El rastro de la guerra
“La guerra la relatan las mujeres. Lloran. Su canto es como el llanto”, escribió Svetlana Alexiévich
“La aldea de mi infancia era femenina. De mujeres. No recuerdo voces masculinas. Lo tengo muy presente: la guerra la relatan las mujeres. Lloran. Su canto es como el llanto” escribió Svetlana Alexiévich. La premio Nobel de Literatura admitía que durante su infancia y juventud, cuando los libros de guerra eran lectura favorita, ella nunca quiso leerlos. A su pesar, porque todo su pasado familiar se originaba en aquel mundo terrible y enigmático. Y describiendo el final de una parte de las generaciones que la precedieron, en el frente, en el ejército o entre partisanos, rememora sus juegos infantiles que simulaban el enfrenamiento entre rusos y alemanes como aquí jugábamos a indios y cowboys pero no a republicanos y nacionales. Y empezó a relacionar la guerra con la muerte a partir de la inocente pregunta de un niño vecino ante un campo de tumbas: “¿Qué hace la gente bajo tierra? ¿Cómo viven allí?”.
De la muerte, que no de la tragedia, han huido ya de Ucrania dos millones largos de personas. Y el contador sigue. Mujeres, niños y ancianos. El mayor éxodo desde la Segunda Guerra Mundial. Hay que sumarle el número de desplazados a otras partes del país a la búsqueda de refugio seguro si es que los conflictos tan sangrantes aportan algún gramo de tranquilidad en algún recodo.
Ante tanta desolación, la solidaridad europea se está demostrando en el mismo grado de intensidad que la desgracia. Voluntarios expuestos al pesado kilometraje que aleja sus domicilios de los pasos fronterizos del país invadido con la Unión Europea. Profesionales que llevan ayuda humanitaria en autocares que regresan repletos de migrantes forzados. Familias unidas dispuestas a acoger a otras desmembradas y abandonadas a la suerte de un destino incierto. Hijos sin padre y madres sin marido. La milicia obligatoria les ha retenido para defender la patria. Y muchos lo han hecho tras recorrer duras y azarosas distancias interiores que separaban su hogar de alguno de los límites que permitían dejar a buen recaudo al resto del clan. Y así es como la ruptura se asimila a la supervivencia y el retorno al posible final. Y todo es tragedia.
Svetlana Alexiévich calcula que actualmente el 60% de la población rusa apoya a Putin. Algo menos del 73% de los votos que consiguió en 2018 para garantizarse su cuarta reelección pero bastante más del apoyo alcanzado por Rusia Unida, su partido, en las legislativas del pasado septiembre. Es el efecto de la propaganda desmedida que enaltece el nacionalismo, persigue al contrario, amenaza al disidente y señala al extranjero. El que la madre de Uliana Yapparova cree que pone en riesgo la vida de su hija en Barcelona, donde lleva diez años. Una periodista desesperada por la impotencia de no poder convencerla de que los hechos son exactamente al revés. O Genya Petrova que cuando, entre los servicios de su restaurante, contacta con sus parientes sabe que, si no quieren acabar discutidos, no deben hablar de “ese señor”. Resuena nuestro pasado. También el inmediato.
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