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Certificados que acreditan que no tienes nada

La Fundación Arrels entrega documentos al millar de sin techo que duermen al raso en Barcelona durante el toque de queda

Dos voluntarios entregan un certificado a un sin techo
Dos voluntarios entregan un certificado a un sin techoCristóbal Castro
Alfonso L. Congostrina

“La persona portadora de este documento no dispone de vivienda ni de recurso residencial o alojamiento y por esta razón se encuentra viviendo de forma permanente en la calle… por este motivo no puede afrontar ningún tipo de sanción derivada de la aplicación del estado de alarma decretado o del toque de queda declarado”, así de contundente se muestra el certificado que la Fundación Arrels está entregando al más de un millar de personas que duermen diariamente en las calles de Barcelona. Después de que se declarara, el pasado domingo, la restricción de movilidad nocturna quedaron en las calles decenas de sin techo que con la ley en la mano podrían ser sancionados.

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EL PAÍS ha peinado junto a dos voluntarios de la entidad —Maite Bosch y Albert Jiménez— el barrio barcelonés de Sant Antoni detectando a aquellos vulnerables que no tienen donde guarecerse. Bosch y Jiménez hacen a menudo este recorrido para intentar detectar a aquellas personas que “sobreviven” pero que las enfermedades, las adicciones o las convicciones relacionadas con particulares ideas de libertad les hacen desechar el ingreso nocturno en infraestructuras como el albergue que abrió el Ayuntamiento en primavera en las instalaciones de la Fira de Barcelona. En el albergue de Fira hay ahora 400 plazas —que llevan meses sin llenarse al 100%— a las que debe añadirse otras 2.200 camas en diferentes infraestructuras de la ciudad.

Arrels critica que el acceso a los albergues municipales se realiza con una lista gestionada por una comisión que valora cada caso por lo que la entrada no es libre. “Hay personas que tienen miedo a este recurso al considerarlo masificado, poco íntimo... otros tienen miedo al contagio”, destaca Bosch.

Los dos voluntarios comienzan la búsqueda en la plaza Universitat. Primer destino: Encontrar a Jesús. Un histórico sin techo que vende libros encontrados en un pequeño poyo de una entidad financiera situada frente al mercado de Sant Antoni. Hoy no hay ni rastro de Jesús. “El banco ha colocado estas macetas para evitar, simplemente, que se coloque aquí. Él lleva muchísimos años, se lo ha tomado fatal y se ha ido”.

En la intersección de la calle Tamarit y Mistral localizan a Sergi postrado de rodillas delante de un supermercado y pidiendo limosna junto a su perrito. Hoy dormirá en una habitación pero no sabe hasta cuando. “Iba a comenzar a trabajar en un call center pero la pandemia lo ha vuelto a paralizar todo”, lamenta. En un principio no quería el certificado pero luego se lo piensa mejor: “No sé que me puede pasar. Mejor tener el documento”. Mientras los voluntarios hablan con Sergi se acerca un viejo conocido: George. Desde que abandonó Rumanía rumbo a Barcelona, de eso hace dos décadas, duerme al raso cada noche. “No sé ni cuantos años tengo”, advierte. No quiere ni oír hablar de dormir en un albergue. Es simpático y conoce el funcionamiento de los horarios de duchas, los lugares de cambios de ropa y la entrega de comida de las diferentes entidades pero nada le hace pensar que vaya a abandonar “nunca” la calle.

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Pilar es una anciana —con cierto parecido a la mítica Moños que deambulaba en la primera mitad del siglo pasado por la Rambla— que lleva décadas sobreviviendo de lo que le dan. Los servicios sociales la han querido rescatar varias veces pero ella se resiste. “¡Vamos a ver cómo está hoy! Hola Pilar”, se acerca Bosch. La respuesta es contundente y a gritos: “Dejadme tranquila”. Un poco más allá está sentada, mirando al horizonte, Mercedes. Ella sí quiere el certificado. “Cuando cierran los bares es muy complicado todo. Es imposible ir al lavabo. A veces me cuelo en el del CAP de Manso”, confiesa.

Pram también lleva 20 años en la calle (las dos décadas es un espacio de tiempo que repiten muchos). Es indio y explica que tiene una adicción al alcohol para la que ya ha pedido ayuda. Los voluntarios rellenan su certificado. Una vecina se para y reclama: “Alguien tiene que hacer algo por él”. Hoy Pram tiene plaza en una pensión pero prefiere seguir en la calle. Mañana, “ya veremos”.

En una sola noche, la del jueves, los voluntarios de Arrels entregaron un centenar de certificados, muchos no entendieron que era y rehusaron el documento, en las oficinas de la entidad se entregan 20 certificados a la hora. Ayer, durmieron al raso en Barcelona, en pleno toque de queda, un millar de personas.


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