Un desierto en La Jonquera
La crisis económica derivada de la pandemia provoca un reguero de persianas bajadas en el municipio gerundense, fronterizo con Francia
“Entrée/Entrada”, se lee en la mayoría de comercios de lado y lado de la principal avenida del Pertús, uno de los barrios más peculiares de La Jonquera (Alt Empordà). El asfalto es francés, y la acera, donde están los negocios, española. “Ya ves cómo estamos, ni un cliente”, lamenta el trabajador de la única perfumería que sigue abierta. En las calles, habitualmente salpicadas de turistas adeptos a la ropa de marca falsificada, no hay casi nadie. Lo más llamativo es un corrillo de hombres, controlando el entorno, apostados alrededor de lo poco que sigue funcionando: los estancos. La sensación es de soledad y abandono.
La Jonquera, un municipio de 3.233 habitantes, es conocido por sus macro supermercados, los estancos, los restaurantes de buffet libre, los camiones que suben y bajan, su outlet y también por los clubes de prostitución. Un lugar peculiar, como toda frontera, donde las barreras no existen en el día a día, y la mayoría de negocios están rotulados en francés y en catalán. La pandemia, y el bloqueo que ha supuesto con Francia, ha hundido la economía local. “La movilidad transfronteriza tiene un carácter natural y cotidiano”, explica la concejal Lluïsa Macías, responsable de la promoción económica, que ahora se ha visto truncada. El Ayuntamiento —y todas las comarcas fronterizas catalanas— piden a Francia y España que apliquen “una mirada diferente”, y permitan los desplazamientos de hasta 30 kilómetros a lado y lado.
La hilera de carritos del supermercado de color rojos se acumula en la puerta del supermercado del Gran Jonquera Outlet, sin que nadie los use. Se trata de uno de los establecimientos estrella del municipio, con más de medio centenar de tiendas de marcas conocidas, ahora vacías. En los pasillos de suelo blanco, con estanterías repletas de comida, se ve a algún reponedor, un cliente aislado o corrillos de trabajadores. Solo está abierta 1 de las 15 cajas. “Y así, cada día”, lamenta la joven, con un ligero acento francés, que espera con los brazos cruzados al siguiente cliente.
“La mayoría de negocios dependen del cliente francés. Es una infraestructura dirigida a ellos”, cuenta Isabel Vera, portavoz de la asociación de comerciantes del centro del pueblo, que representa a medio centenar de empresarios. En su peluquería, ha pasado de tener una treintena de personas diarias a tres o cuatro. “Ahora nos queda solo la clientela local”, explica, lo que la ha obligado a aplicar un ERTE al 70% de su personal. Durante la conversación, la peluquería está vacía y su trabajadora, sentada en la puerta, al sol.
“Esto da hasta miedo”, se resigna el empleado de una gasolinera del municipio. Los lugares para repostar y los macroaparcamientos para camiones son otros de los elementos característicos del lugar. El tráfico internacional de mercaderías no ha parado, y los vehículos pesados siguen circulando arriba y abajo, de rotonda en rotonda, a lo largo de la Nacional II que queda a las espaldas del núcleo urbano. En uno de esos polígonos se levantó el Paradise, que abrió a bombo y platillo en 2010 bajo la publicidad de ser el burdel más grande de Europa. De camino a él se divisa a una mujer ejerciendo la prostitución en la calle, pero parece la única, como si ellas también se hubiesen esfumado.
“Entre impuestos y hostias, un millón y ocho cientos y pico que tenía en el banco ya han volado”, se queja el dueño del macroburdel Paradise, José Moreno. Lleva 13 meses cerrado, con 79 trabajadores en ERTE y asegura que todavía debe 400.000 euros. “No puedo ni pagar la luz. Tengo propiedades y cosas, pero no tengo cómo pagar”, reitera. Su clientela también es francesa, pero los prostíbulos están cerrados en España por la pandemia. “Tengo el permiso para unas cuantas habitaciones de hostal, pero no quiero complicarme la vida. Se cierra y se cierra”, afirma.
El Ayuntamiento aún no sabe cuántos negocios han bajado la persiana para siempre y cuántos lo han hecho de manera temporal. Perfumerías, restaurantes, tiendas de ropa, de electrónica, peluquerías, supermercados…
“Hay establecimientos en La Jonquera donde el 99% del cliente es francés, y se ven obligados a cerrar porque no pueden subsistir”, explica la concejal Macías. Otros siguen al pie del cañón, “viviendo al día” y sin poder pensar más allá, como es el caso de Vera. “Existe cansancio, malestar y una enorme incerteza sobre el futuro que vendrá”, resume Macías. Las esperanzas están puestas en la campaña de verano. “Si el verano no funciona, la mayoría nos veremos abocados a cerrar”, augura Vera.
El endurecimiento del confinamiento en Francia ha limitado aún más la movilidad en la zona las últimas semanas, según explican los locales. La actividad en la frontera del Pertús es casi nula un viernes a las dos de la tarde. Un policía da el alto de manera rutinaria a una furgoneta cargada de gente, repasa los papeles, abre el maletero y les deja cruzar.
Por las calles secundarias del Pertús se ven algunos chavales pasando el rato y tiendas de ropa con las persianas subidas pero las luces apagadas, en las que no queda claro si se puede comprar. Tres jóvenes acceden a un grow shop de la parte española. “¿Cuál coloca más?”, le preguntan al empleado sobre las semillas. El negocio resiste como un oasis en el desierto.
Medio millón en ayudas
El Ayuntamiento de La Jonquera ha activado un plan sin precedentes para reactivar la economía. Con el consenso de todos los partidos políticos, ha destinado medio millón de euros a ayudas directas a familias, empresas y autónomos, ha devuelto cuotas y tasas a establecimientos del pueblo, ha distribuido alimentos a familias vulnerables, ha modificado el calendario y establecido bonificaciones fiscales… Y también ha planteado proyectos de dinamización. A pesar de eso, a algunos les parece insuficiente. Como a Joan, propietario de los supermercados Biurrun, en el lado español del Pertús, que pide que les exoneren de cosas como la tasa de basura. Y pone como ejemplo a su vecino francés, que hace 20 años que tiene un bar delante de su supermercado. Asegura que lleva meses cerrado y que, según él, Francia le paga una ayuda de 3.000 euros al mes.
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