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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El viaje de Iglesias a ninguna parte

La dinámica es tan autodestructiva que el principal dilema que tienen ahora Yolanda Díaz y Pedro Sánchez es decidir qué es mejor para el Gobierno progresista: tener a Podemos dentro o fuera de la coalición

Pablo Iglesias, en un set de televisión cerca del Congreso durante la segunda jornada del debate de investidura de Pedro Sánchez.
Pablo Iglesias, en un set de televisión cerca del Congreso durante la segunda jornada del debate de investidura de Pedro Sánchez.SAMUEL SÁNCHEZ
Milagros Pérez Oliva

En las primeras elecciones legislativas a las que concurrió, las de diciembre de 2015, Podemos se presentó con un cartel electoral lleno de caras entonces aún poco conocidas bajo un eslogan contundente que daba cuenta de la magnitud de sus aspiraciones: “Un equipo para gobernar”. Allí estaban, además de Pablo Iglesias como candidato a presidente, Íñigo Errejón para vicepresidente, Victoria Rosell para la cartera de Justicia, Pablo Bustunduy para Exteriores, Pablo Echenique para Ciencia y Tecnología, Julio Rodríguez para Defensa y Nacho Álvarez para Economía. En la imagen aparecían otros líderes del partido cuya presencia indicaba que iban a por todas en su propósito de “asaltar los cielos”.

En 2015 Podemos era una fuerza política de nuevo cuño, surgida al calor de las movilizaciones del 15M que supo leer bien el estado de ánimo de la ciudadanía tras las políticas austericidas que siguieron a la crisis de 2008. En esas legislativas obtuvo 42 diputados (el 12,69% de los votos) que, sumados a los logrados por las confluencias territoriales con las que había suscrito alianzas (En Comú-Podem, Compromís, En Marea, etc), alcanzaron el 20,68% de los sufragios y 69 escaños, muy cerca del PSOE, que obtuvo 90. Ocho años después, la mayoría de sus dirigentes fundacionales se han apeado de Podemos y muchos incluso de la política. El último en hacerlo ha sido Nacho Álvarez, el muy respetado secretario de Estado de Derechos Sociales que ha ejercido un papel clave en los principales avances sociales de la pasada legislatura. La renuncia de Álvarez a ser propuesto por Sumar para una de las carteras del nuevo Gobierno a la vez que dimitía de todos los cargos en Podemos es el último episodio del imparable proceso de bunquerización que sufre Podemos.

La hemeroteca es cruel. Tanto si se miran las fotografías de la asamblea fundacional como la de los ministrables de aquel primer cartel electoral, hay muchos más abandonos que permanencias. Íñigo Errejón, Carolina Bescansa, Luis Alegre, Tania González, Pablo Bustinduy, Ramón Espinar, Raimundo Viejo, Clara Serra, Rita Maestre, Mónica García y un largo etcétera fueron dejando el partido, algunos para formar nuevas siglas. Es tal la descapitalización que el partido ha quedado prácticamente reducido a la figura de Pablo Iglesias, que maneja sin disimulo los hilos pese a no tener responsabilidad directiva, y sus dos ministras, Ione Belarra e Irene Montero. Yolanda Díaz, designada como sucesora por Pablo Iglesias sin siquiera consultarla cuando este abandonó la vicepresidencia del Gobierno, comprendió pronto que la única forma de evitar el hundimiento electoral era intentar agrupar de nuevo todo lo que el dirigente de Podemos había ahuyentado. Y lo logró con Sumar, pero todos sabían que el acuerdo que se cerró in extremis para la integración de Podemos solo era una tregua forzada por las circunstancias.

Iglesias vuelve ahora a la carga contra Sumar. En el entorno de Podemos se habla ya más de traición que de política y el clima que se respira en las redes sociales es asfixiante. En esta guerra cainita, la política se convierte en una trituradora de la que solo puede salir una honda amargura como la que expresa Alberto Garzón, otro de los dirigentes que ha tirado la toalla, en la carta que ha dirigido a los militantes de Izquierda Unida: “He empleado demasiado tiempo en tratar con gentes que no cuidan a sus semejantes y para los cuales la política es solo una forma de aplastar al que piensa diferente”. La dinámica es tan autodestructiva que el principal dilema que tienen ahora Yolanda Díaz y Pedro Sánchez es decidir qué es mejor para el Gobierno progresista: tener a Podemos dentro o fuera de la coalición, con un Pablo Iglesias tan cegado por su propio fulgor que es incapaz de ver el abismo al que se lanza.

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