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Esquerra: ser parte del problema o de la solución

La formación debe decidir si opta por investir a Illa o si apuesta por nuevas elecciones e ir en solitario en plena crisis interna o aliarse debilitada a Junts

El presidente de ERC, Oriol Junqueras, durante su comparecencia el pasado jueves.
El presidente de ERC, Oriol Junqueras, durante su comparecencia el pasado jueves.Alejandro Garcia (EFE)
Milagros Pérez Oliva

Pocas veces se da una situación más difícil para una fuerza política como la que encara ahora Esquerra Republicana. Tener que afrontar una durísima crisis interna y decidir al mismo tiempo el futuro inmediato de Cataluña, que está en una encrucijada. Una responsabilidad inmensa para unos dirigentes aturdidos y cuestionados, algunos de los cuales ya han dicho que se marchan. Esta será su última y delicada decisión. Pero la historia de ERC está plagada de subidas fulgurantes y caídas estrepitosas. De la misma forma que se ha hundido se ha recuperado. Entre 2006 y 2010 pasó de 21 a 10 escaños pero en 2012 volvió a tener 21, y empezó a subir, hasta alcanzar los 33 de 2019 que le dieron la ansiada presidencia de la Generalitat. Ahora ha vuelto a los 20.

Junqueras ha querido convertir a Esquerra en la fuerza hegemónica de los dos ejes que dividen la política catalana, el identitario y el ideológico. Le ha disputado al postpujolismo la hegemonía del bloque soberanista, cosa que consiguió, por la mínima, en las pasadas elecciones. Y ha querido desplazar al socialismo para erigirse como una fuerza de izquierdas con implantación tanto en las áreas metropolitanas y urbanas como en la Cataluña del interior. Esa estrategia está en crisis aguda, y ahora tiene que decidir por dónde tirar, sabiendo que aún puede caer más.

Si sus dirigentes son responsables, decidirán en primer lugar en función del interés del país porque lo contrario sería desmentir de golpe todo el esfuerzo que han hecho para mostrarse como una fuerza autónoma, responsable y de gobierno. Y porque si le va bien al país, tendrán más posibilidades de recuperarse. El problema es que no tiene mucho tiempo. En realidad, ERC solo tiene dos opciones: apoyar a Salvador Illa para presidente, o precipitar una repetición electoral. Aunque Carles Puigdemont insiste en presentarse a la investidura, dando por descontado el apoyo de Esquerra, en realidad no tiene nada que hacer si los socialistas no le apoyan al menos con una abstención, y ya han dicho que no lo van a hacer. Sería mucho más que renunciar a la presidencia de la Generalitat. El castigo de su electorado, si se le ocurriera hacer presidente a Puigdemont, podría ser apoteósico, en Cataluña y más allá.

Por otra parte, Esquerra tiene ya alguna experiencia sobre los cantos de sirena y las tácticas envolventes que Junts practica con el discurso de la unidad como anzuelo. Junts ha sido muy unitario cuando esa unidad reforzaba su propio poder dentro del bloque soberanista, pero no ha dudado en boicotear y socavarla cuando ha beneficiado a Esquerra, como ha ocurrido en esta legislatura, incluso abandonando el Gobierno sin un motivo convincente. Puigdemont se postula para presidente aun sabiendo que no tiene opciones porque esa es la mejor forma que tiene de atar en corto a Esquerra: colocarla en un dilema imposible, hacer que le tiemblen las piernas y que no se atreva a votar la investidura de Illa. De ese modo, él tendría una nueva oportunidad, irían a unas nuevas elecciones que, con la amnistía ya aprobada, como la abuelita de Caperucita, sería para comérsela mejor. En una eventual repetición electoral, Esquerra tendría que decidir si iba sola, en una situación de extrema debilidad, o en una eventual candidatura unitaria presidida por Puigdemont. Y vuelta a empezar.

Esquerra había pasado ya página. Ahora tiene que decidir si quiere formar parte del problema o de la solución.

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