Mata a tus ídolos
A Montgomery Clift, como a Marilyn, la industria editorial los quiere bien muertos en sus mejores cualidades. Las mentiras mórbidas venden más. Para mí, están resucitando
La escritora y crítica cultural belgaestadounidense Lucy Sante —hasta hace poco Luc, tras cambiar de género este año, a los 68— tituló así su brillante recopilación de crónicas en 2007 (publicada por Libros del K.O. cuatro años después). Son escritos muy buenos de una autora salida del proletariado europeo emigrante de los años sesenta, de penetración incisiva y mirada descarnada ante una cultura en ruinas. Uno de los escritos más aclamados es Mi ciudad perdida, evocación de la Nueva York de su juventud precaria y fértil en iluminaciones y amistades. Escribe: “No nací en Nueva York, y puede que no vuelva a vivir allí nunca más, pero solo pensar en ella me produce melancolía; me cambió para siempre y mi imaginación está esposada a la ciudad, llevo su marca del mismo modo en que tú llevas una cicatriz. Pase lo que pase, me guste o no, Nueva York está destinada a ser mi hogar para siempre”. Si cambio Nueva York por cine, firmo la frase. Y su espíritu, que estos días evoco con estupor tras ver dos documentales sobre algunos de nuestros ídolos, Marilyn Monroe y Montgomery Clift. El cine es mi hogar, pero cuántos mártires se ha cobrado.
De este año es El misterio de Marilyn Monroe. Las cintas inéditas, de Emma Cooper (Netflix), un recorrido por los pasos del bregado periodista de investigación Anthony Summers, que la cadena ha financiado por aquello de la moda del true crime, historias basadas en crímenes sucedidos. No tenía demasiado interés en verlo, creía saber lo esencial de la estrella fulgurante, me temía otro corta y pega de archivos y bustos parlantes. No es eso. Lo vi cabreada como una mona. Y tanto que hay ídolos cuya memoria llevar a la guillotina: los Kennedy. El padre Joe, que educó a sus varones en el mantra “tírate a cualquier mujer con la que tropieces”, y los hermanos Jack y Joe, dos matones sexuales que hacen quedar lo de Clinton como una nadería y a Trump como a un buen discípulo. El cine norteamericano y su presidencia, qué pareja.
Making Montgomery Clift (Filmin) es de 2018. Lo escribe, produce y dirige su sobrino Robert Clift junto a Hillary Demmon. La de marranadas que Hollywood hizo al actor. Nunca ocultó en su vida privada ser gay, era de la broma y se lo pasaba en grande lejos de los focos, sencillo en sus hábitos. Defendió su independencia artística: rechazó los contratos con los estudios cuando nadie lo hacía y algunos papeles importantes, a la búsqueda del tipo de virilidad que logró representar: afectuosa, afable, tierna, nunca agresiva. Revisaba sus guiones a fondo y cambiaba diálogos en colaboración con el director: un actor creativo delante y tras de la cámara. Pero la que se mantiene incólume es la machacona historia de que no pudo sobrellevar su homosexualidad y eso lo llevó a la destrucción. Su familia lo rebate desde la primera biografía, hace décadas, pero no hay manera. A Monty, como a Marilyn, la industria editorial los quiere bien muertos en sus mejores cualidades. Las mentiras mórbidas venden más. Para mí, están resucitando.
Eso sí, he matado a uno de mis ídolos, John Huston, que llevó por el camino de la amargura a Clift en Freud, con consecuencias criminales para el actor: son muchas las maneras de matar.
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