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Arte maltratado en las calles de Barcelona

Un recorrido por los enclaves de las principales esculturas de la ciudad evidencia los problemas de incivismo a los que está sometido el patrimonio artístico

'La Ola', de Jorge Oteiza, en Barcelona.
'La Ola', de Jorge Oteiza, en Barcelona.MASSIMILIANO MINOCRI (EL PAÍS)
Cristian Segura

El submarino de Josep Riera i Aragó emerge entre tierra y orines. Tres piezas de bronce, que representan un sumergible, se perfilan en el terrario de los jardines de Hiroshima, en el Baix Guinardó, en Barcelona. El terrario, recuerda el creador de esta pieza de arte, fue concebido como espacio de juego infantil. Ahora, en cambio, sirve de meadero oficioso de mascotas, extensión de un pipican colindante. “La tierra tiene un estado de conservación lamentable”, critica Riera i Aragó, y amplía su reflexión al conjunto de la ciudad: “No hemos conseguido monumentalizar los barrios, sino degradar las esculturas”.

EL PAÍS ha analizado el estado de conservación de cerca de 80 obras de arte público de Barcelona. El recorrido confirma que las principales amenazas para estas piezas son el incivismo y los excrementos de aves, tal y como explica a este diario Sara Hernández, conservadora y restauradora de bienes culturales. Otro agente nocivo detectado es el indebido cuidado del entorno en el que están instaladas, como sería el caso del submarino de Riera i Aragó.

El Ayuntamiento destina 1,2 millones de euros anuales al mantenimiento y restauración de los cerca de 1.500 conjuntos de arte y monumentos públicos que tiene la ciudad. Carme Hosta, técnica de la Dirección de Servicios de Arquitectura y Patrimonio del Ayuntamiento, defiende el trabajo que llevan a cabo, aunque lamenta que el presupuesto que se les asigna está estancado desde hace más de una década y continúa siendo inferior al dinero con el que contaban antes de la crisis económica que arrancó en 2008. Este departamento cuenta con una brigada que recorre cada día en furgoneta la ciudad para detectar un problema y actuar, otro equipo que realiza acciones previstas y, finalmente, los técnicos contratados para trabajos de conservación y restauración.

Homenaje al cantante Emili Vendrell en el Raval.
Homenaje al cantante Emili Vendrell en el Raval.MASSIMILIANO MINOCRI (EL PAÍS)

Las defecaciones de pájaros son evidentes en esculturas emblemáticas como Las Pajaritas, de Ramón Acín, en El Clot o en La Deesa, de Josep Clarà, en la plaza Catalunya. El incivismo también es el pan nuestro de cada día y en todas partes. No se salvan de los grafitis ni las 22 columnas que hay en los jardines de Hiroshima, concebidas como un tributo a los muertos en el ataque nuclear de 1945. La ola, de Jorge Oteiza, frente al Macba —y propiedad de este museo—, es uno de los casos más flagrantes de obra de arte que sufre constantemente el vandalismo de grafiteros.

En el mismo barrio, en el Raval, aparece completamente cubierto por pintadas el homenaje al cantante Emili Vendrell, un conjunto formado por un relieve de Rafael Solanic y una fuente con forma de cascada de Beth Galí y Rosa Maria Clotet. Una estela del siglo XVIII que da la bienvenida a la Casa de la Misericordia luce pintada con un tag, la firma de un grafitero.

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El monumento a la sardana, en Montjuic, de Josep Cañas, ha sido objeto de ataques, el más reciente en 2020, en el que unos desconocidos amputaron las manos a las figuras. Otro conjunto de obras de arte rayadas y grafiteadas de manera habitual se ubica en la plaza de acceso a la estación de Sants: son tres creaciones de los escultores Elisa Arimany, Sergi Aguilar y Pep Canyelles. La ubicación original de estas tres esculturas de hierro, propiedad de Adif, habían sido los andenes de la Estación de Francia. Otra institución de referencia de la ciudad, La Fira de Barcelona, conserva en el acceso de su pabellón número 8, el antiguo Palacio de la Metalurgia, un mosaico de la Exposición Internacional de 1929 al que le faltan buena parte de las baldosas.

La historiadora y comisaria de arte Victoria Combalia opina que el estado del arte público en Barcelona es mejor de lo que se cree, y añade que si ha fallado algo es que no se ponen en valor lo suficiente con localizaciones más idóneas. Casos de falta de adecuado reconocimiento serían Alto Rhapsody y Landa V, creaciones de Anthony Caro y Pablo Palazuelo, respectivamente. Ambas piezas, de hierro, se depositaron en un parterre del parque de la Espanya Industrial, sin señalización alguna que las identifique; el principal problema es que se utilizan como espacio para orinar debido a que su forma permite ocultarse a quien lo hace. La figura más emblemática de este parque, el dragón y tobogán de Andrés Nagel, también es utilizado como mural para grafitis.

Pajarita, de Ramón Acín, en El Clot.
Pajarita, de Ramón Acín, en El Clot.Cristian Segura

En muchas de las esculturas se identifican las señales de pintadas borradas por la brigada de mantenimiento del Ayuntamiento: así es en el mismo dragón de Nagel, en el Gato de Botero (Raval), en Topos V, la obra de Chillida en la plaza del Rei, en el Raspall del vent (Vila Olímpica), de Francesc Fornells, o en El Petó de la llibertat (en el barrio Gótico), de Joan Fontcuberta, una de las creaciones artísticas más instagrameadas de Barcelona. Pese a los esfuerzos para conservarla, esta última tiene dos grafitis en sus extremos superiores.

Hernández opina que la problemática no es exclusiva de Barcelona, aunque el Gobierno municipal sí habría pecado de falta de planificación en las necesidades de mantenimiento cuando se adquirían las obras de arte contemporáneo. Hernández pone como ejemplo El Muro, de Richard Serra, ubicada en 1984 en la plaza de la Palmera, en la Verneda. Las dos paredes que forman la pieza son objetivo fácil de pintadas. Hernández advierte que para cubrir los grafitis se ha utilizado pintura blanca de diferentes subtonalidades, en vez de usar siempre la misma.

El diseñador y artista Javier Mariscal no detecta una problemática de vandalismo en Barcelona, y valora que el mantenimiento de las obras es el adecuado. Su escultura La Gamba, en la ronda del Litoral a su paso por el distrito de Ciutat Vella, ha necesitado ser restaurada en varias ocasiones y siempre se ha empleado la pintura que él indicó, afirma Mariscal. Su queja es de otra índole: pide que se recupere el ímpetu para encargar arte público que tuvo el Consistorio durante los Juegos Olímpicos de 1992. El creador del Cobi tiene la sensación de que el equipo de la alcaldesa, Ada Colau, no cree en la introducción de nuevas esculturas porque “lo ven como algo pijo”, y se muestra convencido de que es el momento de apostar por ello para acompañar la peatonalización de la ciudad a partir de las superilles.

Inscripción del siglo XVIII pintada, en la Casa de la Misericordia.
Inscripción del siglo XVIII pintada, en la Casa de la Misericordia.Cristian Segura

Antoni Remesar, profesor de la Universidad de Barcelona y director del grupo de investigación Polis de arte y diseño en la ciudad, también constata que el tiempo del arte público ha pasado: “Ya no está de moda, no coincide con las nuevas tendencias ideológicas, ahora si se apuesta por algo es por los murales del arte urbano”. Remesar rompe una lanza en favor del trabajo del equipo de Hosta: la conservación es óptima, el principal problema, según este académico, es la degradación del contexto en el que se ubican las obras de arte: “El espacio público está más dejado que antes. Nuestros exalumnos extranjeros, cuando vuelven a Barcelona, nos comentan cómo ha empeorado la ciudad en este sentido. Y si el entorno de la obra pierde, la sensación en conjunto es negativa”.

En Ciutat Vella hay un caso paradigmático de degradación del entorno, la del busto de mármol y fuente de piedra de Montjuic en homenaje a Alexander Fleming, una creación de Josep Manuel Benedicto: la plaza entera en la que se ubica la escultura está grafiteada, excepto el monumento. Hosta confirma que si la pieza artística está limpia, es por el trabajo de su equipo. “Llevo desde 2002 con el mantenimiento de esculturas y no veo que la situación haya mejorado”, dice esta arquitecta técnica del Ayuntamiento, “los problemas son los mismos y por mucho que confíes en la buena voluntad de la gente, no funciona”. Hosta añade que donde se preservan mejor las obras es allí donde el vecindario “las hace suyas y parte del barrio”.

“Dejadez del conjunto de la ciudad”

Hosta asegura que el estado del arte público de Barcelona no es peor que en otras ciudades, algo de lo que discrepa Riera: “Tengo esculturas en Japón, en Bélgica o en Holanda y en ninguno de estos países tengo los problemas de Barcelona. Mi impresión es que la degradación de las esculturas se ha alineado con el problema de incivismo y dejadez del conjunto de la ciudad”. En el mismo sentido se manifestó el pasado noviembre en EL PAÍS el escultor Pere Casanovas: “El mantenimiento en la ciudad deja mucho que desear. Se le dedica una cantidad de dinero tan ridícula que no da para nada”.

Detalle de 'El lucero herido', de Rebecca Horn, en la Barceloneta.
Detalle de 'El lucero herido', de Rebecca Horn, en la Barceloneta.Carles Ribas (EL PAÍS)

Hay esculturas que tienen defectos crónicos: Rebecca Horn no contempló que las luces que tenían que iluminar El lucero herido, en la playa de la Barceloneta, se estropearían por la salinidad del mar. Los cristales de la obra también están borrosos por la sal, alguno incluso está fracturado por un golpe, además de la presencia de pintadas. Las luces fundidas siguen en el interior de la obra y el Ayuntamiento no se ha planteado retirarlos, dice Hosta. Los cristales, admite, no se reponen hasta que no están muy rotos, debido a que su coste es muy elevado. En la misma zona, en la Barceloneta, el particular tributo de Mario Merz a la secuencia matemática Fibonacci, Crescendo Appare, está apagado pese a que debería estar iluminado con sus 21 números de neón rojo.

Otro de los emblemas de la ciudad, el monumento a Colón, lleva más de dos años con seis de sus esculturas en mal estado, cubiertas con unas redes para evitar desprendimientos. Hosta explica que la decisión sobre cómo actuar la debe tomar el Consejo Asesor de Arte Público municipal.

Sobre la firma

Cristian Segura
Escribe en EL PAÍS desde 2014. Licenciado en Periodismo y diplomado en Filosofía, ha ejercido su profesión desde 1998. Fue corresponsal del diario 'Avui' en Berlín y en Pekín. Desde 2022 cubre la guerra en Ucrania como enviado especial. Es autor de tres libros de no ficción y de dos novelas. En 2011 recibió el premio Josep Pla de narrativa.

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