Los turistas reconquistan el centro de Barcelona
La ocupación de los hoteles abiertos ha pasado del 30% en junio al 70% actual
Llegados a estas alturas de verano, Barcelona ha recuperado las estampas turísticas a las que estábamos acostumbrados. Grupos escuchando al guía con auriculares en la calle del Bisbe. Expositores de postales en la calle de Montcada. Colas en el museo Picasso. Puestos de zumos de fruta en la La Boqueria. También las contorsiones de las familias fotografiándose ante la Sagrada Familia.
Si hace un año hablábamos de que los vecinos del Gótico habían recuperado las calles y plazas de un barrio del que el turismo masivo les había expulsado; ahora puede hablarse de la reconquista por parte de los visitantes. En medio, una pandemia que ha dejado miles de muertos y una crisis económica y social desconocida por dos generaciones.
Hay diferencias respecto a 2019, claro. Los visitantes son menos. Y buena parte es turismo nacional. El resto, europeos, con mayoría de franceses. Los estadounidenses y asiáticos se han casi esfumado, cuentan los guías turísticos y en las tiendas.
Los datos que proporciona el Gremio de Hoteles son ilustrativos de la curva ascendente del durante el verano. Con menos de la mitad de los hoteles abiertos, la ocupación fue del 30% en junio, del 55% en julio y del 60% y 70% en agosto (primera y segunda quincena). El director general, Manel Casals, recuerda además, que los establecimientos han bajado precios. Agosto se cerrará con una media diaria de turistas alojados en hoteles de 19.000 (menos de un tercio de los 63.000 de 2019. La media de todo el verano será, dice, de 13.000 personas al día. Ahora la vista está puesta en el turismo de negocios y ferias, si la evolución de la crisis sanitaria lo permite.
Apartur, la patronal de los pisos turísticos no proporciona cifras de sus asociados. Tampoco lo hace Airbnb sobre el porcentaje de ocupación de su oferta. Cuando se entrevista a turistas por la calle, muchos de ellos aseguran que se alojan en pisos contratados a través del portal.
Ajenos a las cifras, los visitantes consultados valoran visitar una ciudad que, pese a recuperar pulso turístico, no está tan masificada como antes. Silke Wettergen, de origen alemán pero afincada en Miami, cuenta que está terminando un largo viaje de dos meses visitando a conocidos en Alemania y Grecia. Acaba en Barcelona: ha estado varias veces y esta ha alquilado una bicicleta para “recorrer los barrios”. “La ciudad es ahora más cómoda”, asegura en La Boqueria, donde compra “fruta linda”.
Marisa López, de la parada Natura i fruits, recuerda el cierre del año pasado, “todo el verano” y celebra que este “no es lo de antes, pero tampoco pensamos que venderíamos tanto”. Su puesto consume cada día 10 sacos de 15 kilos de hielo para mantener los zumos frescos.
La familia Cortez —padre, madre y tres hijos adolescentes—, se queja en el Gótico del calor, pero celebra también pasear por una ciudad que no sabían si encontrarían “tan llena como algunas páginas de internet alertaban”, dice el padre, Jacques. Señala que “la ciudad es cara en todos los aspectos menos el alojamiento”, conocedor de las rebajas.
En la Sagrada Familia, la guía Susana Palla lamenta que el templo haya reducido a la mitad los turistas que cada profesional puede acompañar (de 40 a 20, la mitad de los ingresos) y destaca la gran cantidad de clientes que son “españoles de la zona norte, que se apuntan a ofertas por visitas bilingües, inglés-castellano”.
Los vecinos del centro, los que han vivido siempre en la ciudad, se debaten entre la añoranza de las calles sin ríos de visitantes durante las restricciones de movilidad... y saber que la actividad económica remonta gracias a la industria turística. A Cristina Sáez, vecina de la Rambla, le preocupa lo que está pasando de noche: “Con los bares cerrados, lo que es un escándalo es que hay un desmadre nunca visto”, dice.
Martí Cusó, de la asociación vecinal del Gòtic, explica como “la pandemia paralizó la principal actividad económica, evidenciando que el monocultivo turístico no es bueno”, por las molestias que causa en el vecindario y el golpe socioeconómico que supone que se pare. El barrio (15.000 vecinos) se vació y pudieron “volver a hacer vida comunitaria sin los impedimentos que la masificación tiene para la vida cotidiana”. “Con todo lo negativo, la pandemia era una posibilidad de repensar una economía más diversificada y de proximidad, con mejores condiciones laborales, reorientando trabajadores a sectores donde faltan manos (cuidados, sanidad)”, lamenta. Cusó añade: “La sensación es que no se ha hecho nada. Las perspectivas son de más de lo mismo. O más, con proyectos como la ampliación del aeropuerto”.
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