El servicio de canguro cultural de Barcelona no despega: “Aquí nadie se ha apuntado”
Ocho meses después de su implantación, el ICUB se niega a explicar el balance y perspectivas de futuro del proyecto piloto Concilia Cultura
Desde que nació su hijo, Ana y Francisco han “rebajado” su consumo cultural, “ir al teatro o a un museo se complica, cuando tienes que contratar un canguro o pedir a un familiar que cuide del niño”, admiten. A ellos, como a Susana e Iván, les parecería “muy útil” un espacio para los más pequeños en los centros culturales. Su “fantasía” se hizo realidad el pasado mayo cuando el Ayuntamiento de Barcelona puso en marcha el proyecto piloto Concilia Cultura para facilitar el acceso de padres y madres a la oferta cultural. Los ciudadanos no son los únicos ajenos a la iniciativa municipal, los trabajadores de algunos de los centros adscritos al plan se encogen de hombros cuando se les pregunta por el proyecto: “Creo que participamos, pero aquí no se ha hecho nada” o “no me suena”, son algunas de sus respuestas. El servicio de canguro cultural de Barcelona no despega.
El proyecto piloto que el Instituto de Cultura de Barcelona (ICUB) se inauguró en mayo como una ampliación del servicio de Canguro Municipal. La iniciativa ofrecía servicios de atención y acompañamiento gratuito para los niños entre 0 y 12 años, mientras sus padres visitaban el Teatre Lliure, el Museu Picasso, La Virreina Centro de la Imagen, La Capella y el Centro de Arte Contemporáneo de Barcelona-Fabra i Coats (CAC). Para promover el arte en la ciudad, cada centro podía adaptar el servicio a sus actividades.
En el centro de exposiciones de arte contemporáneo La Virreina, el servicio de canguraje se ofrecería en “momentos puntuales” como inauguraciones o visitas guiadas, igual que en el Museo Picasso, los jueves a partir de las 16 horas y el primer domingo de cada mes. En el Teatre Lliure, las entradas para el fin de semana ofrecían un canguro para los niños durante las obras. Pasados los meses y con las vacaciones de Navidad a la vuelta de la esquina, estas instituciones reconocen no tener información sobre el desarrollo de Concilia Cultura, “creo que se hizo un par de veces en verano, pero no ha tenido ningún arraigo”, admite una trabajadora de La Virreina. La dirección del Museo Picasso asegura que, pese a estar inscritos, no han puesto en práctica el servicio y en La Capella afirman que “nadie llegó a apuntarse”.
Desde el ICUB declaran que el proyecto―aprobado en fase de prueba para 2023―se está valorando actualmente, y se niegan a explicar el balance definitivo de su funcionamiento y perspectivas de futuro. Los responsables del Plan de Barrios, marco normativo de la iniciativa, suscriben esta información.
Madres como Marta y Sandra coinciden en que el servicio es útil a priori, pero, en la práctica, no dejarían a sus hijos con un desconocido, “nunca los he dejado con un canguro, siempre optamos por la familia”, añade Marta. La solución para conciliar no es un servicio de canguro, afirma Luna Coppola, cocreadora de Base Ò, la cooperativa para el diseño de espacios culturales inclusivos, escogida por el ICUB para desarrollar Concilia Cultura. Coppola y su mujer son artistas y madres de mellizos de seis años, “en las exposiciones e incluso en nuestras propias inauguraciones, notábamos que el personal de los centros era reticente a la entrada de niños, como si les diera ansiedad”, recuerda.
Inspirándose en museos europeos, las dos crearon Base Ò para adaptar los centros culturales al público familiar. “Tras años de investigación, hemos descubierto que lo óptimo no es montar una guardería donde dejar a los niños dibujando mientras disfrutas de la exposición”, afirma. Base Ò apuesta por la creación de espacios infantiles, educativos y “jugables”, que estén integrados en el conjunto de la muestra, dando un resultado “orgánico y fluido”―un ejemplo es la sala familiar en la entrada del festival de cine alemán―. Cuando les contactaron desde el ICUB, con la idea de poner en marcha el servicio de canguraje, les asesoraron para instalar en algunos de los centros estos espacios sensoriales “para toda la familia”, cuenta Coppola.
Su trabajo se puede ver en el espacio infantil situado en la entrada de las exposiciones del CAC, donde el proyecto ha tenido buena acogida. “En nuestro caso el espacio infantil ha funcionado muy bien por su carácter permanente, así las familias pueden combinar la visita con las actividades infantiles, sin necesidad de que haya monitores cuidando de los niños”, explica Mónica López, responsable de comunicación del CAC.
La experiencia ha sido similar en el Teatre Lliure. “El balance es positivo, pero creemos que ha fallado la comunicación del servicio”, confiesa Albert Minguillón, director de gestión del público en el Lliure. “Muchas familias dejan de venir al teatro por las dificultades para conciliar, este tipo de servicios públicos son necesarios, pero se tendrían que difundir y explicar mejor”, advierte. Para Minguillón, la clave del éxito ha sido ofrecer el servicio en “cajas acristaladas educativas”―uno de los diseños de Base Ò― para que los niños pasen el rato mientras sus padres ven la obra. “Al tratase de estructuras permanentes la gente se acercaba a preguntar y se iba difundiendo con el boca a boca”, reconoce. “Si Concilia Cultura no sigue adelante, querríamos mantener el servicio por nuestra cuenta”.
Desde Base Ò confiesan que les sorprendió que la instalación se hiciera permanente en el Teatre Lliure, “han comprobado que es mejor integrar a los niños en el espíritu de la muestra, que dejarlos apartados”, admite Coppola. Lo mismo ha ocurrido en el CAC, donde la idea inicial era el canguraje, pero la vida del propio espacio ha evolucionado su uso. “Nos alegró mucho el feedback de la gente del barrio porque la instalación no solo la han utilizado los usuarios del centro, sino que ha servido como refugio climático y punto de encuentro para los vecinos de la zona que quieren disfrutar del tiempo libre con sus hijos”, cuenta.
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