La familia del Barça... en los tiempos de Ronaldinho
La figura del empleado de club desaparece con el intervencionismo de las juntas directivas. Los últimos despidos en el Camp Nou han sido sorprendentes y extemporáneos
-¿Ha llegado Ronaldinho?
Hubo un tiempo en que a los periodistas nos estaba permitido rondar por el Camp Nou. A algunos nos gustaba desayunar en el Palau, acercarnos después a la Masia, dar una vuelta más tarde por el anillo del estadio hasta alcanzar los servicios médicos, siempre con la intención de hacernos los encontradizos con alguien que nos contara una buena historia, y acabar en el vestíbulo que daba acceso a la sala de prensa, a los vestuarios y al campo del Barça. A mí me gustaba llegar con tiempo al entrenamiento y acabar el paseo de inspección en la barrera que franqueaba el Camp Nou. Aquella mañana pregunté a los de seguridad si ya había entrado Ronaldo de Assis Moreira.
”El coche sí”, fue la respuesta de uno de los uniformados. “¡Y no enredes más, Ramon!”, insistió, tan profesional como servidor y fiel al Barça. El coche de Ronaldinho viajaba aquel día sin Ronaldinho o con el futbolista escondido en el asiento de atrás camino del Camp Nou. Al jugador le costaba cada vez más madrugar después de las noches de resaca en sus últimos tiempos de azulgrana y en aquella ocasión se hizo acompañar o simplemente mandó a un chófer para que aparcara su vehículo, aparentara normalidad y una supuesta presencia para evitar las preguntas de quienes husmeaban sobre la vida de aquel mago cuyo último truco era desaparecer de la escena del Camp Nou.
El guardia, en cualquier caso, puso al periodista sobre la pista de las aventuras de Ronaldinho. Quizá no habría abierto la boca si no se hubiera sentido burlado ni tan identificado con su sentido del deber y compromiso con el Barça. Los mejores empleados acostumbran a ser aquellos que anteponen el bien del club a los intereses particulares de los directivos y de los jugadores, incluso cuando se llaman Ronaldinho. No son habitualmente delatores y difícilmente facilitan noticias sino que de forma indirecta colaboran con quienes fiscalizan la gestión y abogan por una buena praxis, especialmente en los momentos críticos, cuando el desgobierno y las políticas conspirativas alcanzan extremos injustificables, como pasó no hace mucho en el Barça.
Una de las funciones del periodismo es la de vigilar, investigar y chequear después de sospechar como se dan las cosas; alcanza con recordar el Barçagate. Las noticias se buscan y se confirman, un proceso que requiere un buen trabajo de campo, tener buenas fuentes y ganarse la confianza de la gente con la que se trata, como siempre cuenta David Simon. “Al inicio no tienes ni idea de lo que vas haciendo, pero con el tiempo las piezas empiezan a encajar. Te dedicas a ir cada día al mismo sitio, a la misma sala, cubres los mecanismos de funcionamiento una y otra vez, hasta que lo conoces tan bien que nada ni nadie puede eludirte ni mentirte. No es un trabajo que pueden hacer los amateurs”, afirma sobre el periodista el creador de The Wire.
Hace años que ya no se puede acceder a los lugares cotidianos de antes y cada vez es más difícil hablar con quien sea porque los estadios se blindan y los clubes se han entregado a la comunicación corporativa, un gran invento que en el caso del fútbol funciona más o menos desde los ochenta, cuando Ricard Maxenchs pasó a dirigir las relaciones públicas del Barça. No solo ha sido un departamento pionero sino también ejemplar por una manera de proceder que fue copiada y elogiada por medios de varios clubes de Europa.
La tarea de Maxenchs encontró continuidad en la figura de Toni Ruiz, su mejor colaborador desde 1996 y jefe de comunicación corporativa hasta que el mes pasado fue despedido junto con Ketty Calatayud, incorporada durante el mandato de Sandro Rosell en 2011, y David Saura, el impulsor de los medios digitales después de 24 años en el Camp Nou —también salieron del club con anterioridad José Manuel Lázaro, que se encargaba especialmente del primer equipo, y Josep Vives—.
La liquidación de los últimos contratos fue tan extraña como extemporánea, inesperada para los protagonistas y los espectadores, sin margen de reacción ni posibilidad de ser asumido por los afectados, sorprendidos por su empresa después de ejercer con diferentes presidentes del Barcelona. La obra y la manera como intentaron dignificar sus cargos está de todas formas por encima de cualquier personalismo.
A un empleado del departamento de comunicación, que nada tiene que ver con un comisario, se le supone prudencia, sensatez y capacidad de resolución, ayudar al periodista sin traicionar al club; no da noticias ni desmiente informaciones que no vienen al caso y jamás miente ni se comporta como un alcahuete sino que procura desde la honestidad y la decencia que su interlocutor no se equivoque para velar por la salud profesional del periodista y naturalmente por la del Barça. No es fácil colaborar en un momento en que se impone la militancia y se confunde a la directiva con el club, como si fueran la misma cosa, y más en el caso del Barça.
Nadie discute la facultad de la junta para configurar un organigrama de acuerdo a su ideario y nombrar cargos de confianza, y más en el caso de Laporta, escarmentado después de la moción de censura que sufrió en 2008. El problema es cuando se prescinde de empleados que han cumplido y velado por el club porque entonces se levantan sospechas, se habla de fidelidad y sobre todo de familiaridad, término muy extendido en la directiva del Barça.
Hablar de familiaridad para los periodistas supone también a veces, como es el caso, sacarse de encima a uno o varios de los nuestros por haber dado sentido a su faena por encima de los intereses particulares, una decisión que para nada ayuda al quehacer de los que se quedan, gente que merece el respeto y el derecho a ejercer y a no ser juzgados de antemano dentro ni fuera del Barça. La grandeza de los despedidos es que quienes les han echado saben precisamente que ninguno abrirá la boca porque la fidelidad al Barça supone también morderse la lengua incluso cuando han sido despedidos torpemente y se ha faltado al respeto a su trayectoria.
El empleado de club se extingue, las juntas entran y salen con los suyos, las puertas se cierran y las noticias llegan sin necesidad de preguntar ni de tener respuesta como pasaba en los tiempos de Ronaldinho.
Gracias Toni, José Manuel, David y Ketty.
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