El último engaño de Puigdemont
El ‘expresident’ ha engatusado a los suyos para que aceptaran el trato que a él le conviene personalmente
Disipados el ruido y la polvareda, los perfiles se van dibujando con más precisión. El trato no ha sido un mero canje de votos para la investidura por la amnistía. El expresidente catalán huido de la justicia necesitaba unas medidas de gracia que también le incluyeran a él, a diferencia de los indultos a los dirigentes independentistas presos, y la fortuna le dio los votos precisos para exigir la fórmula exacta. El acuerdo entre el PSOE y Junts, escandaloso por tantos conceptos, contiene retórica a raudales, pero su sustancia no es exactamente el canje de votos por amnistía, sino solamente por una promesa, la de presentar una ley de amnistía que pueda ser aprobada en el Congreso, aplicada por los jueces y refrendado su perfecto encaje en la carta magna por el Tribunal Constitucional. Y la promesa ya se ha cumplido.
Con esos votos, Sánchez sigue en La Moncloa. La contrapartida para Puigdemont es una larga e incierta carrera sin fecha de llegada a Barcelona. La investidura era lo sustancial, mientras que lo contingente es el futuro de la ley: su aprobación en el Congreso con esos siete votos que son como siete juras de la Constitución, su aplicación por los jueces, y su control de constitucionalidad. Votar la investidura era la condición indispensable, porque sin ella se multiplicaban las probabilidades de que no hubiera medida de gracia alguna y la Casa de la República siguiera abierta en Waterloo por tiempo indefinido.
Lo que suceda después ya importa menos. El largo itinerario de la ley, quizás hasta bien entrada la primavera de 2024, le permitirá a Sánchez recabar razonablemente el apoyo de Junts a los presupuestos, equivalente en la práctica a dos años de legislatura, de forma que su comportamiento posterior tiene una relativa importancia en la actual perspectiva y se convierte en un elemento más de la compleja gestión de las alianzas parlamentarias durante la atormentada legislatura que acaba de empezar.
La llave que tenía Puigdemont necesitaba un lubricante. El burdo trato comercial —te doy los votos, me das la posibilidad de retorno que el PP y Vox me negarán de por vida— demandaba una intransigente reafirmación en los sagrados principios del esencialismo nacionalista y de su rupturista vocación unilateral, asegurando así la recepción que ha merecido por parte de las fuerzas conservadoras, auténtico marchamo de autenticidad independentista. Sánchez ha regalado entero el relato con el que Puigdemont ha envuelto su engaño, incluido el ridículo mecanismo de mediación, y recibe a cambio el ruido y la polvareda que dan credibilidad a las hipérboles del momento. ¿Se puede pedir más?
Con precisión lo ha diseccionado Clara Ponsatí, de alocada ideología pero buena cabeza analítica. La inteligencia está del lado de Sánchez. Puigdemont es quien ha renunciado y engatusado a los suyos para que aceptaran el trato que a él le conviene personalmente. Una vez más, puesto que el engaño es marca de la casa. Relato puro y solo relato, eficaz para activar a la extrema derecha y clamar a continuación por el dique que la contenga.
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