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amnistía
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El bálsamo de la amnistía

Civilizar el conflicto es lo que debe aportar la amnistía. Y el que no lo entienda, en nombre de una patria o de la otra, lo acabará pagando

Josep Ramoneda
Carles Puigdemont Junts
El expresident Carles Puigdemont, durante un pleno del Parlamento europeo.RONALD WITTEK (EFE)

Me atrevo con un pronóstico. Una vez aprobada en las Cortes y con los exiliados de regreso a casa, la amnistía quedará rápidamente normalizada. Y, poco a poco, el ruido se irá a otra parte. En democracia, las situaciones de excepción no pueden eternizarse y sólo desde el reconocimiento mutuo se puede recuperar el clima. A pesar de la derecha, se ha avanzado ya en esta dirección. Sé que la nueva etapa tardará tiempo en perfilarse porque un PP desencajado hará (con algunas connivencias institucionales) cuanto pueda para alargar la tensión, pero este juego puede acabar perjudicándole. Toda querella cuando se alarga más de lo razonable se enquista. Si un día y otro se repite que España está en almoneda y la vida sigue lejos del dramatismo público, la estrategia se gasta.

La furia ha sido útil para Feijóo para tapar su fracaso electoral. Le ha servido para que la alianza con Vox avance, sin entrar en detalles y ocultando las oscuras operaciones de censura y de restricción de derechos en las autonomías y ciudades en que van de la mano. La sobreactuación por la victoria en las municipales y autonómicas, compartida con Vox, derritió a Feijóo y la ciudadanía lo puso en evidencia el 23-J. Del mismo modo la grandilocuencia patriotera que le está llevando a trasladar a Europa las querellas hispánicas se irá deshinchando. Y emergerá la verdad: no es la amnistía lo que anima al PP; es el alineamiento con el sector de las derechas europeas que, liderado por Manfred Weber, ha optado por la vía del autoritarismo posdemocrático. Y el verdadero peligro, ahora mismo.

Naturalmente, para que mi pronóstico se cumpla se requiere que la otra parte haya aprendido de este episodio. Que el independentismo asuma que se entra en una nueva etapa. Cuando uno desafía la idea de límites —es decir, va más allá de lo que está al alcance de sus fuerzas— se la pega, como ocurrió con la lectura que se quiso hacer del 1 de octubre. La ciudadanía no está para nuevos envites. Las formaciones independentistas están lejos de los apoyos de aquel momento: el principio de realidad lleva seis años haciendo mella. Toca hacer política, es decir, progresar razonablemente, recordando lo que ocurre cuando se quiere volar alto y no se tiene la fuerza suficiente.

Civilizar el conflicto es lo que debe aportar la amnistía. Y el que no lo entienda, en nombre de una patria o de la otra, lo acabará pagando. De regreso a Cataluña, Puigdemont, pasados los inevitables momentos de exaltación, pronto será uno más en la pelea política cotidiana o, simplemente, quedará para la memoria si decide irse a casa, y pasar el relevo después de tanto revuelo.

El espacio político se recompondrá. Y Junts, si quiere sobrevivir en la complejidad, deberá volver al origen: a la derecha catalana, huérfana de representación política genuina. Y la amnistía habrá sido un bálsamo pacificador. Pero sin perder de vista que hay un punto en que la derecha española y un sector, hoy minoritario, del independentismo podrían encontrarse: el autoritarismo postdemocrático. Que es la gran amenaza que tiene Europa en el horizonte.

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