Munch o la envidia
Propondría que los directores de nuestros museos estuvieran en la entrada atendiendo a los visitantes. Así sabríamos cómo empezar a trabajar para hacer que ir a uno fuera una experiencia distinta
Lo más acertado de la exposición sobre el nuevo museo Munch en Oslo, en el Centre de la imatge, es explicar un edificio desde todo lo que ha convergido en él, desde el alumbramiento de la idea, hasta su construcción tal y como la conocemos ahora y visible en esta exposición. Un proceso que sugiere palabras como cultivo o enraizamiento, y que desde nuestra experiencia resulta envidiable.
La exposición, instalada en la planta baja del palacio de la Virreina, ocupa cuatro habitaciones arracimadas de techos abovedados y comunicadas entre si por tres puertas abiertas en sus gruesos muros, lo que tiene un efecto de contraste mientras vemos la información sobre el nuevo museo noruego. Si van, verán las cuatro habitaciones empapeladas en toda su altura mostrando diferentes cosas. En este fondo saturado pueden apreciarse detalles constructivos del museo, una imagen fugada a escala real, igual que el revestimiento de aluminio perforado ondulado que cierra la ventana de una de estas habitaciones a La Rambla y mediante la cual los visitantes pueden hacerse una idea de cómo se ve la ciudad desde el interior del museo.
Pero lo más interesante de este fondo empapelado son los recortes de prensa y de otros medios noruegos que han tenido el museo, su proceso de gestación y su construcción como leitmotiv . Tal vez otros edificios y otros museos han generado diferentes noticias, pero raramente a esta dimensión suele dársele la importancia que esta exposición le concede. De hecho, generalmente las noticias de prensa o televisión suelen ser un anexo o un complemento. Aquí no. Aquí es la verdadera arquitectura de este museo.
Asistimos a la construcción nacional de este museo, comenzando por el propio artista al que el edificio guarda y cuida en su interior, el artista noruego por excelencia: Edvard Munch. Vemos cómo el museo ha dado un nuevo sentido al puerto y sus antiguas infraestructuras, una parte en cierto modo a espaldas de la ciudad, construyéndolo a pie del fiordo con la avanzadísima tecnología nacional puesta a prueba durante años con la extracción de crudo en el atlántico norte. Nos asomamos a los largos debates públicos en el Ayuntamiento y en el Parlamento noruego, también a las prolongadas conversaciones auspiciadas por la sociedad civil a través de los llamados “banquetes”, para perfilar el nuevo museo. Vemos manifestaciones, como la marcha de las antorchas, en 2012, unos años después de iniciados los debates, para reclamar frente a las ventanas del Ayuntamiento que finalizaran las discusiones y comenzara la construcción, con una intuición civil envidiable acerca de que ya era el momento de pasar a la acción y permite pensar en un museo tejido socialmente, y todo ello escrupulosamente despolitizado. Sin dejar de lado, en el marco del propio edificio, que ya no es tiempo de proyectos de un solo equipo y por tanto de la conciencia de un diseño colaborativo que debe incorporar diferentes aportaciones surgidas en el proceso. Miren ahora las trifulcas sobre el Hermitage, la calamitosa experiencia del innecesario enfrentamiento entre salud y cultura a propósito de la ampliación del MACBA, en todos los sentidos, en las antípodas de este museo de un país..
En el núcleo de este proceso está probablemente la arquitectura del programa, la reunión de las partes que forman el museo Munch, un museo vertical de 10 plantas desarrollado entre una plaza cubierta y un mirador, la idea más clara y más limpia con la que el equipo español estudio Herreros ganó el concurso en 2009. Una idea que ha sido refrendada en incontables debates públicos de los que se han hecho eco las noticias de prensa que forran literalmente las paredes de la exposición. Una plaza en la planta baja abierta a diferentes intereses, con la recepción, un restaurante, un salón de actos y un cine, tiendas, espacio infantil y una muestra sobre Munch, todo con la intención de que la ciudad acceda al museo y lo use libremente, desde poder ver los archivos hasta pasear simplemente por él.
He tenido últimamente varias experiencias con los museos de Barcelona y me he dado cuenta de que la entrada comienza siempre con un mostrador por el que asoman la cabeza los que nos atienden. Son trámites más o menos complicados, hay de todo, pero nunca es franco. Debería ser de otra manera, no sé cómo, pero yo propondría que los directores de nuestros museos estuvieran en la entrada algunos días a la semana atendiendo a los visitantes. Seguro que así sabríamos cómo empezar a trabajar para hacer que ir fuera una experiencia distinta.
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