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Elecciones Estados Unidos
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

En la estela del caos

Renovar las instituciones y hacer evolucionar la democracia hacia una mayor capacidad inclusiva, antes que el autoritarismo se imponga sin que nadie sepa cómo, es una obligación de todos. También de España

El presidente de los Estados Unidos, Donald Trump.
El presidente de los Estados Unidos, Donald Trump.BRENDAN SMIALOWSKI (AFP)
Josep Ramoneda

“Trump puede sentirse ganador por seguir en pie contra todos”, ha dicho Santiago Abascal, con el tono militar que lo caracteriza: firmes frente al enemigo. Se agradece que Vox rompa el pudor que el resto de la derecha y su entorno mediático han aplicado a la hora de hablar de Trump, porque sirve para recordarnos que el desvarío trumpista no nos es ajeno y que, por tanto, es conveniente estar en guardia. Como ha escrito Wendy Brown, “lo más inteligente que el partido republicano y sus medios afines han hecho para compensar las exhibiciones de Trump ha sido etiquetar a los demócratas como socialistas e identificar a Trump con la libertad. La libertad de resistir a los protocolos de covid, de bajar los impuestos de los ricos, de ampliar el poder y los derechos de las empresas, de tratar de destruir lo que queda de un Estado social. Esta versión de la libertad impregnaba ya toda la cultura antigubernamental y antidemocrática neoliberal, todo lo que tenía que hacer el partido republicano era consolidarla”. Y esto es exactamente lo que viene haciendo no solo Vox sino también el PP frente al gobierno de coalición de Pedro Sánchez. Y si el partido republicano se ha entregado a Trump a favor de la causa mayor descrita por Brown, ¿hay alguna razón para pensar que el PP no acabe siguiendo el mismo camino?

Si el partido republicano se ha entregado a Trump, ¿hay razones para pensar que el PP no siga el mismo camino?

El trumpismo es una forma histriónica de despotismo que se aleja de las pautas del autoritarismo convencional y que funda su poder en la arbitrariedad, en el desprecio por las instituciones y por las convenciones establecidas en la práctica democrática y en un ego herido que vive permanentemente en estado de venganza. El trumpismo no sobrevivirá a Trump porque el personaje es irrepetible: su marca no es transferible. Sin la Casa Blanca —que tantas veces ha profanado utilizándola en estricto beneficio personal— no le queda mucho más que el grito. Y el grito sin peana se lo lleva el viento. Pero el partido republicano seguirá la batalla que ha librado durante cuatro años parapetándose detrás de Trump, explotando el resentimiento de la ciudadanía.

Trump les ha mostrado el camino: una tarea de colonización de amplios sectores de la sociedad que se sienten abandonados y despreciados por unas élites políticas lejanas. Trump les ha regalado sus oídos con promesas por vanas que fueran, les ha dado reconocimiento dirigiéndose directamente a ellos y los ha movilizado con un lenguaje de confrontación arraigado en un país que sigue sin superar sus traumas fundacionales. Con o sin Trump, los que viven con furia la condición de perdedores de la llamada cuarta revolución industrial seguirán allí, y el partido republicano tratará de seguir encuadrándolos con la creciente complicidad de sectores económicos a los que el caos y el desorden trumpiano (en la onda de uno de sus mitos ideológicos: la desregulación, es decir, el sálvese quien pueda) les va como anillo al dedo para hacer sus faenas mientras la gente expresa su irritación.

Desde América llega un aviso: Trump ha ganado más de diez millones de votos después de cuatro años de caos

Haciendo de la necesidad virtud algunos celebran la movilización masiva a favor de Joe Biden para salvar el sistema, pero no neguemos la realidad: también ha sido masiva la movilización a favor de Trump, que después de cuatro años de caos ha ganado más de diez millones de votos. El aviso que llega de América se sintetiza en dos preguntas: ¿Hay lugar para la democracia liberal en una sociedad fracturada por la cuarta revolución industrial? ¿La radicalización de una parte de la derecha es la pasarela que conduce al autoritarismo postdemocrático?

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No podemos despreciar el aviso: atención a los que cabalgan sobre la incertidumbre prometiendo caramelos a la ciudadanía —siempre con regusto patriótico y con los aditamentos de la xenofobia, del racismo visceral, del odio a feministas y ecologistas— para encuadrarla sin miramientos, desafiando los usos democráticos, en la lucha contra el enemigo. Cuando la sociedad se fractura y los puentes (y los usos no escritos del fair play democrático) saltan por los aires es señal inequívoca de que la democracia está enferma. Hay una interpretación conservadora que hace de las instituciones un tabú. Pero como se está viendo en los Estados Unidos esto tiene un límite. Y el modelo electoral americano es ahora mismo puro anacronismo. Renovar las instituciones y hacer evolucionar la democracia hacia una mayor capacidad inclusiva, antes que la vía del autoritarismo se imponga sin que nadie sepa cómo, ha sido y es una obligación que concierne a todos. También a España.

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