Después de la investidura
Sánchez afrontará una legislatura sin tregua. Después de estos años de confrontación no será fácil volver a la finura política
La investidura impondrá la realidad que los perdedores niegan: que el 23-J una mayoría ciudadana votó contra un gobierno PP-Vox; que se abre una oportunidad para devolver la cuestión catalana al terreno de la política del que no debía haber salido nunca; y que la dinámica de agitación impulsada por el PP puede revolverse contra Feijóo, si no quiere quedar atrapado bajo la sombra de Vox. La vomitiva exhibición de machismo, frente a la sede del PSOE, con la procesión de maniquís contra las ministras del gobierno español, pone al PP frente a la siniestra realidad de la extrema derecha que le acecha.
Ciertamente el presidente Sánchez afrontará una legislatura sin tregua. Aunque la derecha, si sigue subida al monte, le facilitará la tarea de cohesionar su mayoría. Pero es evidente que cada cual necesita conservar su perfil, lo que inevitablemente traerá desencuentros y complicaciones. Después de estos años de confrontación no será fácil volver a la finura política.
Dos problemas de fondo marcarán la legislatura. El primero, la dificultad de asumir lo que debería ser el fundamento de la nueva etapa en la relación con Cataluña: que lo ocurrido en 2017 nunca tenía que haber salido del ámbito de la política y que ambas partes son responsables del traslado del conflicto a la justicia que bloqueó una salida política. Unos, los independentistas, por la negación de los límites: dar un paso –la proclamación de la independencia- que era absolutamente imposible hacerla efectiva. Otros, el gobierno Rajoy, por su desidia, voluntaria o no, al negarse a abordar políticamente el problema. Y ahí va la amnistía: para reconocer que el problema era y es político. Encauzarlo desde esta idea es fundamental para la nueva etapa. Y son obvias las resistencias que se cruzarán por el camino, como ya ha demostrado la derecha y un sector del poder judicial que ha desbordado sus límites incluso saliendo a la calle. El PP deberá escoger entre seguir pegado a Vox, por tanto, condenado a la minoría, o marcar diferencias y entrar en el espacio de juego compartido, pensando en su futuro.
El segundo problema viene del contexto europeo. Si la radicalización del PP arrastrado por Vox fuera un fenómeno estrictamente español sería menos inquietante. La ciudadanía ya ha demostrado su capacidad de reaccionar. Pero como todos sabemos, los partidos clásicos de las derechas europeas (conservadores, liberales, democratacristianos) se están desdibujando, algunos incluso han desaparecido frente al auge de las derechas radicalizadas. Emmanuel Macron, que debía refundar la derecha francesa, no consigue frenar el crecimiento de la extrema derecha de Marine Le Pen. En Alemania, la extrema derecha ya desborda a la socialdemocracia y en Italia ya gobierna. Y así sucesivamente. Es cierto que se han dado las primeras señales de frenada de este ciclo. En España, por supuesto, el 23-J, con el aislamiento de PP y Vox. Y en Polonia, con la victoria de Donald Tusk. Pero el autoritarismo posdemocrático sigue instalado y ganando posiciones y la derecha clásica tiende a desplazarse hacia esta dirección. ¿Seguirá el PP en esta tendencia?
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