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Supervivientes al estigma del ‘colegio gueto’: “Nuestro objetivo es que los alumnos no se percaten de que son pobres”

Las políticas contra la segregación escolar y un proyecto pedagógico innovador han rescatado a la escuela Montessori de Rubí de ser encasillado en la vulnerabilidad

Una alumna sale del aula, en la escuela Montessori de Rubí, el pasado mes de junio.
Una alumna sale del aula, en la escuela Montessori de Rubí, el pasado mes de junio.Albert Garcia

Cada vez hay más escuelas que, condenadas a ser etiquetadas como gueto, han logrado revertir esta tendencia. La escuela Montessori de Rubí es uno de estos ejemplos donde la problemática de la segregación se había enquistado, pero que la combinación de un equipo docente y directivo comprometido, el apoyo de la Administración y una renovación de las pedagogías ha permitido conectar con los alumnos y darles una oportunidad para que no acaben encasillados y atrapados por su condición de vulnerabilidad. “Tienes que luchar mucho para hacer digna la escuela y dar a los niños un futuro mejor”, resume la directora de este centro público, Conxita Gimeno.

Ubicada en el barrio Les Torres, en el centro de la ciudad, la escuela sufrió las consecuencias del cambio social en las últimas décadas, “en que familias trabajadoras que habían logrado cierto bienestar económico se trasladaban a zonas más residenciales, dejando los pisos a la nueva inmigración, con más dificultades económicas, que iba llegando”, narra Gimeno. La Montessori, entonces, se convirtió en una escuela “estigmatizada e invisible, nadie la elegía”, admite la directora. “Son familias tocadas económicamente por la pandemia, sin red familiar, que trabajan, pero con sueldos muy bajos, muchas viven en pisos ocupados… Pero son familias implicadas y preocupadas por el futuro de sus hijos, y eso ayuda a la hora de trabajar juntos”, cuenta la docente.

La responsable cuenta que cuando estaban en una situación límite, encontraron un salvavidas en el programa Magnet, una iniciativa de la fundación Jaume Bofill para que escuelas impulsen proyectos educativos con instituciones educativas, científicas o culturales. En el marco de programa, en 2018 firmaron una alianza con la fundación CIM de la Universidad Politécnica de Cataluña para fomentar los proyectos tecnológicos y atraer a los alumnos, y especialmente a las alumnas, hacia el ámbito científico. Y con el programa Proa plus están recibiendo financiación para mejorar la biblioteca, para habilitar rincones de calma y lectura o para financiar las salidas o las actividades extraescolares para aquellas familias que no se las pueden permitir, entre otras iniciativas.

La complejidad es económica, pero los alumnos tienen todas las capacidades. Lo que pasa es que, por temas económicos, estos alumnos no tienen las mismas oportunidades que otros”, dice Gimeno. Aquí el papel y el compromiso de la escuela, añade, es permitir que estos alumnos accedan a actividades que fuera son inalcanzables, como la robótica o las ciencias. “Lo que hacemos es integrarlas al proyecto de la escuela y que puedan practicar aquí. Que no se percaten de que son pobres”, incide.

Tener los recursos no es suficiente. También es necesario saber gestionarlos. “El objetivo es que la escuela sea atractiva para ellos, y para conseguirlo no los puedes tener sentados todo el día”, tercia Gimeno. En este sentido, la escuela apuesta por la enseñanza por proyectos y la mezcla de las diferentes disciplinas. En los últimos días de curso, los alumnos de 6º fabricaban unos marcos para colocar una foto y regalarlos a sus ahijados —alumnos de cursos inferiores—. Un ejercicio que combina la plástica y la lengua. Mientras, los de 5º en el aula Tinker, se dedicaban a imprimir una rueda en 3D para arreglar un carrito de juguete de los alumnos de infantil. Este taller cuenta con varias impresoras 3D (algunas regaladas, otras compradas) y múltiple material que los alumnos pueden hacer servir para construir cosas o hacer algún que otro remiendo. “Tener este tipo de aulas requiere mucha formación de los profesores y también pedagogía con las familias, porque tienen que ver por qué nos gastamos el dinero en tornillos o cintas de impresora”, reconoce la directora.

Alumnos de sexto de la escuela Montessori preparan un marco para sus ahijados.
Alumnos de sexto de la escuela Montessori preparan un marco para sus ahijados.Albert Garcia

La hora del recreo también se ha planteado como una ventana abierta de posibilidades y con actividades a las que en muchas ocasiones los alumnos no pueden acceder. “Ese rato son como unas miniextraescolares, y pueden hacer danza, música, plástica o imprimirse unas camisetas. Además, eliminamos la pelota y la conflictividad se reduce”, destaca Gimeno.

En todo este proceso de cambio, la escuela ha topado con dificultades, como la barrera cultural. “Nos ha costado que algunas familias entiendan que sus hijas puedan hacer ciencias”. Otro handicap es la alta rotación de plantilla; de los 33 docentes, solo la mitad son estables. “Algunos profesores no escogen este centro porque dicen que aquí se trabaja mucho. Lo fácil sería coger un libro o hacer fichas”, tercia Gimeno, quien también se queja porque, a pesar del perfil de la escuela, el próximo curso contará con una profesora menos.

El centro también ha contado con aliados, como la Oficina Municipal de Escolarización (OME), en la que Ayuntamiento y Generalitat planifican conjuntamente la distribución de los alumnos vulnerables, muy numerosos en esta ciudad, tradicionalmente receptora de migración y de personas que no se pueden pagar una vivienda de localidades vecinas como Sant Cugat o Terrassa. Las escuelas de Rubí, explica Gimeno, tienen el mismo número de plazas reservadas para estos alumnos, así que se reparten de forma equitativa por la ciudad, cosa que está ayudando a reducir la complejidad del centro.

La directora pone cifras a esta mejora: si en 6º curso un 75% de los alumnos sufría vulnerabilidad económica, en la nueva hornada que entrará en septiembre en Infantil3, este porcentaje es inferior al 60%. Y la renovación pedagógica también está dando sus frutos. “Ahora es un proyecto de escuela que gusta, no está mal vista. Si hace unos años en las puertas abiertas venían 15 familias y todas inmigrantes, ahora nos vienen 45, y muchas de ellas en situación más acomodada”, detalla. Y valora el trabajo hecho durante estos años. “Es una satisfacción ver que todo el esfuerzo tiene un resultado. Ver a exalumnos cursando el bachillerato, y además el científico. Abrirles un camino y unas vocaciones que ni ellos ni sus familias contemplaban y que además logran sacar a la escuela del estigma”.

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