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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El poder de la ciudadanía

La reconstrucción no solo es el relanzamiento de los sectores económicos afectados sino también el regreso a las políticas públicas con atención a aquellos territorios en los que la lógica mercantil es ineficiente

Josep Ramoneda
El vicepresidente segundo del Gobierno, Pablo Iglesias, en el Congreso.
El vicepresidente segundo del Gobierno, Pablo Iglesias, en el Congreso.E. Parra (EP)

“La mejor vacuna contra los discursos del odio”. Así definió Pablo Iglesias el ingreso mínimo vital que aprobó el Parlamento español. Consiguió una mayoría abrumadora (solo Vox se desmarcó con su abstención) pero no parece que vaya a poder con el odio. La bronca siguió instalada en el Congreso sin que los niveles de agresividad descendieran. De lo cual se deducen dos cosas: que la oposición puede quedar encallada en el esperpento, incapaz de dar contenido a sus discursos más allá de las bravuconadas. Y que la opinión de la ciudadanía todavía cuenta y que ésta debería ser consciente de ello porque es su principal fuerza.

Para la derecha era un marrón entregar su voto a una iniciativa liderada por Pablo Iglesias, que viene del programa de Podemos y que figura en los documentos del pacto de coalición. Y sin embargo el PP ha votado a favor de la “paguita”, como algunos la llamaban en lamentable burla que advierte de la incapacidad de ponerse en la piel de quienes no les alcanza ni para comer ni para pagar el alquiler. Es el eco de una ideología meritocrática que convierte a los perdedores en culpables de su suerte y que es incapaz de reconocer que los éxitos en la vida tienen mucho que ver con el azar, empezando por algo que nadie ha podido escoger: el lugar en que nació. Algunos parecen creer que incluso es mérito suyo que sus padres les llevaran al mundo.

El PP ha votado a favor del ingreso mínimo vital (que queda muy lejos de la renta básica) por miedo a la reacción ciudadana. En una sociedad que está elaborando el trauma de haber sufrido un golpe inesperado que ha despertado temores profundos y en un momento en que la pandemia ha dado visibilidad a sectores condenados a la marginalidad (algunos de ellos —como por ejemplo los cuidadores de personas o los riders de la distribución— incluso han aparecido en el bloque de los servicios esenciales), el desprecio a los sectores sociales más vulnerables no puede ser bien recibido por unos ciudadanos que, en la desescalada, luchan para quitarse el miedo de encima.

La ciudadanía tiene poder, incluso para hacer tragar un sapo político a una derecha desmadrada. Y es una buena noticia a la hora de la reconstrucción. Porque en una crisis impuesto por una emergencia sanitaria no basta para la recuperación seguir el manual del orden vigente: crecimiento e inversión. Como dice Bruno Latour no podemos quedarnos atrapados en “este resumen simplificado de las formas de vida” que es la economía. Hay que ayudar a las empresas en dificultades, por supuesto, pero hay que atender a los millones de personas que se han quedado sin casi nada y que tienen un horizonte laboral muy precario, y hay que exigir a los ganadores de esta crisis —estos poderes del nuevo feudalismo capitalista que están por encima de todo y de todos— que miren para abajo. Retomar la aceleración exponencial después del gran parón solo puede hacer que las brechas sociales aumenten: si en 2008 las clases medias se partieron en dos, ahora una buena parte de los que entonces se llevaron lo peor, se hunden definitivamente.

La reconstrucción no solo es el relanzamiento de los sectores económicos más afectados sino también el regreso a las políticas públicas con especial atención a aquellos territorios en los que la lógica de los mercados es ineficiente, salvo para los que creen que es inevitable condenar a una parte de la ciudadanía a la marginalidad. Es decir, hay que actualizar el derecho a la vida digna: a la asistencia sanitaria, pero también educativa, laboral y habitacional. Y aquí los mercados no llegan, más bien todo lo contrario como se ha visto, por ejemplo, con los efectos destructivos de los fondos buitre en vivienda o en residencias para mayores. De que la ciudadanía sea capaz de apostar por una opinión favorable a las políticas que estas urgencias reclaman y, por tanto, de que los partidos comprendan que el que se desmarque pierde, dependerá el tono de la reconstrucción.

La derecha reaccionaria apela a las fabulaciones patrióticas como marco trascendental para la servidumbre pero este juego tiene su límite. De ahí el empeño de PP y Vox en forzar una crisis política antes de la gente se dé cuenta del engaño que contiene su propuesta: asegurar que todo siga igual que antes de la pandemia.

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