“Se nos mojaron en la caseta más de siete mil libros”
Antonio Ramírez, propietario de La Central, estima sus pérdidas por la granizada de Sant Jordi en cerca de 50.000 euros. El editor Daniel Fernández regalaba al final sus ejemplares mojados en el stand de Edhasa
Las tormentas de agua y granizo que sacudieron el sábado la Diada de Sant Jordi provocaron en Barcelona importantes daños en casetas y libros. Uno de los momentos peores de la jornada fue la que se vivió por la tarde en el stand de firmas de la librería La Central en paseo de Gràcia cuando ráfagas de viento devastaron la instalación, provocando varios heridos leves y la pérdida de abundante material. “Todavía es pronto para hacer una evaluación precisa, pero calculo que se nos mojaron allí unos siete mil libros, de los que hay que ver aún qué cantidad podremos recuperar”, explica Antonio Ramírez, propietario de La Central y que vivió en directo la catástrofe. “Quizá se salven un 30 %, pero sumando los libros destruidos y otro material que perdimos nuestras pérdidas se pueden elevar a unos 50.000 euros”. Ramírez considera que habrá una quincena de afectados como ellos. “Es difícil dar una cifra total, pero puede multiplicarse por 15 la nuestra”.
En algunos casos, el agua embolsada en las cubiertas de los stands cayó sobre los libros en las mesas. “Sé que han sufrido especialmente algunas librerías de viejo y ocasión que no tenían carpas para protegerse de la lluvia”. Los libros mojados, lamenta, “dan mucha pena, una depresión tremenda, llevas meses preparando una jornada que se te va literalmente al agua”.
El drama que vivió Ramírez en la tarde de Sant Jordi —estaba pálido entre los bomberos y servicios de emergencia que se movían entre los restos de las casetas— y las pérdidas materiales no le impiden considerar que “pudo ser peor” y resaltar el gran espectáculo de la gente en una Diada tan poco propicia. “La gente volvía una y otra vez, bajo la lluvia, con paraguas, y yo nunca había visto tantas personas, ¿qué habría?, ¿un millón?, ¿un millón y medio?”.
El librero hace, de hecho, un balance positivo “a pesar de todo” y confía en que pueden haber igualado las ventas prepandémicas de 2019. “Se acerca a lo que esperábamos, por el buen funcionamiento de las horas de la mañana y el resultado de las librerías, pero claro, hay que restar las pérdidas”.
En cuanto a si tiene que hacer algún reproche a la organización, señala: “Es fácil decir que tiene que haber estructuras más sólidas, pero las instalaciones de un solo día son efímeras por definición, y de hecho las casetas de Abacus, que son más fuertes, tampoco aguantaron. Las zonas más afectadas, como la nuestra, lo fueron por un fenómeno que no se podía prever; parece que fue viento que se coló por las calles amplias del Eixample y que cogió una fuerza tremenda. El viento fue lo peor, en la plaza Reial no pasó nada así porque no entró el viento. En el futuro habría quizá que tener en cuenta el peligro de esas áreas y quizá montar estructuras más sólidas, pero claro, todo eso tiene un precio, y es solo un día”.
¿Debía haber habido una mejor previsión meteorológica, como han señalado algunos afectados? “En primavera creo que eso es muy difícil. Se dijo que habría tormentas a mediodía, pero ¿cuántas granizadas hemos visto en Barcelona como esa en abril?, y ¿cómo gestionas tormentas con un millón y medio de personas en la calle?”. Ramírez, que califica lo sucedido como un “accidente” impredecible en “un día muy loco”, reflexiona que la única opción previsora hubiera sido cancelar, “lo que no querría nadie”, o hacer Sant Jordi en un lugar cerrado —como se hizo en Girona—, en el Palau Sant Jordi o en la Fira, pero la gente quería estar en la calle, y en un número como la que sale en Barcelona no la colocas en ningún sitio cerrado”.
El librero opina que el nuevo modelo con las casetas de librerías y editoriales situadas en paseo de Gràcia es muy bueno y probablemente impidió situaciones peores, con la gente acumulada en espacios más pequeños y en un cul de sac como Rambla de Catalunya.
Otro de los afectados por el ya llamado “el Sant Jordi de la pedregada”, fue el editor de Edhasa, presidente de la federación de gremios de editores y de Cedro, Daniel Fernández, que tuvo que arrimar literalmente el hombro para sujetar su caseta. “Fue tremendo, luego tuve que secarme los calcetines con un secador, la parte final, horrible, nosotros aguantamos hasta el último momento, otros se marcharon antes”, explica con tono épico de capitán enfrentado a una galerna, no en balde publica las novelas navales de Patrick O’Brian. “Hubo gente que se acercó a ayudarnos a sujetar los soportes del toldo, que aferrábamos como la tripulación del Pequod, pero la verdad es que la mayoría nos filmaban vídeos”, deplora.
“Hemos perdido bastantes libros, al final regalamos un montón mojados, ‘lléveselos y póngalos al sol’ les decíamos a los que se acercaban a nuestro stand. Los libros tienen más vidas que los gatos. Los de tapa dura, que tenemos muchos en Edhasa, aguantan más, pero habremos perdido completamente más de un centenar, y en bolsillo y otras ediciones unos trescientos. Lo peor fue el viento. Las ráfagas se llevaron hasta una de nuestras banderolas, que no pudimos recuperar, con lo que podemos decir como en las novelas de aventuras, que hemos perdido la bandera. Teníamos plásticos en previsión para tapar las mesas, pero el agua se colaba por todos lados. La sensación es que desastre fue por barrios. Zonas de la feria donde se sufrió más y menos”.
Daniel Fernández subraya que “ante la catástrofe hay que ser solidarios y estar con los que han sufrido más”, pero advierte que no sería justo que se ayudara solo a los libreros por las pérdidas y no se pensara en los editores. “La pérdida será grande”, auguró. Fernández está de acuerdo con Ramírez en que el comportamiento de la gente fue asombroso, “llovía y seguían paseando y comprando”.
Recuerda que “la mañana empezó de manera estupenda, los datófonos echaban humo, hasta las 13 horas era una fiesta, todo el mundo tenía ganas de calle, de moverse y de Sant Jordi, tomaron las calles como nunca había visto. Pero al final lo que parecía la toma del Palacio de Invierno fue la victoria del general Invierno. La gente no se rindió ni con la segunda granizada, pero no se podía luchar con aquello. Acabamos todos empapados”. Para la anécdota, la señora que en medio de la oscuridad de la tormenta preguntó qué hacía refugiado en la caseta de firmas un escritor con gafas de sol. Era José Soto Chica, que es ciego.
En cuanto a la posibilidad de haber previsto la situación, el editor señala que los informes daban chubascos. “La mezcla de sol y chubascos es algo a lo que estamos acostumbrados en Sant Jordi, ahora, granizadas no. Ruixats no son calamarses. Para la violencia del fenómeno no había aviso. La que cayó a la 13 horas fue brutal, pero a los 15 minutos la calle se había secado, la segunda vez…, en fin siempre habíamos pensado que Sant Jordi velaría”.
A Fernández, la fórmula de paseo de Gràcia le parece también un éxito, pues considera que la anterior mezcla del sector del libro, “editores y libreros de verdad”, con otros resultaba “discriminatoria” para ellos.
“Pese a todo, me parece un Sant Jordi positivo”, resume; “incluido el que hayamos sobrevivido. Nosotros aún no sabemos cómo ha ido, hubo un rato que incluso se nos desconectó el datáfono, pero creo que la cifra de ventas será buena, como la de 2019 seguramente. Es verdad que por la mañana parecía que iba a ser extraordinaria. La verdad es que el viernes y toda la semana se vendió muy bien en librería. No creo que haya sido para nada un mal Sant Jordi”.
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