Los vecinos de la calle peatonal de Barcelona que una sentencia obliga a revertir: “¿Qué les molesta, si esto es una maravilla?”
Comerciantes y residentes de Consell de Cent, convertida por la ex alcaldesa Ada Colau en un “eje verde”, rechazan la decisión judicial y aplauden la transformación
Jueves a las siete de la tarde en la calle Consell de Cent de Barcelona. Teresa Blasi, jubilada, sale a caminar con una amiga y la recorren de punta a punta. Ida y vuelta. Maricarmen Llorente se sienta con sus nietas en un banco de camino a casa en esta vía “tan agradable”. Julia, una de las niñas, explica que sus padres han cambiado la vuelta a casa “de las extraescolares, los martes y jueves, porque por aquí es mucho más bonito”. Rafa Calderón y Reina Esteva, amigos de toda la vida, se reencuentran después de las vacaciones en un enclave que ven “tranquilo y sin coches”. Ella es “superfan” de la obra, “ganamos en espacio público”. Él de pequeño vivía en Consell de Cent, recuerda el tráfico que había y valora que se haya reducido drásticamente. “No hace falta ir al Corte Inglés en coche”, opina. A todos les parece “un despropósito”, una “broma”, un “disparate”, la sentencia de una juez de Barcelona que obliga a revertir las obras de reforma de esta calle del Eixample, en pleno centro. También cuestionan aspectos del proyecto, como que encarece el precio de pisos y alquileres, y que puede acabar perjudicando a los comerciantes de siempre si sube el valor de los locales.
La reconversión fue el proyecto estrella de la entonces alcaldesa, Ada Colau, un “eje verde” del proyecto Superilla, y la sentencia judicial llega tras una demanda al contencioso-administrativo de la asociación Barcelona Oberta, que agrupa a comerciantes de los ejes turísticos. El equipo del actual alcalde, Jaume Collboni (PSC), que gobernaba con los comunes cuando en 2022 se aprobó el proyecto de obras, ha anunciado que recurrirá la decisión judicial.
Cuentan algunos testimonios que cuando el jueves por la tarde se conoció la sentencia, un grupo de familias se concentraron a la salida del cole, en la esquina con Rocafort, y, entre pitidos, gritaron “¡Salvemos la Superilla!”. Con más o menos vehemencia, la noticia cayó como un jarro de agua fría entre vecinos y comerciantes de la zona. Incluso entre los que no eran o no son demasiado partidarios del proyecto, como Mercè Miserachs, de la farmacia Miserachs: “Es un proyecto del que no era muy partidaria y del que no nos pidieron opinión, pero con lo que ha costado, parece una broma pensar en que den marcha atrás”.
Xavier Llobet, presidente del eje comercial Cor Eixample y propietario de una óptica, cree que “la sentencia es consecuencia de haberla hecho sí o sí, con poco tiempo y pensando en las elecciones”, asegura, refiriéndose a ellos sin nombrarlos, a los comunes de Colau. Llobet admite que la calle ha quedado “muy bien”, pero asegura que ha perdido clientela que no puede llegar en coche. “Si haces calles peatonales, has de resolver antes los problemas de acceso a la ciudad en transporte público”, considera. Una de sus clientas, Rosa Maria Masferrer, 79 años, también reprocha a Colau que limitara el uso del coche, pero en cambio admite que ahora sale más y hasta más tarde: “Antes a esta hora nunca salía y ahora siempre tengo un pie fuera de casa”.
A unos metros de la óptica, Graciela Nowenstein, del restaurante La Fuga, ve la sentencia una “total irresponsabilidad”. Su apellido despista, pero se crio en Sevilla y lleva dos décadas en Barcelona, y enumera los beneficios que ha traído la Superilla: “Las plantas de la terraza no se mueren, la clientela entra más relajada, no hay humo, ruido, ni polvo, los niños juegan en la calle, tenemos una mayor facturación, y de clientes que no vienen de juerga”. “¿Qué les molesta de la Superilla si es una maravilla?”, exclama. “Si es algo formal, hablemos, pero no hay críticas, incluso la gente que estaba en contra está regalada”, asegura antes de advertir que lo que no soportarían los comerciantes y restauradores son dos años más de obras: “Como vuelvan, va a haber sangre”.
Desde que terminaron las obras (todavía queda algún fleco), Anna Torner y Marc Illa pasean los perros por Consell de Cent. “Es mucho mejor para pasear”, conviene él. Ella cree que “es mucho mejor y que no hay que tocarlo, pero también tiene cosas malas, como la subida de alquileres o la proliferación de locales para tomar brunch o zumos”. “Sería una locura que lo volvieran a levantar”, considera, pero también lanza reproches al equipo de Colau por los posibles errores: “No se puede hacer una obra así faraónica que ha costado tanto dinero [25 millones de euros] si no estás muy seguro”.
Teresa Blasi, la jubilada que sale a pasear con una amiga, cuestiona la subida de precios y considera que los problemas de tráfico y contaminación “no se resuelven reformando una sola calle, porque sobrecargas las más próximas, hay que tener una visión más global”. Con todo, por si alguien tiene alguna duda del éxito en ganancia de espacio público, señala a su entono: “La prueba es cómo está, lleno de gente”.
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