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POBREZA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Taxonomía de la indigencia de Barcelona

Los indigentes con dolencias mentales se suman a un ingente ejército de victimas del colapso social, junto al climático, que pende sobre nosotros como una invisible y puntual espada de Damocles

Personas sin hogar
Una persona sin hogar duerme en un banco del paseo Picasso de Barcelona, en una imagen de 2021.Albert Garcia (EL PAÍS)
J. Ernesto Ayala-Dip

La presentadora de televisión Ana Rosa Quintana demostró palmariamente que no es de mirar mucho cuando camina por una ciudad. Parece que hace unos días estuvo en Barcelona y extrajo un tajante diagnóstico: “Barcelona está llena de perros flautas”. Hace unos años, en Argentina, un conocido jugador de futbol, viajó al norte del país y le dolió la miseria que vio. A los dos segundos las redes se rasgaban las vestiduras. Alguien le recriminó semejante conclusión y él respondió: “Es que yo soy de mirar mucho”. Justamente lo que no es la señora Quintana. Cuando haces un análisis a vuelo de pájaro transitando por las calles de una ciudad, tienes que tener la virtud de no equivocar lo que ves, no basta con mirar por encima, tienes que hacerlo como el jugador argentino.

En Barcelona veo, cada día que pasa, más indigentes. Hasta tengo la impresión de que pasan por mi lado los que lo serán dentro de 48 horas, minutos más minutos menos. Como también soy de mirar mucho saco una conclusión: no son “perros flautas”. Son gente que vaya a saberse de dónde y cómo llegaron al cemento urbano con todo lo que tenían puesto. Cuando pasas de ver a mirar es cuando entonces descubres un drama humano.

Yo arriesgo una taxonomía. No hay en Barcelona un solo tipo de indigentes. Si miras mucho verás que los hay que llevan una maleta de rueditas, cual turistas algo descuidados en su indumentaria; los hay que llevan mochilas; los que llevan un móvil pegado a la oreja (siempre me pregunto ¿con quién hablarán, en caso de que estén en sus cabales, con algún familiar al que le están mintiendo que están soberbiamente bien, que ya trabajan o están a punto de hacerlo); los que van con perros, sin por ello ser “perros flautas”, como apuntó la señora Quintana con tanta ligereza como desprecio; y por último los que leen. Estos últimos exigen una consideración: ¿vivieron en una familia de clase media cultivada? Los veo cómodamente respaldados en las paredes devorando un libro, como si recordaran cuando lo hacían en el sofá de sus confortables casas.

La familia de los indigentes de nuestra ciudad está constituida por jóvenes y viejos, de gente del país y del extranjero, de distintas razas. Y de entre ellos surgen otro tipo de indigentes: los que arrastran alguna dolencia mental. Caminan como zombis, hablan solos como si lo hicieran consigo mismos o con un invisible interlocutor o hablan a gritos, con un inquietante sonido agresivo, como recriminándonos nuestra culpa por haber hecho o permitido que llegaran a esa devastadora situación. E incluyo a otros en mi clasificación: Son gente, hombres y mujeres, que nada nos hace percibirlos como indigentes, pero que sin embargo los vemos deslizarse disimuladamente sin camino de retorno por la pendiente de la indigencia. Enfilan las papeleras donde esperan encontrar algo, una bebida o un bocadillo a medio consumir por algún turista. Será el nuevo indigente que se sumará a este ingente ejército de victimas del colapso social, junto al climático, que pende sobre nosotros como una invisible y puntual espada de Damocles.

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