Cultura masculinista y feminismo
El resentimiento continua, no perdona. Se sigue menospreciando lo que tantas mujeres crearon
Hace poco vivimos en el MNAC una interesante sesión, dentro de un ciclo de charlas a partir de Maternasis, pequeña y notable exposición en las salas de arte moderno del museo, dedicada a este libro imprescindible de la dibujante, mujer de cultura y escritora Núria Pompeia (1931-2016) que por fin se reedita tras 30 años fuera de catálogo. El tema eran las artistas del colectivo feminista laSal, radiante en la contracultura de los 70 y 80 gracias a su bar en la calle Riereta de Barcelona y luego a la editorial del mismo nombre y su Agenda de las mujeres / Agenda de les dones, una publicación que llegó a tirar 25.000 ejemplares anuales. Allí estaba Mari Chordà, que a sus 80 años vive un momento estelar de su obra de aquellos años, desde que en 2015 la Tate Modern la incluyó en su revisión del pop art. La acompañaban una de sus camaradas de la época, Elsa Plaza, dibujante, historiadora y novelista, y Àlex Mitrani, comisario de la expo Pompeia y a quien se debe la incorporación, paso a paso, de mujeres artistas en la colección del museo. Contaron muchas cosas, con garbo y salero.
Cosas, mucha vida, acciones que, todavía, no están lo suficientemente contadas ni mucho menos divulgadas como merecen. El feminismo catalán de la segunda ola, de gran influjo en las Españas, suele pasar desapercibido en las recuperaciones antológicas y retrospectivas sobre la contracultura. Pues sí, el feminismo es contracultura. Lo es desde sus inicios pero más a partir de los 60 pasados, cuando las palabras ‘contracultura’ y ‘underground’ querían decir algo. Lo más socorrido es recordar las Jornades Catalanes de la Dona de 1976, pero casi siempre englobando en una sola perspectiva a las 4.000 mujeres que acudieron al paraninfo de la Universitat de Barcelona en los cinco días que duraron. Las organizadoras esperaban a unas 300 asistentes, pero fueron 13 veces más. No el triple ni el cuádruple: cuatro millares. No todas las reunidas entonces estaban de acuerdo en organizarse solas, sin hombres, pero de allí emergió la necesidad de promover y crear espacios y acciones solo de mujeres. Lo que provocó el resentimiento masculinista.
En el debate nos preguntamos el porqué de la ausencia o presencia mínima del feminismo en las exposiciones dedicadas a la contracultura. Reducirlo a un movimiento en exclusiva social y político es amputarlo de la cultura que creó. No sucede así en otros países, pero aquí su reconocimiento cultural no cuaja. ¿Por qué no constan en tantos museos, que compran y reciben obras y numerosos documentos, aquellos ardientes años conjugados en femenino? No me refiero a expos de, a poco a poco, algunas artistas en lo que llevamos de siglo, sino a expos y colecciones que se limitan a dar un rinconcito a aquellas complejas heroínas. Ya sea en el Macba, en el Palau Robert o en el Reina Sofía.
Por fin lo vi claro: el resentimiento masculinista continua, no perdona. En la tercera década del XXI, sigue menospreciando lo que tantas mujeres crearon, sin duda de mayor herencia y legado que, pongamos, Ajoblanco.
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