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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Barcelona ‘a mano’

Un libro de la profesora Maria Rubert de Ventós muestra cómo algunos de los elementos actuales de discusión de la ciudad estaban ya planteados hace tiempo

Xavier Monteys
Ilustración del libro 'Barcelona sense GPS', de la profesora Maria Rubert de Ventós.
Ilustración del libro 'Barcelona sense GPS', de la profesora Maria Rubert de Ventós.

La publicación del libro Barcelona sense GPS, de la profesora Maria Rubert de Ventós, tiene en estos momentos una actualidad innegable. La recolección de sus artículos publicados desde hace más de 10 años en El Periódico, y ahora elaborados y ordenados hasta formar este libro, sirve para ver que muchos de los elementos de la discusión actual sobre Barcelona y su transformación estaban planteados hace tiempo. Es útil hacer mención a la forma en que estas observaciones sobre la ciudad están aquí plasmadas. Estas son fruto de distintas cosas realizadas hace tiempo y hay que mencionarlo, ya que normalmente el mérito sobre algunas ideas recae sobre el último que las ha señalado, cosa que se apresuran a recoger puntualmente los recién llegados y a hacerse eco de ello. Si leen este breve e intenso texto sobre la ciudad, en el caso que sean barceloneses se darán cuenta del valor que tiene enlazar y coser cosas que todos conocemos.

El libro surge no como un proyecto editorial fruto de un impulso, sino que lo hace como reunión de experiencias distintas a lo largo de unos años. Entre estas experiencias están, además de los artículos publicados en la prensa, la incansable curiosidad por esta ciudad y también las clases de urbanística dictadas por ella en la ETSAB, que muchas veces se prolongan en visitas a la ciudad, que no son otra cosa que paseos intencionados. No son accesorios de las clases, son paseos en los que experimentar la ciudad ya que, para pensar en ella, debe pasearse y hacerse sin demasiadas certezas, de ahí lo acertado a mi modo de ver de “sin GPS”. Asistir a ciertos actos previamente informados o instruidos sobre lo que vamos a ver u oír es aconsejable en muchas ocasiones, pero en otras la falta de prejuicios y de información específica sobre lo que nos espera a la vuelta de la esquina es precioso, un regalo. Barcelona sense GPS es en cierto modo una invitación a la deriva y a dejar que el descubrimiento nos alumbre ideas. Desde la estricta óptica de pensar la ciudad hay dos cosas que resultan antagónicas: el paseo y el despacho. Desde el despacho resulta más complicado ver las cosas desde el punto de vista de cómo se llega a ellas. El paseo, por el contrario, incluye preámbulos hasta llegar a un sitio, que el despacho economiza y, por tanto, suprime. Aquí no hay lugar para tacticismos. El llegar a un sitio brinda una información que representa en sentido literario “el camino”, sin el que es imposible cartografiar la ciudad y, por tanto, pensarla.

Desde la óptica de pensar la ciudad, hay dos cosas que resultan antagónicas: el paseo y el despacho
Desde la óptica de pensar la ciudad, hay dos cosas que resultan antagónicas: el paseo y el despacho

Nos encontramos frente a un conjunto de observaciones que, sin esfuerzo aparente, se vuelven propuestas para Barcelona por la sencilla razón de que las propuestas para esta ciudad surgen (o cuando menos deberían hacerlo) de la observación. Las reflexiones y comentarios sobre elementos urbanos, desde los que le otorgan estructura, como la Diagonal, vista en dos direcciones, Pere IV, la Meridiana, o las Ramblas, que sirven para reclamar atención a las otras Ramblas y la necesidad de tener más de estos torrentes civilizados convertidos en paseos para dar estructura al litoral, hasta los que la puntúan, como las plazas o las estaciones. Es muy acertado en el texto la mezcla consciente de elementos de distintas escalas, como el aeropuerto o los chiringuitos. Algo que, incluso con el orden que supone la edición, no se ha perdido en relación a la procedencia de los artículos. De este modo elementos estructurales como los citados se mezclan con el metro, el tranvía o la bicicleta o con la reclamación de desasfaltar o plantar árboles cada ocho metros, otra propuesta para la ciudad que no necesita de dibujos maquillados, basta con enunciarla. La conciencia de que los artículos deben llegar a un público amplio obliga a reunir en ellos cosas distintas y heterogéneas y así hablar de las playas, de la decoración, del aeropuerto o de las Rondas, reunidas y separadas gracias a la cadencia de su publicación. El libro es también una ocasión para ver cómo se da lugar a las cosas del saber, se estudia, se pasea, se descubre, se matiza o se rectifica, se escribe a la ciudadanía y se explica en el aula, en este orden. A la vista del libro uno tiene la impresión que a la universidad deberían llegar más a menudo las cosas primero expuestas en público y no al revés.

Esta manera de cultivar el interés por la ciudad tiene una faceta más que no podemos dejar de lado. El libro está ilustrado “a mano”, con dibujos y pinturas de su autora y este hecho no puede separarse de su experiencia y de sus observaciones. Las ilustraciones no son accesorias, aunque están distribuidas a lo largo de él con cierta libertad. En algunos casos están perfectamente sincronizadas con los breves capítulos y en otras flotando sobre ellos. Los dibujos y pinturas, muchas veces hechos “de memoria”, ilustran en un doble sentido el libro y su forma de pensarlo. Los dibujos dan una muestra de la cultura sobre la ciudad de su autora, que es lo que queda cuando se olvida todo lo aprendido, y para ella dan lo mismo las representaciones de las calles y ventanas de la ciudad, las de una comida sobre la mesa o las de un interior de su casa, y parece decirnos: la casa se completa en la ciudad.

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