ‘Mira, aquí es donde escribe Pilar. Aquí es feliz’”.
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